Algunos no lo pueden creer, pero un manejo inteligente y el agua de mar un poco más cálida ayudaron a una misión que rozaba lo imposible.
Así, se logró que Argentina pase de una modesta captura de langostinos, a transitar un corredor creciente que la llevó de 40.000 toneladas anuales a las 241.514 que se contabilizaron en 2017. Los langostinos aportaron US$ 1.200 millones, que sumados a otros pescados generaron US$ 2.000 millones en la exportación sectorial del año pasado.
En el país de la carne, la pesca superó a una industria que fue número uno durante varias décadas seguidas y ya figura como el octavo complejo exportador del país.
La actividad es, además, una de las pocas que exhibe cifras de crecimiento de doble dígito, mientras otros sectores están en franca declinación.
“Nos hemos vuelto langostino dependientes y con menor precio, porque supo estar en US$ 15.000 y hoy no pasa de US$ 7.000 la tonelada”, dice Eduardo Boiero, presidente de la Cámara de Armadores de Pesqueros y Congeladores (CAPeCA).
-¿Los beneficia el dólar alto?-, se le pregunta.
-Relativamente. El grueso del costo son combustible y salarios, y ambos están dolarizados, fue la respuesta.
El langostino es un crustáceo que se captura a ocho y nueve grados de temperatura, entre los 80 y 100 metros de profundidad del mar. Su ciclo es de un año a año y medio, período en el que nace, se reproduce y muere. La temporada de pesca va de junio a noviembre en Madryn o Puerto Deseado, Y en Rawson, de noviembre a marzo.
En cualquier caso, el boom moviliza inversiones millonarias. Una significativa fue de la española Ibérica de Congelados (Iberconsa), con varios años de merlucera en el país y desde 2017 controlada por el fondo de inversión Portobello.
Su ingreso desató un raid de compras que incluyó barcos de Pesquera Santa Elena, de la marplatense Valastro y de Pesquera Santa Cruz, también española y adquirida este año.
Iberconsa está escalando velozmente a la cima de un ranking que hasta ahora se disputaban Newsan del rey de los electrodomésticos de Tierra del Fuego, Rubén Cherñajovsky, y la española Conarpesa.
También está terciando la marplatense Moscuzza, que abrió la billetera para ampliar flota, y el grupo chino Dalian Huafeng, que se quedó con la española Arbumasa y es dueño de la marplatense Ardapez.
De la mano del langostino, la industria vive una transformación, y muchos que se dedicaban a la merluza con epicentro en Mar del Plata, mandan sus barcos a la Patagonia.
La flota marisquera incluye buques que procesan y congelan el crustáceo a bordo, y buques que, como los marplatenses, lo conservan en hielo y lo traen a tierra para su procesamiento en planta.
El problema es la obsolescencia, que se está volviendo insostenible. En un país de frazada corta, mientras en el sur la actividad hierve y suma su cuota de naufragios mortales; en Mar del Plata hay plantas vacías y exportaciones en caída.
Cercado por los costos y la competencia asiática en Brasil, su mercado principal, el modelo está en problemas, y seguramente es tema de la mesa sectorial que volvió a reunirse en Mar del Plata bajo la batuta del presidente Macri. En la agenda figura renovar los barcos. Allí, previamente, Macri se reunió con familiares de las tripulaciones del Rigel y el Repunte, dos sonados naufragios. Después, con empresas y gremios, fue taxativo: “No puede ser que cada vez que pasa un accidente digamos que es error humano. Con barcos con más de cincuenta años de antigüedad, no es creíble”.