Ambos siguen vigentes, pero…los contrarios también juegan. La Unión Europea y los Estados Unidos quieren sacar a la Argentina de la cancha. Lo están logrando.
Esta semana, el gobierno argentino elevó el arancel del biodiesel a un 8%, con lo que lo deja prácticamente fuera de combate. Ya sabemos: Estados Unidos le metió derechos de importación promedio del 70% (difieren según empresa proveedora), lo que no tiene fundamento alguno.
Solo subrayaba, con grueso trazo de evidencias, que van a cumplir con la promesa de campaña de Donald Trump: llevarse el trabajo a casa. Quedaba el mercado europeo, a duras penas recuperado tras ganar un Panel ante la OMC. Se habían retomado los embarques, con buen ritmo. Pero la UE le impone al bio argentino derechos del orden del 20%.
Eso ya lo ponía contra las cuerdas. Este 8% de retenciones prácticamente lo tira del ring. No es moco de pavo para la cadena sojera.
Conviene insistir en una cuestión clave. Lo más importante es que el mundo siga utilizando biodiesel. En cualquier lado. El efecto del biocombustible es digerir producto agrícola, generando demanda en un mercado que va incrementando la oferta.
El discurso efectista de “alimentos vs. energía” le ha quitado fuerza a esta demanda. Eso fue fogoneado por los dos sectores que recibieron el impacto de la irrupción de los biocombustibles en la gran escena global: la industria alimenticia (que ahora tenía que afrontar mayores costos por la suba de los granos), y la energía convencional, sometida a una competencia inesperada.
El aceite, más que un alimento, es un insumo de la industria alimenticia. Es más rica la papa frita que la papa hervida. Es también más práctica en el “food service”, en particular en las casas de comida rápida que siguen ganando la carrera gastronómica. Cada vez más la gente come afuera de casa, y allí gana la fritanga.
Pero la producción es más fuerte…La expansión de la soja en América y de la palma en el sudeste asiático metieron presión en el mercado del aceite. El biodiesel es una excelente forma de digerir los excedentes. Entonces, que la vieja Europa y los Estados Unidos mantengan sus planes de sustituir gasoil por biodiesel es una buena noticia. De lo contrario, la cotización del aceite caería en picada, afectando la ecuación de la soja.
La mala noticia es que lo quieren hacer ellos. Estados Unidos tiene aceite de sobra. Europa no. Así que van a seguir comprando. La mala noticia para la Argentina, que montó una poderosa industria integrada en los últimos quince años, es que pierde el eslabón final de la cadena de valor.
Convertir aceite en biodiesel significa utilizar un catalizador, el metilato, que es producido ahora en el propio complejo agroindustrial por una compañía alemana, que se instaló hace cinco años. Sustitución de importaciones.
Como subproducto, surge la glicerina de origen renovable (que sustituye a la convencional, de petróleo), donde hoy la Argentina manda a nivel mundial. Se han levantado varias plantas de refinación de glicerina, una molécula muy interesante que está dando lugar a una cascada de productos de alto valor como los bioplásticos. Todo esto está en juego.
También trascendió que la Argentina no va a litigar contra Estados Unidos en la OMC. El gobierno confía en la negociación directa, o directamente le da la razón a Trump abandonando el campo de batalla. Si esto sucede, asistiremos a la primarización de una industria que el mundo teme y admira.