Con la inauguración de su biodigestor, concretada esta semana, el tambo de Adecoagro en Christophersen (sud de Santa Fe) cierra el círculo de la sustentabilidad. Es el eslabón que le faltaba para consolidar un verdadero cambio de paradigma en la producción lechera argentina: alta productividad basada en un modelo de confinamiento completo, recogida del estiércol y su valorización como fuente de energía eléctrica, y deposición final de los efluentes en los lotes de producción de forraje.
Economía 360 en escala. Ya cuentan con 7.000 vacas en ordeñe, que viven estabuladas en inmensos galpones, sobre cama de arena, con ventilación y todos los atributos de confort tanto para los trabajadores como para los animales. En esas condiciones, el potencial lechero de las vacas se expresa a pleno: el año pasado promediaron los 36,7 litros diarios y en lo que va del 2017 están por encima de los 37. Una productividad que duplica la de los siete tambos pastoriles con 1.800 vacas que recibieron en el 2002, cuando Adecoagro inició sus operaciones.
La visión de Mariano Bosch, quien había salido al mundo a buscar capitales para desarrollar proyectos agropecuarios y agroindustriales, era que existía un “gap” tecnológico.
En el caso de la lechería, se podía actuar en dos frentes: mejorar la productividad forrajera en las fértiles tierras del sud de Santa Fe, y se podía explotar a fondo el potencial genético de las vacas. Para ello, había que independizar las funciones. El campo produce forraje abundante y de calidad. Se lo cosecha y almacena. La vaca convierte este forraje en leche.
El talón de Aquiles era la falta de experiencia en el país, totalmente volcado al paradigma pastoril. Igual, en el 2005 Bosch y su equipo --bajo el mando directo de Ernesto Pittaluga, Gerente de Lechería de la empresa-- tomaron la decisión de armar un primer tambo, de 1.500 vacas, bajo estabulación completa. Salieron al mundo a buscar y aprender. Sabían que iban a pagar un derecho de piso. El peaje más caro fue el del manejo de la bosta.
Adoptaron la cama de arena. Aprendieron a manejarla. Se extrae, se tamiza, se seca. Pero hacía falta tratar el efluente. Ahora está.
Lo cuenta el propio Mariano: “a fines del 2016 hemos participado en el Programa RenovAr Ronda 1, una Convocatoria Abierta Nacional e Internacional de abastecimiento de energía eléctrica renovable bajo la dirección del Ministerio de Energía y Minería de Argentina. Como resultado de haber sido adjudicada nuestra oferta, en marzo de 2017 celebramos un contrato de venta de energía eléctrica renovable con CAMMESA, que nos compromete a entregar a la red 1,42 MW durante los próximos 20 años”.
Tan sólo nueve meses después de haber iniciado la obra en enero 2017, la planta quedó en total funcionamiento, generando el volumen de gas necesario para mantener el generador prendido y produciendo los volúmenes de energía comprometidos, dos meses antes de la fecha límite propuesta.
“Se consolida una solución ambiental y se suma un eslabón más a la captura de valor a partir de la capacidad productiva de los campos de la zona”, agrega Bosch. “Con rotaciones que maximizan el aprovechamiento del recurso suelo y la generación de forrajes de manera sustentable, podemos alimentar de manera eficiente las vacas”.
Luego las heces recogidas del total de las vacas a través de la limpieza de los galpones que se realiza 3 veces por día, es separada de la arena para ingresar al proceso de biodigestión en condiciones controladas. Estas condiciones de un delicado equilibrio entre temperatura, acidez, composición del “digestato” y otras variables, favorecen el desarrollo de bacterias metanogénicas, que son las encargadas de producir metano a partir de la materia orgánica.
La capacidad de procesamiento es de 2 mil metros cúbicos por día de efluente tal cual. Implicó una inversión de 6 millones de dólares y cuenta con una potencia instalada de 1,4 megawatt (MW), con una capacidad de Generación de Energía Eléctrica de 9.000 MWh/año.
