¿Es cierto que la Iglesia apoyó el paro nacional de anteayer? La rumorología indica que sí, pero no hay ninguna declaración ni documento de los obispos que den testimonio de semejante compromiso político.
Es cierto que la influyente Comisión de Pastoral Social de la Iglesia (la que más visibilidad tiene porque su función es, precisamente, vincularse con los sectores políticos, sindicales e institucionales) se rodeó en las jornadas sociales anuales, que se realizaron la semana pasada, de dirigentes gremiales, muchos de ellos promotores de la huelga nacional.
Pero en esas jornadas no hubo, que se sepa al menos, ninguna mención de la
medida de fuerza. Sin embargo, varios obispos comenzaron a preocuparse (o se
preocuparon más de lo que estaban) por el sesgo ideológico y sectorial que a esa
comisión le está dando su nuevo presidente, el obispo de Lomas de Zamora, Jorge
Lugones, un jesuita que, según las versiones, tiene buena relación con el papa
Francisco.
La Comisión de Pastoral Social ha tenido en la historia un papel muy importante. Fue constructora de puentes entre sectores enfrentados y tuvo a su cargo, por ejemplo, la Mesa del Diálogo que se abrió en 2001, cuando ya el gobierno de Fernando de la Rúa tambaleaba. Gran parte de los planes sociales que todavía existen surgieron de esas mesas de diálogo que unieron a gobierno, empresarios y sindicatos. Para preservarse como una instancia de arbitraje y mediación, la Comisión de Pastoral Social (y la Iglesia en general) se mantuvo lejos del compromiso con algún sector que pudiera protagonizar luego algún enfrentamiento.
La pregunta que corresponde hacer, ante los cruciales cambios en los modos de esa comisión, es si el proyecto sobre el aborto influyó para radicalizar a los obispos en una posición extremadamente opositora a la política del presidente Macri.
El proyecto sobre el aborto, cuyo debate fue consentido por el propio jefe del Estado, está provocando fuertes divisiones internas en la coalición gobernante. Ya lo expresó Elisa Carrió, con una posición contraria a la legalización del aborto, en la Cámara de Diputados. En el Senado, es el presidente provisional del cuerpo, el macrista Federico Pinedo, quien lidera a los senadores de Cambiemos contrarios a la aprobación de ese proyecto. También de Cambiemos surgen figuras con un rol importante en la defensa de la legalización del aborto.
El propio Presidente debió hacer equilibrios internos, recibiendo a exponentes de uno y otro bando. Aunque el mandatario se manifestó personalmente contrario al aborto, lo cierto es que los fuegos internos no se apagaron. En los últimos días, hubo varios choques y enfrentamientos soterrados entre dirigentes de la alianza en el poder por ese proyecto. ¿Era la oportunidad de plantear un tema forzosamente divisorio aun dentro de la coalición gobernante? Probablemente, no.
El proyecto sobre el aborto golpeó especialmente a la Iglesia. Es una cuestión en la que no hay concesiones posibles para obispos o simples curas del catolicismo. Para peor, tanto la Iglesia como el Papa tuvieron información equivocada sobre el final en la Cámara de Diputados. Funcionarios nacionales informaron al Vaticano que el rechazo del proyecto contaba con ocho votos más que la aprobación.
Según fuentes oficiales, el propio Macri tenía esa información incorrecta, si se la mira con los resultados posteriores a la votación. Las cosas no resultaron como preveía ese recuento porque el gobernador de La Pampa, Carlos Verna, terminó volcando la votación hacia la aprobación del proyecto en las horas agónicas del debate. Antes, otros dos o tres diputados habían cambiado de posición.
El propio Papa se expresó con duros términos sobre el aborto luego de la votación. Es cierto que también lo tergiversaron. No comparó el aborto en general con los métodos nazi. Para hablar del régimen nazi se refirió específicamente a los abortos que se realizan cuando se descubren fetos que vienen con problemas o malformaciones. En ese sentido, expresó que el descarte de personas por sus características era parecido a lo que hacían los nazis. No es lo mismo.
