¿Cuánto más valor va a perder el peso, los bienes, las propiedades, el salario y todo lo que se compra y lo que se vende con moneda nacional? Nadie lo puede calcular con seriedad. Lo que viene pasando con la economía desde diciembre del año pasado hizo trizas todos los pronósticos de los especialistas.

Quizá el dato más relevante es que las causas son múltiples. Desde la guerra comercial de los Estados Unidos con China y Alemania hasta la suba de las tasas de referencia del Tesoro norteamericano. Desde el déficit fiscal hasta el enorme endeudamiento externo. Desde la decisión de endeudarse emitiendo bonos soberanos cuyo valor se derrumbó estrepitosamente hasta las ostensibles dificultades para bajar la inflación.

Ya se dijo hasta el cansancio que la volatilidad del mundo afecta más a los países "emergentes" y dependientes del crédito externo. Pero ¿por qué razón la Argentina es la que más viene sufriendo el impacto del mundo exterior? La respuesta, además de económica, es política. Es que el país, y por supuesto, el Gobierno, no generan confianza. Al contrario: sus últimas decisiones políticas y económicas aumentan la incertidumbre. Es más: el nivel de expectativas sobre el futuro de la economía y el crecimiento es el más bajo desde diciembre de 2015, cuando Mauricio Macri asumió.

El oficialismo ya perdió la oportunidad de plantear a los argentinos cuál fue la verdadera herencia que recibió del gobierno anterior. El no hacerlo a su debido tiempo, porque temía provocar una ola de pesimismo, no solo fue una falla de comunicación. Fue una equivocación política de marca mayor. Porque aceleró la dinámica de la crisis, y puso a la administración, desde el principio, a correr detrás de los acontecimientos, practicando un "anuncismo" constante y generando expectativas que nunca terminaron de cumplirse.

Si se mira hacia atrás, se comprobará que el jefe de Estado se la pasó comunicando optimismo futuro. O, para decirlo más claro todavía: augurando escenarios que nunca terminaron de suceder. Desde el zarandeado segundo semestre hasta lo peor ya pasó. Desde las metas de inflación hasta los objetivos de crecimiento que jamás se cumplieron. Ahora, ese misterio insondable que se denomina mercado, está a la espera de nuevas medidas económicas. ¿Se anunciará finalmente un fuerte aumento del impuesto a los viajes al exterior? ¿Se les cobrará a los que gasten dinero fuera de la argentina con tarjeta un porcentaje extra, con el objetivo de contener la fuga de divisas? ¿Se revisarán las rebajas programadas de las retenciones a la soja? ¿Se detendrán los aumentos de las tarifas de la luz, el gas y el agua? ¿Iniciará Macri una nueva etapa de kirchnerismo con buenos modales, como sostiene José Luis Espert, para intentar detener la fuga de los votos para su reelección? ¿O morirá con las botas puestas, intentando bajar el déficit fiscal, ese mal crónico que padece la Argentina desde hace por lo menos setenta años?

Las corridas cambiarias ya se llevaron puesto a un presidente del Banco Central (Federico Sturzenegger) y a dos de los ministros más antipopulistas, Juan José Aranguren y Francisco Cabrera. Pero ni los cambios de nombres ni el préstamo récord del Fondo Monetario Internacional, ni la elevación de categoría de economía de frontera a emergente sirvieron para detener la sangría. Entonces ¿qué está pidiendo el misterioso mercado? ¿Un cambio completo de gabinete, incluido los ojos y los oídos del Presidente, compuesto por Marcos Peña, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui? La desconfianza y la incertidumbre que todavía perduran ¿es porque no creen que Macri sea capaz de cumplir con su palabra de bajar el déficit? ¿O porque el mercado descuenta que la oposición no acompañará ni convalidará las políticas del Poder Ejecutivo?

Es tanto el ruido que hay ahora mismo, que la única esperanza del Presidente para mantener viva la posibilidad de ser reelecto consiste en aguardar que el Fondo Monetario sea más comprensivo y menos rígido de lo que sostienen los documentos firmados, y rezar para que Cristina Fernández se presente como candidata a Presidenta, y que el peronismo vote fragmentado. Parece que Macri se dio cuenta demasiado tarde de que gobernar no significa solo tomar decisiones, sino comunicar el porqué, y con qué objetivos.

En los últimos días, un experto en comunicación lo alertó sobre la posibilidad de que el vínculo que construyó con millones de argentinos, y que le permitió ganar las dos últimas elecciones, esté a punto de romperse de manera casi definitiva.

Las masivas compras de dólares de pequeños ahorristas de los últimos días parecen abonar la inquietante teoría. El optimismo es un combustible indispensable para coronar la victoria. Pero el optimismo sin fundamento significa solo negación.