Cerca del jefe de gabinete, Marcos Peña, se deben estar divirtiendo de lo lindo. Los mismos que acusan a Jaime Durán Barba y al propio Peña de ser los responsables de que el Gobierno comunique mal, quedaron primero confundidos y después sorprendidos. En rigor, todavía no alcanzaron a asimilar el profundo impacto que tendrá, en las encuestas y en la vida cotidiana de la Argentina, la nueva agenda de género que planteó el Presidente en la Asamblea Legislativa del 1´ de marzo pasado.
El impacto alcanzó incluso en Jorge Bergoglio. En el Vaticano temen que la habilitación que dio el Poder Ejecutivo para que el Parlamento debata sobre la despenalización del aborto, haga creer a muchos jefes de Estado del mundo que el Papa ni siquiera tiene predicamento en su propio país.
Cerca del Presidente sostienen que el verdadero disparador de la decisión de Macri de considerar la discusión del proyecto no fue el alerta de los diputados nacionales Emilio Monzó y Carmen Polledo. Parece que ambos, en un casi rutinario encuentro de seguimiento, le advirtieron al Presidente que, una vez más, el potente reclamo de aborto legal de las organizaciones feministas iba a hacer que "al Gobierno lo corrieran por izquierda y lo pusieran a la defensiva". Fue en ese momento cuando Macri, quizá recordando su iniciativa como jefe de gobierno de permitir, en un registro de la Ciudad, la primera unión civil, que tanto ruido hizo entre él y Bergoglio, preguntó: "¿Y si habilitamos la debate parlamentario? Quizá lo vamos a perder. O tal vez no. Porque somos minoría y porque muchos de nuestros legisladores van a votar en contra. ¿Pero no deberíamos empezar a poner sobre la mesa este tipo de problemas, más allá de nuestras propias opiniones personales?"
La información de que la ocurrencia fue tan espontánea parece contradictoria
con el mismo contenido discurso de apertura de sesiones. Ningún analista
despierto, en su sano juicio, podría admitir que las promesas del Presidente de
equiparación salarial entre mujeres y varones, la ampliación de licencia por
paternidad e incluso el ataque a la gran epidemia del mundo, que es la obesidad
la infantil y también la adulta pudieron haber sido planteadas sin un mínimo
debate entre los integrantes de la llamada mesa chica del gobierno.
En otra categoría, ciertamente más baja, están para ser analizadas otras anécdotas más superficiales. Por ejemplo: si se equivocó Macri o no al repetir "lo peor ya pasó". O introducir el concepto de "crecimiento invisible". Pero esos supuestos errores no forzados son, en realidad, un síntoma del principal problema de gestión: el de la marcha de la macroeconomía.
Los economistas más puntillosos y que analizan los tiempos políticos coinciden: el rumbo es el correcto, pero la velocidad no alcanza, todavía, para entusiasmar a la mayoría del electorado y asegurar la reelección. Agregan: no estar mal e ir creciendo despacito despacito al mismo tiempo que baja el déficit primario de a un puntito. Pero advierten que los intereses y la bola de nieve del nuevo endeudamiento pueden hacer a la economía más frágil y por lo tanto más vulnerable.
Dentro de la misma corriente de opinión afirman que el diseño es tan ajustado que no incluye la aparición de los denominados cisnes negros, como la sequía del último año, o el efecto posible efecto del proteccionismo exacerbado de Donald Trump. La sequía, calculan en Hacienda, podría llegar a afectar en más de medio punto el crecimiento del PBI. Y sobre las consecuencias que en la tasa de interés internacional pueden tener las bravuconadas del Presidente de los Estados Unidos mejor ni hablemos, porque todavía no se puede calcular la dimensión exacta del daño que podría llegar a generar en la Argentina.
De cualquier manera, los tradicionales comentaristas de siempre deberían, a esta altura, dejar de subestimar a los comunicadores inexpertos del gobierno. En ese sentido, parece un análisis por lo menos superficial el que sostiene que la administración Macri hace esto solo para que no se hable de economía. El Presidente habla de economía. Peña, Nicolás Dujovne y el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, también lo hacen. El verdadero objetivo del Gobierno no es que no se hable de números, sino que prevalezcan los datos que constituyen buenas noticias.
Eso lo solía hacer bien muy bien, en especial, durante los primeros años de su gestión, otro gran comunicador, el ex presidente Néstor Kirchner. Es verdad que tenía el contexto demasiado a su favor. Después de la crisis de diciembre de 2001, donde todas las variables se desplomaron, acompañadas por una caída real de la actividad económica de casi el 15%, cualquier dato se percibía como una enorme y gran noticia. Para hacerlo más efectivo, usó una metáfora clara y sencilla: "Tomamos a la Argentina cuando estaba en el último piso de abajo del infierno. Más abajo no podía estar". Además, agregó: "y después de dos años, vamos a presentar las tasas de crecimiento más altas de la historia". Estaba describiendo lo que los técnicos que no se mienten denominan efecto rebote. Sin embargo, lo potenció, con su relato, de una manera, que a la mayoría de los argentinos los subyugó.
Macri podría haber hecho algo parecido si hubiera blanqueado ante todo el país desde el día cero de su gestión, la verdadera herencia recibida. La bomba de tiempo asintomática que ahora intenta desarmar con la paciencia de los especialistas en explosivos. Pero en aquella oportunidad, los magos de la comunicación oficial se equivocaron feo. Y cuando intentaron corregirlo se dieron cuenta de que era demasiado tarde.