Durante los dos primeros años en el poder, reinando en las encuestas y con un programa gradualista, Macri optó por acordar reformas con el peronismo. Ahora, castigado por la crisis financiera, con expectativas sociales pesimistas y ante la necesidad de ajustar las cuentas públicas, prefiere mantenerse en soledad. La contradicción parece irracional. Pero Macri tiene razones poderosas para incurrir en ella. Habrá que ver los resultados.
El argumento inicial para no hacer depender el éxito del programa negociado con el FMI de un entendimiento con el peronismo es que ese partido, igual que el empresariado o el sindicalismo, carece de un liderazgo unificado. Macri debería agradecer ese defecto. Porque esconde un beneficio. La fragmentación peronista le dificulta la gobernabilidad. Pero le facilita la competencia electoral.
Otra razón para prescindir de un pacto es que nada asegura que el PJ , al final, va a colaborar. La división interna determina una dinámica. La fracción más intransigente, el kirchnerismo, impone su dureza a todas las demás. Hay dos casos que revelan esta lógica. Son la reforma laboral y la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central. En ambos los senadores peronistas que lidera Miguel Pichetto advirtieron al Gobierno: "No nos manden los proyectos porque Cristina nos terminará denunciando por entregar a los trabajadores o prestarnos al acuerdo con el Fondo". Corolario: el peronismo no kirchnerista puede conciliar en materias en las que también conciliaría la expresidenta. La diferenciación se reduce más a lo estético que a lo conceptual.
Este imperio de la señora de Kirchner sobre el resto del PJ explica que la Casa Rosada se muestre pesimista en relación con un acuerdo. "Nos usan para sacarse de encima la mala imagen de la gestión anterior; pero cuando llegue el momento de firmar, nos dejan solos", piensa Macri. Ese cinismo está emitiendo indicios. Luis Barrionuevo, interventor en el PJ, organizó para hoy un panel sobre Economía, del que participarán el duhaldista Aldo Pignanelli, el massista Marco Lavagna y Fernando Yarade, jefe de Gabinete del gobernador Juan Manuel Urtubey. Las exposiciones intentarán responder estas preguntas: ¿valdrá la pena el acuerdo con el Fondo?, ¿en algún momento se fortalecerá el peso?, ¿es posible otro plan económico que no ahonde la diferencia entre ricos y pobres? Las respuestas son bastante previsibles: no, no y sí.
Un factor modificará el peso relativo de los actores y profundizará los desacuerdos. Es la inevitable recesión. A mayor caída en el nivel de actividad, mayor distanciamiento del PJ. Esta divergencia plantea un problema temporal que Macri tiene claro: en el caso de que acuerde un ajuste fiscal ahora, es improbable que los legisladores peronistas se lo convaliden en septiembre, cuando se trate el presupuesto en el Congreso, en un contexto económico y social más depresivo.
El impacto de la recesión sobre la política plantea otro interrogante. ¿Los radicales serán solidarios con el recorte del gasto público? En la UCR ya circulan objeciones. "¿Vamos a bajar programas sociales a las provincias mientras mantenemos el programa de reducción de retenciones para el campo, que ha mejorado su rentabilidad con la devaluación?", se preguntaba ayer un influyente dirigente radical. No es la disidencia más relevante. En la conducción del radicalismo, que encabeza Alfredo Cornejo, temen muchísimo los efectos recesivos de la depreciación del peso, de la altísima tasa de interés y del ajuste fiscal. Allí influyen economistas heterodoxos, como Alfonso Prat-Gay, Martín Lousteau y Pablo Gerchunoff. ¿Puede reeditarse una discusión dentro de Cambiemos como la que ocurrió con las tarifas en abril? Los peronistas esperan que se desencadene esa pelea de familia para ponerse más duros frente al oficialismo.
