La verdadera encrucijada de Mauricio Macri no tiene que ver con el resultado electoral del próximo domingo. El Presidente ya sabe que Cambiemos ganará a nivel nacional y también en la provincia de Buenos Aires. Entonces festejará con mayor o menor énfasis, de acuerdo con la ventaja que obtenga Esteban Bullrich sobre Cristina Fernández, si supera o no el 40% en todo el país y si se confirman los "batacazos" de Santa Fe y los buenos números de Córdoba y Entre Ríos. Pero la decisión más relevante la deberá tomar el lunes. Y es: a qué oposición política va a elegir para convivir hasta el final de su primer mandato. Macri deberá determinar si se quedará cruzado de brazos ante la interna de alta intensidad que se desatará dentro del peronismo o si intentará captar a un sector de la parte que él mismo denomina "oposición racional", para terminar aislando a la ex presidenta y sus incondicionales.
El jefe del Estado tiene el corazón partido. Para gobernar, prefiere mil
veces negociar con gobernadores como Juan Schiaretti, Juan Manuel Urtubey,
Sergio Uñac y Gustavo Bordet, o legisladores como Miguel Ángel Pichetto o Diego
Bossio. Sin embargo, si Macri tuviera que elegir ahora mismo un candidato para
medirse en las próximas elecciones presidenciales de 2019, optaría sin dudarlo
por Cristina, porque considera que la superaría sin la más mínima dificultad.
Ella, por su parte, ya sabe que será doblegada, pero trabaja para que su derrota sea por el mínimo margen posible. Es decir, para no perder por paliza y así esgrimir, palabras más, palabras menos, un argumento que ya esbozó en algunas de las entrevistas que concedió en las últimas semanas: podré haber perdido, pero nadie, dentro del Partido Justicialista, tendrá la autoridad para decir que tiene más votos que yo. Incluso, si lo considerara necesario, Cristina podría desafiar a cualquiera que intentara medirse en unas elecciones internas, porque el núcleo duro de su fuerza todavía conservaría un capital político envidiable. Por supuesto: no se puede descartar en este análisis el componente narcisista de la ex jefa del Estado. Es decir, cómo impactará en ella la primera derrota de su vida política, después de haber sido dos veces presidenta y de haberse sentido tan poderosa como para que sus colaboradores directos dieran la orden a los empleados de la Casa Rosada de no mirarla a los ojos.
Esa perspectiva egocéntrica es la misma que impulsó su negativa a no
participar del traspaso de mando y la que durante las últimas horas le hizo
decir que no están dadas las garantías para dar por válidos los resultados de
las elecciones del domingo en la provincia. Como si estuviera abriendo el
paraguas para declarar la consumación de un fraude. Como si estuviera buscando
la excusa necesaria para montar un escenario de desestabilización.
¿Tiene con qué? Con ella y sus seguidores nunca se sabe. A simple vista, parecería que no. Sin embargo, no hay que subestimar el poderoso incentivo con que cuenta para deslegitimar al Gobierno: el temor de ir a la cárcel; no sólo ella, sino también sus hijos, Máximo y Florencia. Por más que pareció tomar con graciosa ironía la decisión de la Sala II de la Cámara de ordenarle al juez Sergio Rodríguez que pida el desafuero y detenga a Julio De Vido, ella sabe que tarde o temprano puede correr la misma suerte que su ex superministro.
¿Le convendría a Macri 2019 una Cristina Fernández presa? No hay una sola teoría en la mesa chica de Cambiemos. Hasta hace muy poco, el asesor judicial en el que quizá más confía el Presidente pensaba que la ex mandataria detenida se transformaría en la excusa perfecta para su victimización y también para que sus fieles se radicalizaran todavía más. El propio Macri suele repetir, en privado, que si hay un juez capaz de enviarla a la cárcel es mejor que tenga todas las pruebas y las evidencias del caso para que al final el proceso no termine en un papelón, como terminó en un papelón el fugaz encarcelamiento del ex presidente Carlos Menem.
Pero hay quien sostiene que el jefe del Estado está cada vez más convencido de que el mandato que le dio la mayoría de los argentinos es terminar no sólo con la corrupción, sino también con la impunidad. Cumplir a rajatabla la demanda de que vayan presos, devuelvan la plata y no regresen más a la función pública. Macri insiste en que hay muchos más "Pata" Medina dentro del sistema político argentino. Pero que la gran diferencia es que ya nadie los apaña ni los protege. Por ahora, ha convencido a Elisa Carrió de que no puede denunciar todo el tiempo a dirigentes que no le caen simpáticos, como el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti. "Traeme una prueba contundente y yo mismo le pido el juicio político", le dijo a la diputada antes del cierre de la campaña electoral, y lo sacó así de la famosa lista de 582 dirigentes a los que, si pudiera, enviaría a la Luna.
En el peronismo, las aguas también están divididas. Excepto Sergio Massa, quien tiene una posición similar a la de su aliada Margarita Stolbizer, la mayoría de los gobernadores piensa que no será necesaria la cárcel para sacar a Cristina Fernández de la cancha. Que con los votos de Cambiemos del domingo bastará para dejarla fuera de juego. Ellos repiten uno de los tantísimos dogmas peronistas según el cual dentro de la organización se puede perdonar todo, hasta la deslealtad y la corrupción, pero jamás nadie sobrevive a una derrota. Quienes lo afirman son los mismos que daban por retirada a Cristina Fernández en diciembre de 2015 al considerarla la gran mariscal de la derrota de Daniel Scioli y Aníbal Fernández. Sin embargo, un año y medio después, la ex presidenta compitió, tuvo en vilo al país hasta las últimas PASO y todavía goza del apoyo explícito de una decena de intendentes del conurbano.
Más allá de cualquier especulación política, el problema de fondo, la verdadera encrucijada del Presidente, no es apostar o no por la vigencia de la adversaria que más le conviene, sino transformar la Argentina. Y para transformar el país necesita diluir la representatividad del cristinismo por la vía de la "falta de clientela". Para que se entienda bien: atacar la pobreza estructural, volver a poner de moda la cultura del esfuerzo y convertir en trabajo genuino los planes sociales. Así, Cristina Fernández o cualquier proyecto delirante que se le quiera parecer se quedarán sin representados y la mayor parte de la sociedad dejará de discutir una y otra vez sobre los mismos viejos problemas.
Un periodista de los que hablan más seguido con el Presidente se atrevió a plantearle una disyuntiva política muy interesante: le preguntó qué prefería, si una "rival" a la que pudiese vencer sin problemas o uno distinto y nuevo con el que pudiera, eventualmente, perder en segunda vuelta. Macri no respondió. Prefirió dejar bien sentado que necesitaba, antes de pensar en 2019, triunfar con comodidad en las elecciones de medio término de pasado mañana. E insistió en afirmar que necesita hacerlo porque todavía no tiene los votos suficientes como para tomar decisiones de fondo. ¿Tan difícil es gobernar siendo minoría en ambas cámaras del Congreso?, le preguntó el colega. "La Cámara, la mayoría de los sindicatos y muchos de los peronistas que de día te juran amor eterno y de noche mandan a parar", le respondió hace un tiempo. El Presidente considera que, después del domingo, tendrá las manos libres para hacer cosas que ahora ni siquiera se atreve a mencionar en voz alta. No es ni un ajuste ni un tarifazo. Es, sostiene, "un verdadero cambio cultural".