La noticia de que la Argentina atraviesa dificultades que le han obligado a
solicitar la ayuda del FMI es preocupante, pero no debe minar la confianza en un
país que ha demostrado una innegable determinación de normalización económica y
una exitosa vocación de regresar al mundo y hacer oír su voz.
Tras una década de aislamiento impuesto por gobiernos peronistas, la llegada de Mauricio Macri a la presidencia en 2015 abrió grandes expectativas dentro y fuera de la Argentina. Sin embargo, en apenas quince días la Argentina ha pasado de ser una de las estrellas de los mercados a tener que solicitar una cuantiosa línea de crédito al FMI. La ciudadanía ha entendido en este movimiento una señal de alarma sobre el estado de la economía.
Macri ha optado por una solución técnicamente acertada, pero con un importante coste político. El anuncio presidencial al menos logró calmar en parte a los mercados, pero ha generado inquietud sobre las condiciones que exigirá el FMI. Aunque en el organismo la imagen de la actual administración argentina es buena, sigue presente el recuerdo de la hostilidad planteada por las presidencias de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (2007-2015).
La Argentina necesita perseverar en el rumbo reformista que ha iniciado. Es el acertado para un país clave y con un gran potencial regional y global. Esas reformas merecen un voto de confianza, dentro y fuera del país.