Y también registrar una nueva configuración en el mapa de poder. La mayor
obviedad es la reaparición de la violencia política. Como señala el brillante
Andrés Rosler, la violencia es percibida casi siempre como desborde irracional.
Una irrupción indeseable de la animalidad del ser humano. Sin embargo, los
agitadores que recurren a ella creen estar justificados por una razón moral. Es
el caso de los que organizaron los ataques al Congreso del lunes pasado. Para
muchos sectores de la izquierda, y sobre todo para el kirchnerismo, el recurso a
la acción directa está justificado en que el gobierno de Mauricio Macri tiene un
déficit de legitimidad. Por esa razón Cristina Kirchner no le entregó el bastón
de mando. Por esa razón, por primera vez desde 1983, el 24 de marzo del año
pasado se reivindicaron las organizaciones guerrilleras. Por esta razón la
desaparición forzada de Santiago Maldonado era un axioma.
Esta vez esos sectores encontraron una bandera imbatible. Ninguna reforma previsional es aprobada, en ningún lugar del mundo, sin que se desate una tormenta. Se vio en Europa después de la crisis de 2009. Y se ve en Brasil, donde Michel Temer no consigue que le aprueben una ley jubilatoria. Es lógico. Los que se han retirado no tienen forma de generar nuevos recursos para compensar una pérdida. Y no cabe para ellos el argumento de que el sacrificio presente traerá beneficios en el largo plazo. Por eso los ajustes en los regímenes previsionales, aunque no alteren el valor real de los ingresos, no cuentan jamás con consenso social. El Gobierno lo entendió desde el comienzo. Y terminó de convencerse con los cacerolazos. Por eso no explicó la iniciativa. "Si lo hacemos, no hay ley. Expliquemos cuando ya se haya aprobado", fue el plan de Marcos Peña.
Apoyados en la empatía que despiertan los ancianos, el kirchnerismo y la
izquierda radicalizada se propusieron impedir el funcionamiento del Congreso.
Eternizaron el comienzo de la deliberación, a la espera de un gran disturbio
afuera. Y rumorearon varias veces que hubo un muerto para cancelar la
deliberación.
El argumento para bloquear el Parlamento fue de una debilidad extraordinaria: los diputados no expresaban la voluntad popular porque estaban aprobando un acuerdo espurio entre Macri y los gobernadores. Pero el objetivo estuvo bien buscado. Si no se hubiera aprobado la reforma, todas las iniciativas fiscales del oficialismo se habrían derrumbado. Con el Parlamento paralizado, no se habría prorrogado el impuesto al cheque, que recauda $ 70.000 millones, de los cuales las provincias reciben 15 por ciento. Tampoco se habría renovado la suspensión del pacto fiscal de 1993, lo que supone casi la eliminación de Ingresos Brutos. El Poder Ejecutivo, además, tendría que manejarse con el presupuesto de 2017. Al descalabro en las cuentas públicas le habría seguido otro, político: Macri debería gobernar, en adelante, por decreto. La profecía autocumplida: en nombre de la voluntad del pueblo, se lo habría convertido en dictador.
El Gobierno analizó, aterrado, ese camino alternativo. Por eso la misión que
asignó a la Policía de la Ciudad fue garantizar el funcionamiento del Congreso.
Esto suponía evitar la represión de los 500 atacantes que se abalanzaban a los
cascotazos sobre las vallas. Los encargados del operativo creen que, si
contraatacaban, los violentos iban a ser empujados sobre los 5000 manifestantes
pacíficos que ocupaban el resto de la plaza. Podría haber ocurrido una masacre.
Y habría colapsado el tratamiento de la ley. Por eso la fuerza pública recién
liberó la zona cuando, ante los primeros incidentes, se desmovilizaron
agrupaciones como el Evita, Barrios de Pie o la CTEP, tal como habían pactado
con el Gobierno. Los policías consideraron otro factor: la jueza en lo
contencioso administrativo Patricia López Vergara había prohibido hasta los
gases lacrimógenos.
Horacio Rodríguez Larreta, pero también Peña y María Eugenia Vidal, estuvo en el Congreso durante 20 horas, explicando esta estrategia a los aliados peronistas, que amenazaban sacrificar el quorum si llegaba a correr sangre.
Más allá de esa inquietante peripecia, quedó al desnudo una evidencia: el kirchnerismo y la izquierda proponen un régimen en el que la manifestación popular tenga poder de veto sobre las instituciones de la república.
