El Gobierno y los principales operadores económicos disfrutaron de un alivio
las últimas 48 horas. Mauricio Macri fue más categórico: declaró superada la
crisis financiera que se desató hace tres semanas. Pero esa tormenta puso bajo
fuego al Presidente y su sistema de poder. Es imposible saber si esa crisis era
el trauma que el oficialismo hubiera requerido en un comienzo, para justificar
sus ajustes económicos.
Seguro es el cimbronazo que necesitó para, en estas horas, revisar algunos comportamientos. Se presta una nueva atención a la estrategia fiscal y, sobre todo, monetaria. Y se ensaya una reconciliación con los aliados y un acercamiento a los rivales. Nada que sorprenda: Macri intenta regresar a los procedimientos y prioridades anteriores a las elecciones de octubre. Lo llamativo no es que vuelva. Lo llamativo es que los hubiera abandonado.
La tensión se disipó anteayer, cuando el Banco Central logró recolocar las Lebac y que el dólar se replegara. En ese éxito fue decisiva una operación promovida por Luis Caputo, con quien Federico Sturzenegger ha de estar, sin duda, agradecido. El ministro de Finanzas hizo gestiones para que los fondos BlackRock y Templeton adquirieran bonos en pesos por millones de dólares. BlackRock es el principal administrador de activos del planeta. Templeton está entre los primeros veinte.
Se sospecha que también otro gigante, Pimco, intervino en la licitación.
Cuando los operadores financieros detectaron que esos megajugadores se deshacían
de US$3000 millones a menos de $25 para comprar papeles en pesos, los Botes, a
una tasa de alrededor de 21% a 8 años y de 19% a 5 años, entendieron que la
turbulencia estaba, por el momento, superada. Renovar las Lebac era, entonces,
razonable.
Templeton y BlackRock estaban lejos de hacer un favor político. Entre los
expertos se afirma que uno de ellos hizo un extraordinario negocio saliendo con
el dólar a $20 y regresando cuando estaba a $25. ¿Por qué no? En el caso de los
Botes, los fondos estaban mejorando la rentabilidad promedio de sus posiciones
en esos mismos bonos, comprados hace más de un año a tasas que resultaron muy
inconvenientes. No ayudaban a Macri. Se ayudaban a sí mismos. El efecto
BlackRock-Templeton es una prueba del fetichismo con que suele moverse el
mercado.
Los financistas a los que no les había alcanzado para tranquilizarse el
anuncio de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, asociado a
condicionalidades fiscales y monetarias, se calmaron al enterarse de que ignotos
ejecutivos de dos o tres marcas estelares declaraban que, para ellos, había
terminado la tormenta. Las expectativas son el opio de los pueblos.
Más allá de este desahogo financiero, el Gobierno quedó marcado por el paso del tornado. El gabinete estuvo en sesión permanente desde el viernes. Los principales ministros, encabezados por Gustavo Lopetegui y Mario Quintana, ofrecieron su renuncia al Presidente. Pero también fueron al ataque: recrudecieron las críticas a la gestión de Sturzenegger. Sirvió de poco. El domingo por la tarde Macri ratificó a todos. Y se molestó por los cuestionamientos al presidente del Banco Central, quien ayer reconoció que "tendremos que reflexionar sobre el mensaje del mercado". Una manera de avisar que sobrevivió.
Estas palabras no despejaron algunas incógnitas. ¿Sturzenegger será
sustituido más adelante? ¿Se lo mantendrá, pero rodeado de otros colaboradores,
para salvar deficiencias técnicas? Y el interrogante principal: ¿abandonará el
Gobierno el sistema de metas de inflación para retomarlo cuando la macroeconomía
esté estabilizada?
Macri confirmó ayer a todo su gabinete. "Las soluciones las buscaremos dentro de
este equipo", había adelantado, delante de su equipo, el lunes por la mañana. Él
suele justificarse en estos términos: "¿Cuánto me lleva lograr que alguien de
afuera aprenda la tarea y se adapte al resto del equipo?".
El staff permanece, entonces, sin cambios. Las modificaciones se verifican solo en la gestión política. Y son ínfimas. Macri, y sobre todo Marcos Peña, reincorporó a la mesa de discusión al presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, y al radical Ernesto Sanz, avalado por Alfredo Cornejo, el presidente del partido. No es una reforma que llame la atención. Solo se repuso el formato originario. La única novedad es la integración de Fernando Sánchez, de la Coalición Cívica.