La apuesta a sostener su programa con prescindencia del PJ hace juego con la marcada inclinación personalista de Macri. La repulsión a establecer pactos políticos que, a primera vista, devaluarían su autoridad es la contracara de otra fobia: la de concentrar las decisiones administrativas en unos pocos colaboradores. El gabinete está fragmentado en 20 ministerios. La rutina de trabajo consiste en infinidad de reuniones de coordinación, para que todas las decisiones sean colegiadas. "Hay tantas mesas que la Casa Rosada parece una mueblería", suele bromear un diputado. Así como objetan el aislamiento respecto del PJ, los radicales critican esta dispersión. Cornejo se lo hizo saber a Macri. Macri, paciente, escucha. Pero está a años luz de aceptar recomendaciones sobre cómo organizar su gabinete. "Que me traigan soluciones para el verdadero problema, que es reducir el déficit", masculla.
El repliegue de Macri incide en el balance interno de poder. Fortalece a Marcos Peña, custodio de la identidad de un oficialismo que se presenta como ruptura con todo lo anterior. En tensión con esa imagen están María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta. Fueron los primeros en tender puentes con el PJ, lo que incluye a Sergio Massa, con quien Macri no acepta reconciliarse, para alivio de Elisa Carrió. Las motivaciones de Vidal y de Larreta son de corto plazo. Ambos tienen mucho que perder en un conflicto con el peronismo. La dirigencia de ese partido sabe que, para tener alguna chance competitiva el año próximo, deben quitar recursos a la Capital y, sobre todo, a la provincia de Buenos Aires.
La pregunta más importante: ¿es posible cumplir con el programa con el Fondo sin acordar con el PJ? El Gobierno cree que sí. No por el tecnicismo de que se puede gobernar el año próximo con el presupuesto de este año. El razonamiento en el que se sostiene la decisión de Macri es más sofisticado. Confía en que los gobernadores y los legisladores no kirchneristas se aproximen sin que los llamen, porque cualquier maniobra obstructiva los asociaría a Cristina Kirchner. Es el problema de dirigentes como Massa, Urtubey, Pichetto o Schiaretti: si colaboran demasiado, pagan los costos del ajuste; si obstruyen, fortalecen a su antigua jefa. En su propósito de conseguir acuerdos parlamentarios, Macri consintió la ficción de que el PJ dialoguista no tuvo nada que ver con los desaguisados que dejó el kirchnerismo. Pero desde el conflicto por las tarifas abandonó esa presentación piadosa y comenzó a hablar de "el gobierno peronista que nos precedió". Algo así como "fueron todos". Con tal de evitar ese discurso, creen en la Casa Rosada, el PJ poskirchnerista se resignará a cooperar.
Este ajedrez se apoya en encuestas. La política sigue liderada por Macri y la señora de Kirchner. Según el consultor Federico Aurelio, el oficialismo tiene un piso electoral de 35 puntos y el kirchnerismo, uno de 30. La crisis complica el sueño de Macri de ganar en primera vuelta. Pero con Cristina Kirchner, o un ahijado de ella, como alternativa, ganaría el ballottage. Macri, y sobre todo Peña, vuelven al riel: polarizar con la expresidenta e ignorar cualquier otra versión del peronismo.
La expresidenta colabora. No revela si se postulará. Y deja correr las candidaturas de Felipe Solá, Agustín Rossi y el exneokirchnerista Alberto Fernández, acompañados por Axel Kicillof como vice y Máximo Kirchner como candidato a diputado. Desde que la Cámara de Casación retiró del Tribunal Oral N° 8, que la juzgará por la denuncia de Alberto Nisman, a la jueza Sabrina Namer, está convencida de que el Gobierno quiere encarcelarla. Si no a ella, a su hija. En Comodoro Py aseguran que Juan Martín Mena y el exsecretario de Justicia Julián Álvarez realizan gestiones para evitar ese destino. Tiembla Osvaldo Sanfelice, Bochi. Podría ser la moneda de cambio por sus sospechosos negocios en Bariloche. Es el mejor amigo de la familia. En su mansión de la zona norte Cristina Kirchner suele pasar la Navidad.
La contradicción Macri-Kirchner se suma a la interminable colección de
paradojas que mortifican al Gobierno. El mundo del dinero ve en la eventual
reelección de Macri una garantía. Pero si la alternativa es un reflujo
populista, esperará para tomar decisiones. Las inversiones se seguirán
demorando. Aunque el Gobierno cumpla con el Fondo.
Por: Carlos Pagni