¿Es posible convalidar un menú de reformas favorables al mercado en un país con 30% de pobreza, cuando los resultados económicos no son todavía rutilantes? La respuesta, afirmativa, fue más contundente de lo que esperaba el propio Mauricio Macri. Aun cuando siga en minoría en el Congreso, él consiguió ayer un respaldo formidable para avanzar con su programa. Además, parece estar en condiciones de terminar su mandato, lo que para un grupo ajeno al peronismo no sucede desde 1928. Más todavía: Macri obtuvo anoche el derecho a fantasear con la reelección.
Esas posibilidades se deben a tres factores principales. La extensión de la
victoria, que supera la de todos los oficialismos en una elección parlamentaria
desde 1983. La geografía en la que están radicados esos votos. Y la crisis en la
que queda empantanado el peronismo.
Cambiemos conquistó ayer la colina principal: la provincia de Buenos Aires. El resultado es trascendente por lo que significa para el PJ, que ha ejercido el poder en ese distrito de manera casi monopólica. El electorado bonaerense terminó de poner en crisis un unicato de 30 años, recuperando la competencia política. La falta de alternancia y de debate está en la raíz de la degradación social del conurbano, uno de los dramas más graves del país.
Ese triunfo es también peculiar porque la llegada de Macri al poder se inició
en Buenos Aires, con un éxito que, para muchos, fue azaroso: la derrota de
Aníbal Fernández frente a María Eugenia Vidal. Desde anoche el fenómeno revela
otra consistencia. Invita a examinar la identidad de Cambiemos, una variante de
no peronismo que avanza sobre los sectores de bajos ingresos. Y obliga a
investigar con más detenimiento la tormenta del PJ.
En Buenos Aires, además, Esteban Bullrich derrotó a Cristina Kirchner, la encarnación del proyecto populista. Fue la gran batalla de Macri y, sobre todo, de Vidal. El resultado no podría ser más conveniente para el oficialismo. La ex presidenta obtuvo un caudal de votos suficiente como para seguir obturando la renovación del peronismo. Ella dedujo de esa aritmética la pretensión de ser la cabeza de la oposición. Un sueño problemático porque no seduce a los peronistas con un nuevo proyecto de poder. Es el lugar exacto en que la necesita el Presidente para su carrera hacia 2019.
Además de ganar Buenos Aires, Cambiemos triunfó también en Santa Fe. Y ratificó el desenlace de las primarias, sobre todo en Capital Federal, Córdoba, Mendoza y Entre Ríos. Es decir: Macri consolidó una base amplísima donde se concentran los sectores más dinámicos de la sociedad. Los que exigen una regeneración institucional, los que pretenden una economía más competitiva. Es decir, los que se alinean con las promesas oficiales.
Salvo en San Luis, donde Adolfo Rodríguez Saá emergió de sus cenizas, y en La Pampa, donde Carlos Verna se recuperó por un margen estrechísimo, el Gobierno convalidó las victorias de agosto. Y agregó otras. Ganó en la inalcanzable La Rioja de Carlos Menem. También en Chubut y en Chaco. Aunque el avance estratégico se registró en Salta. Cambiemos derribó a Juan Manuel Urtubey. Ese resultado es clave porque, caídos Juan Schiaretti y Sergio Massa, que anoche salió tercero en Tigre, Urtubey era el único peronista que asomaba para 2019. El fracaso de las variantes no kirchneristas está en la naturaleza de una polarización que devora todos los significados, como demostró el caso Maldonado. Ese enfrentamiento automático inhabilita cualquier discurso que impugne al mismo tiempo a Macri y a Cristina Kirchner. En esa tensión se hundieron los peronistas no alineados. También Martín Lousteau. Y obtuvieron una aceptable supervivencia, además de la ex presidenta, kirchneristas como Daniel Filmus y Agustín Rossi.
Con un 2019 más brumoso para el PJ, Macri y sus colaboradores trabajarán desde hoy detrás de un objetivo: consolidar un 45% y evitar la segunda vuelta en las presidenciales. Se reabrirá el debate interno. ¿Conviene acercar a peronistas como Schiaretti, Perotti o Insaurralde? ¿O es mejor trabajar sobre el electorado y no contaminarse con una dirigencia desgastada?
