Sin duda alguna, la plaza triguera local en este año amerita varias reflexiones. En primer lugar, es importante reconocer que el planteo para el ciclo 2017/2018 no podía ser mejor para nuestro país. Nuestro gran cliente, Brasil, venía de un mal año productivo y Paraguay y Uruguay (competidores directos como abastecedores) también mostraban un año entre malo y muy malo en materia de cosechas. Además, otros exportadores de los tradicionales tampoco presentaban excedentes importantes. En definitiva, un año "a pedido" para la Argentina. De allí los atractivos precios verificados durante el período de siembra (junio/julio), que se mantuvieron hasta bien entrada la cosecha.
Así, los productores argentinos vendieron el 70% de la producción entre 160 y 170 dólares por tonelada, con ventas forward realizadas con mucha anticipación. En nuestra opinión, dicha decisión fue acertada, toda vez que eran valores que permitían capturar rentabilidad. Pero ya a principios de enero escribimos en estas páginas que el trigo argentino estaba en liquidación y que los valores FOB eran los más baratos del mundo.
En dicho contexto, muchos comenzaron a ver la conveniencia -plenamente
justificada- de dilatar decisiones de venta. La historia posterior es conocida.
Las cotizaciones FAS comenzaron una escalada y hoy se ubican cómodamente por
encima de los 240 dólares por tonelada y estamos recién comenzando junio. Faltan
más de cinco meses para el ingreso de los primeros lotes de la nueva cosecha y,
según nuestros cálculos, el trigo remanente no alcanza para abastecer la demanda
aún insatisfecha de Brasil y las necesidades de la industria local del presente
año comercial.
Así las cosas, la plaza triguera es una caldera. Las existencias de trigo están
primordialmente en el sudeste de la provincia de Buenos Aires, lejos de los
centro de consumo y de los molinos. En consecuencia, los precios de la harina y
del pan han subido en forma exponencial y el consumidor será la variable de
ajuste, al tiempo que el Poder Ejecutivo deberá enfrentar un significativo costo
político. Semejante cuadro de situación, ¿se podría haber evitado, toda vez que
los principales beneficiados han sido los importadores de trigo argentino? Los
exportadores con posición comprada (que no es poca), los panaderos y los molinos
que aumentan desmesuradamente el precio de la harina también muestran
beneficios.
Muchos interpretan la cuestión como algo inevitable. ¡Es el mercado!, afirman. No compartimos. Es cierto que ganamos mercados, pero el costo no parece plausible. Un manejo más adecuado del FOB Índice podría haber evitado la avalancha de ventas. Si los molinos utilizaran los Mercados a Término se podrían evitar las explosivas alzas en la harina que hoy se verifican. Un productor más informado podría haber dosificado las ventas con mejores resultados (se dejó de ganar mucha plata).
Ahora bien, ¿cómo debe encarar la campaña 2018/2019 el productor triguero argentino luego de estos comentarios? Es muy peligroso extrapolar la realidad de la actual campaña. Cada año es un partido distinto. Imaginar el escenario para diciembre/enero de 2018 implica tener en cuenta algunas consideraciones. Trigo en el mundo hay y las reservas son cómodas. En consecuencia, si la cosecha gruesa estadounidense es buena, los 190/200 dólares del trigo para cosecha tienen muy bajas probabilidades de mantenerse y una hipótesis de 170 dólares no debe descartarse. Vender a 190/200 y comprar calls julio sería la combinación ideal. Quienes pueden esperar para comercializar deben contemplar la alta probabilidad de que se manifieste el tradicional "efecto Mercosur" y allí se puede tejer otra historia.