En este contexto, hablar de elecciones parece ciencia ficción, pero una de las pocas certezas que tiene la Argentina de hoy es que dentro de un año habrá comicios presidenciales.
Debe descontarse, por eso, que tendrán en cuenta esta variable no solo el Gobierno y el resto de la dirigencia política, sino también los actores económicos para cualquier decisión que deban tomar.
Es un hecho: ayer terminó el Mundial y ya arrancan las eliminatorias electorales para 2019. Allí se jugarán acuerdos y desacuerdos para llevar adelante el ajuste al que la Argentina se comprometió ante el FMI, para la aprobación del presupuesto, para la construcción de candidaturas y, también, para la paz social y la recuperación económica o la profundización de los problemas.
No es una cuestión de ansiedad o desaprensión por los problemas propia de políticos sin responsabilidad, sino de una realidad insoslayable que impone la dinámica institucional. En nombre del Gobierno, lo confirmó Marcos Peña en la entrevista que ayer publicó el diario Perfil: "Somos un proyecto de poder que cree que tiene que pensar cómo seguir ganando elecciones...": en el final del párrafo aclaró que hay un bien superior que justifica eso: "...porque somos la mejor representación para una alternativa". Lo mismo piensan los opositores. Eso es lo que los moviliza, los justifica y los explica.
El proceso arranca con dos favoritos claros para clasificarse a la ronda final. Cambiemos y el kirchnerismo son los dos espacios que los apostadores (o las encuestas, que no es lo mismo, pero es igual a esta altura) ubican claramente en ese rol después de desatado el sismo cambiario.
La mayoría de los sondeos realizados en las últimas semanas muestra que el péndulo de movimiento continuo argentino está llevando, en pequeñas porciones, el humor social de un polo al otro. La decepción, el malestar o el enojo que provocó la crisis del dólar en adherentes, votantes ocasionales o electores independientes sin opción se tradujo en un descenso leve pero sostenido de la imagen positiva de la mayoría de las figuras del oficialismo, desde Mauricio Macri hasta María Eugenia Vidal. Lo comprobaron varios dirigentes nacionales en carne propia en las recorridas por el conurbano. Al mismo tiempo, se registra una caída en el rechazo que suscitaba su contrafigura, Cristina Kirchner.
A diferencia del dólar, aún todo sucede en cámara lenta y sin afectar las fronteras más alejadas del núcleo duro de cada uno de esos dos espacios dominantes de la política argentina de los últimos años. Eso hace que si bien la avenida del medio no está mostrando todavía suficiente viabilidad, sí está recuperando fluidez y visibilidad. El metrobús macrista, que había ocupado varios carriles, parece haber reducido su atractivo, mientras que el colectivo cristinista no logra mostrar un restyling suficiente de su identidad vintage, que mantiene alejados a muchos.
El tamaño y las posibilidades de ese centro que busca su lugar entre los polos M y K son una auténtica incógnita o, como diría Ernesto Laclau, un "significante vacío". No tiene hoy una cadena de equivalencias (de reclamos compartidos) ni una figura que los vehiculice. No en la percepción de la sociedad. Como lo ejemplifica Pablo Knopoff, director de Isonomía, la imagen que muestra hoy la opinión pública es la de uno de esos globos alargados que concentran aire en sus extremos parcialmente anudados y tienen un centro extendido y flácido, donde fluyen los gases.
Este escenario bipolar, en pleno movimiento y de márgenes lábiles por razones tanto políticas como económicas y sociales, es un espacio de confort para el macrismo y el kirchnerismo, y un indescifrable acertijo para los que no tienen destino en esos dos extremos. Porque no pueden o porque no quieren. Sobre todo, para las principales figuras del peronismo no kirchnerista.
Muchas de ellas están convencidas de que una nueva centralidad cristinista se parecerá demasiado a la venganza del conde de Montecristo. Miguel Pichetto, Sergio Massa, Diego Bossio, Juan Urtubey, un buen número de legisladores y algunos pocos intendentes del conurbano se anotan en esta lista y no se dejan seducir por las señales amigables y las promesas de indultos que les envían la expresidenta y varios cristicamporistas pragmáticos. Tienen motivos (y antecedentes) para desconfiar.
Esos no kirchneristas ponen su ilusión en que crezca la cantidad de desencantados y se cumpla el apotegma macrista que dice que la demanda ordena la oferta (electoral). Creen (sí, es una cuestión de fe) que eso podría generar una tercera opción que llene aquel vacío del medio.
Mientras tanto, buscan alternativas, desde los inexorables adelantos de elecciones provinciales, que ya tienen decidido concretar varios gobernadores justicialistas, hasta el más complejo e improbable anticipo de comicios municipales, que propone Massa. No están solos, en el macrismo también hay dirigentes evaluando muy reservadamente opciones de ingeniería electoral. Aunque van en sentido contrario, todo tiende acelerar el proceso.
El desenlace de la crisis que empezó en abril y todavía no concluyó tendrá una gran influencia en el reacomodamiento de las piezas y las posibilidades de los distintos espacios de cara a las eliminatorias electorales.
No solo importará cómo concluirá, sino también cuándo se producirá. Salvo algunos diagnósticos catastrofistas, entre los que se destacó anteayer el del ex cafierista-menemista-duhaldista-kirchnerista y ahora precandidato presidencial neofilocristinista Felipe Solá, no abundan los pregoneros de apocalipsis de corto y mediano plazo, pero sí sobran los que prenuncian dificultades, de distinto grado, para reencauzar la economía.
Entre los optimistas, que no dudan de que el deterioro se detendrá y de que la recuperación llegará, no solo están los macristas practicantes, sino también algunos importantes inversores extranjeros con activos en el país. Así se lo dijeron el lunes pasado al ministro Dujovne en una reunión que facilitó la pausa del feriado por el Día de la Independencia.
Sin embargo, entre ellos hay una discrepancia sustancial: en el Gobierno auguran un semestre de caída o recesión y un cambio de signo en el primer trimestre de 2019. Los inversores ven nueve meses de dificultosa gestación hasta alumbrar una tibia recuperación. En tal caso llegaría en los albores del calendario electoral,
Es una diferencia demasiado importante para un año electoral, mucho más si, como coinciden numerosos y diversos analistas, cualquier mejora se verificará antes en los indicadores que en la economía personal y en el empleo de la mayoría de los argentinos.
Entre la frialdad de los números y la contundencia de la percepción personal puede radicar toda la diferencia que defina una elección presidencial, sobre todo si vuelve a definirse en un más que apretado ballottage, como hoy se vislumbra que ocurrirá y como ya sucedió en 2015.
Por eso, es altamente probable que el oficialismo deba volver a buscar en su reconocida eficacia electoral lo que la economía le retacee para volver a entusiasmar al electorado. No se cumpliría su axioma de que la gestión ordena la política. Pero si lo logra, el macrismo demostrará, una vez más, que es notablemente contraintuitivo.
Por: Claudio Jacquelin