“De esta manera –se entusiasma Ernesto Pittaluga-- se agrega un eslabón más en la cadena de aprovechamiento del potencial productivo de los campos, ya que el biodigestor permite valorizar lo que quedó contenido en las heces y no pudo ser aprovechado en el primer proceso digestivo al que fue sometido el alimento dentro del rumen de los animales”.
Por otro lado brinda una solución de altísimo valor ambiental al capturar el metano impidiendo que llegue como tal a la atmósfera, minimizando también la generación de olores.
Pero ahí no termina la historia. Los residuos del proceso de biodigestión tienen un alto poder fertilizante.
Por lo tanto una vez terminado el proceso son separados en tres fases. En la primera etapa se obtiene un biofertilizante sólido de alto valor agronómico que se distribuye con carros dispuestos para tal fin en los lotes. Luego, una segunda etapa de decantación en lagunas impermeabilizadas, donde se genera un material semilíquido que se distribuye con tanques especialmente diseñados para lograr una buena distribución de esta presentación de biofertilizante.
Por último, otra laguna impermeabilizada donde ya el material es totalmente líquido permitiendo incluso bombearlo a través de un pivot de riego, cumpliendo no solo con los requerimientos de irrigación sino que aportando también minerales como una forma líquida de biofertilizante.
De esta manera y utilizando las tres distintas presentaciones de biofertilizantes de modo estratégico dentro de la rotación, termina el circuito de aprovechamiento del recurso suelo, “retroalimentándose para garantizar la sostenibilidad de su potencial productivo que garantiza la producción de forrajes y granos como inicio de la cadena de agregado de valor”.
Además del incremento que esta producción de energía genera por sí misma en nuestro resultado económico, han iniciado los trámites para generar créditos de carbono.
“Obtenerlos no sólo dejaría en evidencia el impacto que tiene este tipo de sistemas sobre la conservación del medio ambiente, sino que generaría un incremento marginal para el ingreso del proyecto”.
En total, desde que arrancaron con el tambo y hasta llegar a las 7.000 vacas actuales en ordeñe, llevan invertidos 50 millones de dólares.
El plan es duplicar, ahora que cerraron el circuito y están consolidados en todos los aspectos del sistema. Y para ello van a invertir otros 60 millones. Lo aprobaron los accionistas, atomizados desde que, hace cinco años, la empresa hizo una emisión de acciones en la bolsa de Nueva York, donde opera con la sigla “AGRO”.
En el tambo de Christophersen cuentan con 150 empleados en forma directa, cifra que se va a duplicar en el 2019.
“Por cada puesto directo, calculamos ente 4 y 5 indirectos, lo que tiene un impacto fenomenal en la zona”, concluyó Bosch.
La clave está en el factor humano
La clave del modelo de Adecoagro es el factor humano. Desde el origen, en 2002, Mariano Bosch lo destaca permanentemente, y no solo es cuestión de su palabra. Siempre que nos recibió lo hizo interactuando con su staff.
Y cada responsable de área lo hace con su propio equipo. En el tambo de Christophersen trabajan 150 personas, en 3 turnos de ocho horas, y cuentan con un servicio de transporte tercerizado que permite que la gente esté buena parte del día en sus hogares o en el pueblo. Esto implica otra ruptura frente a la tradición, lo que implica un gran desafío. Hay tareas que requieren un seguimiento estricto (por ejemplo, “sacar celo” e inseminar) y lograron profesionalizarlo exitosamente. Tanto, que llegaron a dominar el empleo de semen sexado de modo tal que ya lo están implementando no solo en vaquillonas, sino en buena parte del rodeo. Apuntan a un 70% de nacimientos de hembras. Es una tecnología de altísimo impacto para un proyecto de crecimiento, donde el requerimiento de nuevas vacas se hace exponencial.
No todo será crecimiento horizontal, que tampoco se frena en las 14.000 vacas proyectadas para el 2019. Y en la mira está la instalación de una planta de derivados lácteos de alto valor, acorde con las nuevas tendencias del mercado.