Sería ingenuo pensar que una controversia tan enardecida se limita a la situación de los jubilados. Sobre todo para el kirchnerismo. El trotskismo, desde La Izquierda Diario, ayer lo denunció: los legisladores de la ex presidenta fueron muy cooperativos con Vidal en la Legislatura bonaerense. Es comprensible: la reforma previsional esconde una gran disputa de poder. Pone en juego $ 65.000 millones para que Cambiemos transforme la infraestructura del conurbano. Vista con toda crudeza, la nueva fórmula previsional representa una transferencia de recursos potenciales de los jubilados a los sumergidos del Gran Buenos Aires, que en su mayoría son menores. Detrás de esa operación se esconde algo más que la eventual reelección de Vidal y de Macri. La incógnita es si Cambiemos expandirá su presencia en los sectores populares. El 77% de los votos que sacó Cristina Kirchner en octubre pertenece al conurbano. No debe sorprender que los desmanes del lunes hayan sido perpetrados por fuerzas de choque que comen de la mano de intendentes kirchneristas, alarmados por su eventual desplazamiento. Tampoco debe sorprender que Sergio Massa perciba una amenaza territorial. El nuevo fondo del conurbano promete un cambio en la geografía del poder.
La crisis corroboró, además, que una minoría homogénea puede ser más eficaz que una mayoría dispersa. Esta vieja regla seguirá rigiendo el juego parlamentario, sobre todo en encrucijadas conflictivas. La señora de Kirchner y su grupo tienen más claro el rédito de obstruir a Macri que los peronistas de provincias o de gremios el rédito de colaborar con él. La mayoría que componen Cambiemos y el PJ dialoguista carecen de un proyecto común. Macri y sus aliados están destinados a competir en el terreno electoral.
En esta dinámica interviene, además, otro factor: muchos peronistas abandonaron a Cristina Kirchner. Pero no abandonaron sus inclinaciones populistas. Ella los sigue interpelando. Les administra la culpa. Y se dirige a su clientela. Esta relación condiciona los alineamientos parlamentarios. Pero también los sindicales. Otra consecuencia relevante del vendaval jubilatorio es que implosionó la CGT. Un grupo de sindicatos rechazó la medida de fuerza. El kirchnerista Francisco Gutiérrez, metalúrgico, dejó la conducción. Nadie sabe cuánto sobrevivirá el alicaído triunvirato.
La tormenta deja otra secuela. El vínculo de Elisa Carrió con el Gobierno volvió a ponerse tenso. Carrió es, en sí misma, otra minoría homogénea que condiciona a una mayoría dispersa. La reforma previsional, que había pasado por debajo del radar en el Senado, quedó en el centro de la escena cuando la diputada sugirió que podría no votarla. Más tarde, en medio de la sesión del jueves, anticipó que se pagaría un bono. Esa novedad reblandeció la disciplina de los legisladores propios y de los aliados. Después pidió que se interrumpiera el tratamiento. Y cuando los ministros ya habían firmado un DNU dictaminó la inconstitucionalidad de esa medida. ¿Qué opositor aprobaría lo que un dirigente oficialista tilda de ilegal? ¿Qué juez lo convalidaría? ¿Ricardo Lorenzetti? Esta divergencia abrió una herida que Carrió y el Presidente querrán disimular. Pero Macri fue desautorizado. La disidencia de la diputada es un enigma dentro del Gobierno. ¿Todavía no hay reglas para lograr el consenso en la alianza gobernante? ¿O en la disidencia de Carrió se filtró un viejo enfrentamiento con Vidal, beneficiaria de la ley jubilatoria? Memorias de una candidatura desdeñada. Y de una foto con Lorenzetti para forzar al peronismo a ceder el fondo del conurbano. Especulaciones que circulan en el núcleo del poder.
Un último corolario del huracán previsional. Debutó, en el maremágnum, la cúpula del episcopado que diseñó Jorge Bergoglio. Comenzó condenando la reforma, en la voz del jesuita Jorge Lugones. Y terminó acercándose a Macri, después de que otros coincidieron con esa posición a los piedrazos. Como la mayor parte de la sociedad, los obispos se alarmaron ante la barbarie.
Por suerte siempre hay un modo de rescatar el optimismo. Por ejemplo, este tuit del periodista Horacio Alonso, que será recriminado por gorila: "Estoy viendo la serie Vikingos, por Netflix, y me da esperanza. Cómo esa gente violenta, sin principios, que no respetaba ninguna ley, se convirtió, después de más de diez siglos, en una sociedad como la sueca de hoy. El peronismo puede evolucionar. Hay que darle tiempo".