Tras el triunfo electoral en las legislativas de octubre, las iniciativas recientes tomadas por el gobierno de Mauricio Macri -desde la reforma previsional propuesta para alivianar las maltrechas cuentas públicas hasta la defensa de un discurso de mano dura que pretende erigir en nueva doctrina de Estado- nos permiten delinear con mayor precisión la fisonomía de Cambiemos, que se nos presentó, hace unos años, como nueva criatura política. Toda fuerza con vocación mayoritaria está habitada por diferentes facetas, en más o menos abierta tensión entre ellas. En este caso, y para entender las direcciones que toman las políticas de gobierno, propongo tres almas que habitan a la coalición oficialista, orientan sus decisiones y habilitan algunas preguntas sobre su futuro. Las presento a través de tres fragmentos de discursos de sus protagonistas.
1. "No venimos a ser el hazmerreír de nadie, somos un grupo de dirigentes que creen en un conjunto de ideas y valores, pero que los quieren poner en práctica. No queremos un esfuerzo testimonial, no queremos ser una junta vecinal, no queremos ser un club de amigos [?] por eso debemos imitar el modelo de Pro". Eso decía Esteban Bullrich el 1º de mayo de 2008, al asumir la presidencia de Recrear, el partido fundado por Ricardo López Murphy en 2002. Acababa de ganarle a este último una interna que terminó de sellar la unificación de la centroderecha argentina tras la figura de Mauricio Macri. Las palabras de Bullrich revelan la primera alma de Cambiemos, que expresa la posibilidad inédita en la Argentina "moderna" de que exista un partido promercado competitivo electoralmente.
Para hacerlo realidad, fueron necesarias dos rupturas respecto de las fuerzas tradicionales de ese espacio. En 2001, nuevos líderes provenientes del mundo de la empresa y las ONG, pero también economistas ortodoxos decepcionados del modo en que se desmoronó la convertibilidad, entendieron que debían construir una fuerza propia que no se contentara con hacer "entrismo" en gobiernos ajenos. Que disputara mayorías. Convencieron a buena parte de los políticos tradicionales de centroderecha: partidos provinciales, restos de la Ucedé y de los partidos conservadores porteños. En ese momento largaron varios competidores: Macri eligió la opción local y poco ideológica; López Murphy buscó convertirse en la referencia nacional de un gran partido liberal. De la fusión de estas corrientes en Pro surgió la segunda ruptura: la vía de llegada al poder ya no sería un partido programático, sino uno pragmático, capaz de hablarles a los electores menos politizados. Ya no buscarían un "votante consciente" alejado de la "demagogia peronista". En cambio, debían producir su propia narrativa, basada en la afectividad y el lenguaje de la autoayuda, familiar para los políticos recién llegados.
Austeridad económica y ley y orden seguirían siendo sus banderas, ahora combinadas con un desprejuicio ideológico en materia cultural y social. El apego al gradualismo económico que muestra el Gobierno está asentado en esta faceta: sabe que no hay programa reformista sin consenso electoral. Y también que ese consenso no se logra, en una Argentina movilizada, solo sobre la base de políticas de austeridad. La falta de apoyos -concretos, efectivos- de las bases socioeconómicas de un partido promercado -es decir, del mundo de los negocios- erosiona la factibilidad de este proyecto y abre interrogantes sobre su sostenibilidad material.
2. "En todos estos años hacia adentro las palabras fueron resistencia y recuperación [?] Hoy la palabra que veo y huelo es volver al poder", dijo Ernesto Sanz en la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical de Gualeguaychú, en 2015, en la que el partido centenario aprobó la conformación de una alianza con Pro y con la Coalición Cívica. La segunda alma de Cambiemos es, en definitiva, la oportunidad histórica para rehabilitar electoralmente a un radicalismo maltrecho luego del derrumbe de la Alianza y para construir un nuevo cobijo para los votantes no peronistas. Es cierto que para ello debieron resignar espacios de poder, dejarse conducir por Pro, la fuerza que tenía el proyecto y los candidatos con mayor intención de voto. Se aceptaba que el camino elegido implicaba tener un rol secundario. Luego del 2,3% obtenido por la UCR en las presidenciales de 2003 estaba claro que sus votantes migraban hacia otras opciones. 2015 fue la oportunidad de la vuelta. Con Cambiemos, aunque en segundas líneas, la dirigencia radical llegó al gobierno nacional. Además, sus antiguos votantes encontraron una marca atractiva y poderosa.
Las políticas de gobierno tienden a marginar, sin embargo, elementos fundamentales de la tradición radical, como la agenda republicana. Parece ser, hasta ahora, el precio a pagar por haber puesto fin al éxodo. La pregunta es si esos votantes -las bases electorales- podrán identificarse perdurablemente con el Cambiemos realmente existente. Esto implicaría el nacimiento de "el" partido no peronista del siglo XXI.
3. "Es muy preocupante la situación de Venezuela, pero vale para entender lo que pasó en la Argentina [?] porque caminábamos en esa dirección", sostuvo Macri el 11 de mayo de 2017 en un encuentro con presidentes de Sudamérica y España. La tercera alma de Cambiemos es su reacción al populismo kirchnerista. Venezuela simbolizó ese destino temido que despertó un sentimiento de urgencia en buena parte del núcleo electoral de Pro. Cambiemos llegó al poder para salvar al país de "ser como Venezuela". Hay buenas razones para creer que la economía y la política argentinas se parecen poco a las del país del Caribe, pero los temores sociales suelen fundar sólidas motivaciones para la acción. El discurso de la "salvación" expresa la tradición argentina de ruptura con el pasado inmediato, como lo fueron el "neoliberalismo" menemista para el kirchnerismo y el "caos" alfonsinista para el menemismo. En todos los casos, las continuidades se soslayaron en pos de una sobreactuación de las rupturas. Para el kirchnerismo, la renuncia de Menem a competir en segunda vuelta y el posterior triunfo sobre el duhaldismo abrieron la posibilidad de una renovación del peronismo con un regreso a su faceta nacional-popular. Dejó, es cierto, un resto, en parte asociado al peronismo noventista, que permaneció por fuera del Frente para la Victoria. Pero la ruptura con el menemismo sirvió para recuperar la relación con las mayorías electorales.
Cambiemos, por su parte, presenta en la relación con el kirchnerismo una problemática ambigüedad. Por un lado, encontró en la relación polarizada con ese movimiento una estrategia rentable desde el punto de vista electoral, capaz de movilizar las dos almas a las que recién nos referimos. Por otro lado, al identificar al kirchnerismo con un mal populista mayor, se vale de esa polarización para tratar de barrer todos los obstáculos a su reformismo. Al avanzar en ese sentido relega al lugar de lo imposible a la oposición. Pide otro oponente. En este sentido, el último interrogante es saber qué tipo de oposición augura la tercera alma de Cambiemos. La que nace de la reacción antipopulista. La que, a dos años de asumir el gobierno, moviliza con dificultad sus bases económicas al tiempo que fideliza un amplio electorado.
El autor es Sociólogo, profesor de la Universidad Nacional de General Sarmiento e investigador del Conicet. Autor de La larga marcha de Cambiemos