La perspectiva incierta del PJ es relevante para el cortísimo plazo. La disponibilidad del peronismo no kirchnerista a acordar un programa legislativo con la Casa Rosada es inversamente proporcional a sus probabilidades de éxito dentro de dos años. Como los mercados, los políticos también se rigen por expectativas. Ese PJ se unificará en el Congreso y pactará con Macri. ¿Cómo lo hará sin un primus inter pares? Aquí hay un problema. Cristina Kirchner impugnará esos acuerdos en nombre de la justicia social. Aquí hay otro problema.
El nuevo mapa de poder indica que la marca que Macri dejará en la historia dependerá de lo que consiga realizar en los 12 meses que se inauguran hoy. Su capacidad de reforma está acotada por la colaboración del peronismo. Y en octubre del año que viene esa fuerza estará de nuevo en competencia por las presidenciales. En 2019 el Presidente podría conquistar otro mandato y, con otra composición parlamentaria, profundizar sus reformas. Pero esa posibilidad es hipotética. Y, como suele ironizar Julio María Sanguinetti, "lo que uno no logra en un período, menos lo logra en dos". De modo que a partir de hoy comenzará a definirse el perfil de Macri.
El primero en saberlo es Macri. Dedicó las últimas semanas a pulir los proyectos que negociará con el PJ ex kirchnerista. Sobre todo un acuerdo fiscal, una reforma tributaria y una rebaja en los aportes patronales. Ese programa seguirá siendo tímido porque Cambiemos necesita pactar las leyes con la oposición. Y porque el 30% de los argentinos está sumergido en la pobreza, lo que impide encarar ajustes draconianos. El gradualismo no es una opción económica. Es una fatalidad política. En consecuencia, no hay que esperar que el Gobierno impulse iniciativas más audaces que las que había imaginado cuando apenas apostaba a empatar en Buenos Aires.
Sin embargo, en el seno del oficialismo hay dos visiones sobre el futuro, es decir, sobre 2019. Una aconseja, con los números de anoche en la mano, mantener la moderación de las reformas. La otra entiende que el éxito del Gobierno depende del crecimiento y que éste depende de la inversión. Esa ala recomienda reducir todo lo posible los costos de la economía. Macri pertenece a este último grupo. Quiere decir que, de las opciones que se debatían dentro de aquellos dos límites políticos, pretende adoptar las más audaces, aun cuando entrañen algún costo. Un ministro lo explicó así anteayer: "Por un año, miraremos un poco menos los votos de la ciudadanía y más los votos de los legisladores".
En las próximas horas el Presidente hará una gran convocatoria general para emprender algunos cambios, sobre todo en el régimen económico. En los próximos meses habrá una interesante novedad: una discusión sobre impuestos. Es decir, sobre el peso del Estado sobre la sociedad. Y sobre la distribución de los recursos en la clase política. Nicolás Dujovne encuadra las innovaciones en tres conceptos: equidad, trabajo, sustentabilidad.
Sobre los próximos meses pesa un enigma. ¿Cuál será la agenda institucional del Gobierno? El triunfo de Elisa Carrió confirmó anoche la vigencia de la expectativa de regeneración cívica que puso a Vidal en el poder en 2015. ¿La negociación con el PJ contempla ese saneamiento, sobre todo en la Justicia? Se lo debe estar preguntando Carrió. ¿Terminará ella objetando esos acuerdos, como Cristina Kirchner, pero en nombre de un renacimiento moral?
Las elecciones de anoche tienen relevancia regional. La incógnita externa era si un grupo que pretende liberalizar la economía en un país con 30% de pobreza convalidaría su propuesta con el voto popular. La respuesta fue muy afirmativa. El mensaje trasciende nuestras fronteras. Basta consignar que en su edición de anteayer, el influyente semanario The Economist se pronunció a favor de Macri. El argumento fue sencillo: sería muy saludable para los países que todavía están atrapados en la trampa populista.