Este regreso a los orígenes subraya las propensiones endogámicas que dominan el núcleo del oficialismo. Es curioso, por ejemplo, que un gobierno que está en minoría en el Congreso hubiera excluido de las decisiones al presidente de la Cámara de Diputados. La reapertura se debió a Peña, pero también a María Eugenia Vidal. Ayer se realizó un primer encuentro, del que participaron Peña, Quintana, Lopetegui, Monzó, Sanz y el radical Gerardo Morales.
La preocupación principal del grupo es la relación con el peronismo. Todavía es una inquietud abstracta. Nicolás Dujovne no precisó cuáles son los compromisos ante el Fondo. Aun cuando, el domingo, hizo una presentación detallada del nuevo programa fiscal, delante de Macri y de los funcionarios de la Jefatura de Gabinete.
El Presidente insistió ayer en que la reducción del déficit será su objetivo principal. En rigor, enfatizó una tarea que ya se venía realizando. El incremento de la recaudación ha sido desde hace meses muy superior al del gasto.
Esta tendencia es tan notoria que el Gobierno analizó, hace un par de meses, ajustar la meta fiscal de este año. Desistió de hacerlo para no regalar un argumento a los que despotrican contra el aumento de tarifas. ¿Cómo justificar que se retiran subsidios si las cuentas públicas se equilibran antes de lo previsto? Dujovne hizo ese anuncio hace dos viernes, como respuesta al shock de desconfianza de los inversores.
La relevancia del objetivo fiscal expresa, sin embargo, un giro retórico. El Macri de ayer pareció mucho más sensible a las expectativas del mercado que el que habló ante el Congreso el 1º de marzo.
Aquellas pretensiones de reducir la ingesta de azúcar, terminar con el sexismo salarial o convertir Campo de Mayo en una reserva ecológica parecían las de un país nórdico, que había resuelto los desequilibrios heredados. Una divergencia sideral con la recomendación del Fondo en su revisión del artículo IV, ahora una biblia, de aplicar el capital electoral de octubre a las reformas pendientes.
El temario, mucho más prosaico, impuesto por la crisis obliga a Macri a reexaminar la relación con el PJ. Ayer habló de un gran acuerdo nacional, de ecos lanussianos. Ya se fijaron algunas premisas. No se aceptará que el Fondo condicione el financiamiento a la sanción de leyes específicas.
El Gobierno, en minoría, no quiere que cada medida lo ponga al borde del abismo. La discusión con la oposición pasará por el presupuesto nacional. El oficialismo que se sienta a discutir está debilitado. Y deberá renegociar sus promesas con el electorado. Lo reconoció Dujovne: habrá más inflación y menos crecimiento. Los peronistas, por lo tanto, tampoco son los mismos. Su principal hipótesis operativa, que Macri tenía escriturada la reelección, ha sido puesta en duda. Los gobernadores y legisladores que deliberan con Rogelio Frigerio y con Monzó serán menos generosos porque ahora se animan a fantasear un ballottage.
Hay otra alteración en el paisaje. Casi todas las provincias exhiben superávit primario. Es el resultado de que la recaudación ha mejorado y de la devolución de coparticipación. Presionar a los gobernadores es menos efectivo.
Se entiende, entonces, que la administración central se haya vuelto más severa: desde el viernes pasado, los avales de endeudamiento provincial deben ser firmados, además de por Frigerio, por Peña y por Dujovne.
El peronismo exkirchnerista tiene una inquietud central: que Cambiemos no avance con candidaturas locales en las provincias donde ganó las legislativas. Esta disputa electoral está en el trasfondo de cualquier negociación. Macri afronta, en este caso, un dilema. Para tranquilizar al PJ debe desalentar las pretensiones del radicalismo, que aspira a quedarse el año próximo con, por lo menos, ocho provincias.
El PJ federal también está en una encrucijada. Si se opone demasiado, se identifica con el kirchnerismo. Si se muestra solidario, alimenta al kirchnerismo derivándole el voto descontento.
En la mesa de arena del Gobierno, que quedó instalada ayer, estas contradicciones son teóricas. La verdadera preocupación se refiere a lo que suceda dentro de dos meses, cuando el pronóstico descarnado de Dujovne se comience a corroborar. El temor de Macri está en la calle.
Por: Carlos Pagni