Era obvio, por lo demás, que el tema del aborto tensaría la relación del gobierno de Macri con el Papa y con la Iglesia, tal como lo consignó en su momento LA NACION. Con todo, la explicación de lo que hace y dice el obispo Lugones no debe buscarse en la conflictiva cuestión del aborto. O no solamente. "El aborto está, pero la Comisión de Pastoral Social es otro problema", dijo un obispo.
Varios prelados habían comenzado a preocuparse por Lugones en el mismo instante en que fue elegido presidente de esa comisión. En las jornadas recientes sobre cuestiones sociales, Lugones llegó a refutar, punto por punto y delante de ella, el discurso que la gobernadora María Eugenia Vidal había pronunciado en ese mismo ámbito.
Por ejemplo, la gobernadora dijo que su misión es "hacer y estar" en medio del conflicto social, que sin duda existe. Lugones le replicó que, además de hacer y estar, debe "sentir" la dimensión del conflicto. Fue una manera de equiparar su posición con la de un gobernante legítimamente elegido por la sociedad. Nunca antes un gobernador bonaerense fue refutado por los obispos de la Pastoral Social en esas jornadas sociales. Ni Daniel Scioli ni Vidal. No lo hicieron Jorge Casaretto, un histórico presidente de esa comisión, ni Jorge Lozano, actual arzobispo de San Juan y quien condujo esa comisión en los últimos años. Y eso que Lozano tiene un antecedente con el que no cuenta ningún otro obispo: fue obrero en su juventud. El actual presidente, Lugones, es, en cambio, un obispo que mira la realidad con una clara dirección ideológica, y es evidente que sus ideas no coinciden para nada con las que proponen el gobierno de Macri y el de Vidal.
Tiene derecho a la disidencia -cómo no-, pero la vida y su investidura lo colocaron en una función que lo obliga a cuidarse de inclinar la balanza hacia un lado. La instancia de mediación de la Comisión de Pastoral Social podría quedar definitivamente neutralizada. Esta es la visión compartida por varios obispos importantes de la Iglesia. Lugones cree también que la solución surgirá de los movimientos sociales, de abajo hacia arriba, y esa concepción también choca con la percepción de no pocos obispos, que confían más en una solución construida por las instituciones democráticas.
Una posición muy distinta tuvo el presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Oscar Ojea, quien dio un discurso mucho más moderado en la inauguración de las jornadas sociales. Si bien reconoció que existe un fuerte conflicto social, también recordó que la lamentable existencia de muchos pobres en el país no es una noticia de los últimos dos años.
Lo dijo de otra manera, pero lo dijo. Bregó para que los pobres no sean la variable del ajuste que se hará después de la reciente crisis cambiaria. Es decir, fue coherente con la posición de la Iglesia, que recordará que existen pobres mientras haya un solo pobre. La diferencia entre Ojea y Lugones es que en Ojea estuvo la mirada de un pastor, no la de un hombre conquistado por la ideología.
Muchos se preguntan si detrás de las posiciones y los discursos de Lugones está el papa Francisco. Es otra manera de devaluar el rol mundial que tiene el Pontífice, más preocupado en estos días por la crisis migratoria en Europa (y sus consecuencias políticas) que por los detalles de la minúscula política argentina. Una cosa es que el Pontífice conozca a Lugones. Otra es que esté al tanto de cada una de sus reuniones, de sus palabras y de sus gestos.
De hecho, el Papa estuvo reunido hace muy poco con la gobernadora Vidal, a la que suele ver más de lo que se sabe, y con la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, otra presencia en las jornadas en que Lugones desplegó su oposición al Gobierno. Esas reuniones con funcionarios no comprometen al Papa, desde ya, con las políticas del Gobierno. Tampoco debería comprometerlo lo que dice un obispo entre más de ochenta obispos argentinos.