Cambiemos venía dulce y feliz desde del triunfo electoral del 22 de octubre
hasta que descubrió que la situación política que le facilitaba su mejor momento
tiene una cara adversa, áspera y peligrosa. Una trama de errores propios y un
conjunto ajeno de intenciones salvajes se encontraron en la esquina de una
votación clave, la semana pasada, para recordarle a Macri que gobernar la
Argentina siempre será muy difícil.
El Presidente tiene una lección nueva por aprobar: no malgastar el poder que
tanto le costó construir.
Ese ejercicio obligatorio llegará al oficialismo si finalmente hoy la Cámara
de Diputados cumple el deseo presidencial de cambiar el sistema de cálculo para
aumentar las jubilaciones . El Gobierno pasó el fin de semana custodiando el
compromiso de ayudarlo que el peronismo de los gobernadores le volvió a hacer el
viernes. Tener los números para formar quórum y ganar una votación no es, sin
embargo, una garantía absoluta en un país con sectores dispuestos a provocar el
caos para hacer política.
En el recinto, al menos, Cambiemos espera contar unos 140 diputados (entre
propios y peronistas federales) y tener un número claro por encima de los 129
presentes que exige el reglamento. En las inmediaciones del Congreso, el
Gobierno teme la reproducción de los ensayos de violencia urbana, con un escudo
de protección ahora a cargo de la Policía de la Ciudad. "Es un gesto para
descomprimir", reconoció un hombre del Gobierno, al comentar el desplazamiento
de las huestes federales que con mano férrea y en ocasiones temeraria comanda la
ministra Patricia Bullrich.
Hay que saberlo. Una cosa es la eficacia o la torpeza de las fuerzas de
seguridad para evitar el asalto al Congreso. Y otra, complementaria pero
distinta, es el grado de responsabilidad de la izquierda y del kirchnerismo de
mandar todos los días a decenas de militantes al macabro juego de los palos y
las bombas molotov contra los balazos de goma. Tiene bastante más de perverso
que de épico mandar gente a arriesgar su vida.
El pasado no sólo sirve como blanco fácil, tal como kirchneristas y macristas hicieron con sus respectivos antecesores. Si Cambiemos hubiese mirado qué pasó cada vez que en el país o en una provincia se intentó cambiar un sistema jubilatorio habría encontrado que la violencia política fue siempre una inevitable protagonista. El pacífico paso del proyecto de reforma previsional por el Senado confundió todavía más al oficialismo.
El termómetro basado en las redes sociales que el Gobierno utiliza para iluminar sus pasos tampoco mostró que una ola violenta llegaba por las calles y que un caldo de descontento se cocinaba en sus propias filas por el cambio de sistema de cálculo de haberes jubilatorios. "Nos dijeron que no había mucho que comunicar porque el tema no estaba instalado en ninguna parte", se quejó un diputado oficialista, que sufrió los escándalos del miércoles y del jueves.
Desde al menos una semana antes del bochorno del jueves pasado se gestaban simultáneamente dos situaciones. En Cambiemos, el interbloque de diputados exhibió en privado y en público el descontento con la reforma; sus jefes temieron no poder garantizar los números de su propia tropa. Para frenar la grieta interna, desde el radicalismo abrieron una negociación por un bono compensatorio del desfasaje por el cambio de cálculo. El interlocutor fue Mario Quintana, miembro del tridente ejecutivo que comanda Marcos Peña. Macri, en persona, escribió unos cuantos mensajes a diputados radicales en los que exhibió su enojo.
En paralelo apareció Elisa Carrió, útil como aliada contra los opositores, pero temida y peligrosa como objetora interna. Pidió lo mismo que se estaba negociando, pero en voz alta, y agrandó el desconcierto.
En Twitter, Carrió alertó a los diputados peronistas que dudaban entre hacer caso a sus gobernadores y expresar su rebeldía. Ocurrió algo peor para el Gobierno: comprobó tarde que sus socios en los acuerdos reformistas no controlan por completo a su tropa.
La ventaja para Macri de tener a un peronismo dividido y sin liderazgo se terminó por convertir en un problema operativo serio. No hay quien le garantice los acuerdos por más de unas horas. La misma CGT , que firmó una reforma laboral hace menos de un mes, corre ahora en contra de su voluntad para el lado de las protestas radicalizadas y decretó un paro para hoy. El sindicalismo peronista viene perdiendo el control de las protestas callejeras a manos de la izquierda, su rival de toda la vida.
Un peronismo anárquico es una oportunidad y también un problema. Macri sabrá si saca provecho o suma dramas.
El PJ se completa con el kirchnerismo, el sector que lo hegemonizó durante una década y que ahora huye hacia adelante y corre por izquierda al trotskismo. Cristina y los suyos están acorralados entre Comodoro Py y la pérdida de poder. La ex presidenta ya mostró la semana pasada como espera defenderse de ir ella misma presa: a los zarpazos.
Al finalizar la semana Macri llamó a los suyos y con firmeza, pero con amabilidad hacia quienes antes había zamarreado, pidió arreglar el tema cuanto antes. El Presidente acusó el golpe y tomó nota que su nueva fortaleza tiene el mismo tamaño de las debilidades que esconden. Hoy sabrá si salió del mal momento.