No hay ninguna huella que inculpe a la Gendarmería, como lo señaló enfáticamente el juez federal Guido Otranto a la nacion. Tampoco se encontró ni siquiera una pista en el río Chubut. El resultado del rastrillaje en el "territorio sagrado" mapuche (lo sagrado es, en verdad, propiedad del grupo Benetton) terminó sin resultados. No hay nada en un lado del río, ni en el río, ni en el otro lado del río. Nada.
El gobierno de Chile informó, además, que Maldonado no entró en su territorio
ni vivo ni muerto. Tales constataciones fueron contemporáneas con el inicio de
la campaña electoral definitiva de este año, que concluirá con las elecciones
del 22 de octubre. La coincidencia es significativa porque una Argentina
olvidadiza de su historia ha hecho de la desaparición de una persona una obscena
cuestión de campaña electoral.
En su intimidad, el Gobierno nunca estuvo del todo seguro de la inocencia de la Gendarmería (o de algunos gendarmes, para ser más precisos). Esperó, insomne y expectante, los resultados de los análisis de ADN y de huellas digitales en los vehículos de esa fuerza de seguridad que despejó la ruta 40 el 1º de agosto. Sabía que si en esos exámenes se encontraban huellas digitales o rastros genéticos de Maldonado las cosas se complicarían dramáticamente. No aparecieron.
El Gobierno se mueve entre la necesidad objetiva y política de preservar el
respeto a la Gendarmería (cree que habrá hechos de violencia más allá de las
elecciones) y la histórica desconfianza hacia los excesos de las fuerzas de
seguridad. Los mejores exponentes de una y otra franja son los ministros de
Seguridad, Patricia Bullrich, y de Justicia, Germán Garavano. Garavano nunca
deja de poner un haz de sospecha sobre los gendarmes de la ruta 40. Bullrich los
defiende con convicción y, según ella, con las pruebas que tiene hasta ahora.
Las cosas parecieron complicarse para el Gobierno cuando la Gendarmería empezó a
trasladarle tardíamente información sobre hechos que sucedieron el día de los
incidentes. Un gendarme reconoció que había golpeado con una piedra a un
manifestante. Otro contó que había disparado balas de gomas al cielo o cerca de
los pies de otro integrante de la protesta. Esos relatos se conocieron demasiado
tarde, sobre todo porque ya se había producido una enorme efervescencia política
en torno de la desaparición. ¿Por qué demoró tanto la Gendarmería en contar lo
que sabía? De todos modos, el juzgado federal de Esquel señaló luego que no
había en esas confesiones probabilidades de que se hubiera causado una lesión
seria a ningún manifestante.
El juez Otranto dijo que su hipótesis más seria es que Maldonado se ahogó, pero rastrillaron el río y no encontraron nada. Descubrieron, a todo esto, que los mapuches habían rastrillado el río antes que las fuerzas de seguridad (la Policía Federal y la Prefectura, en este caso). Si los mapuches rastrillaron el río en busca de Maldonado, ¿por qué se apresuraron en culpar a la Gendarmería? ¿Por qué hubo un testigo mapuche, Matías Santana, que dijo haber visto con binoculares cuando Maldonado era llevado por la Gendarmería si sus compañeros lo buscaban en el río?
Uno de los rasgos más sugestivos de la investigación sobre la desaparición de Maldonado es la constante implantación de pistas falsas. Santana perdió después los binoculares (o dijo haberlos perdido de tres maneras distintas) y se descubrió que incluso se modificó la escena de los sucesos para que su testimonio pareciera creíble. La más impudente pista mentirosa fue implantada por fiscales de la Procuvin (Procuraduría de Violencia Institucional), que depende directamente de Alejandra Gils Carbó, ante el juez Otranto.
Fue un falso informe de inteligencia de la Policía Federal en el que se afirmaba que Maldonado había sido secuestrado por la Gendarmería, muerto y enterrado en algún lugar de la frontera entre la Argentina y Chile. El supuesto informe terminó con una denuncia penal de la propia Policía Federal para que se investigue y se desenmascare a quienes hicieron y distribuyeron ese escrito embustero.
Es más que evidente que hay sectores de la política interesados en que el gobierno de Macri salga complicado en un caso de desaparición de persona. Cristina Kirchner lo dijo sin disimulo cuando señaló que la Gendarmería de ahora es la misma que existía bajo su gobierno. Sólo cambió la conducción política, subrayó, antes de acusarla de ser la culpable de la desaparición de Maldonado. ¿Falta aclarar algo? No.
El culpable de la desaparición del artesano es el propio Macri. Ése es el mensaje que la ex presidenta desliza en sus reflexiones públicas. ¿O, acaso, no comparó la Argentina de Macri con la Venezuela de Maduro por la situación incierta de Maldonado y por la prisión domiciliaria de Milagro Sala? El sentido de las proporciones es un sentido ausente en ella.
Sea como fuere, la campaña electoral comenzó con los dos principales bandos en posiciones exactamente opuestas, como era previsible. El discurso inaugural de la campaña de Cristina tuvo como referencia casi exclusiva los paradigmas de los años 70 y la desaparición de Maldonado, aunque también se refirió a una crisis económica y social con los números de marzo más que con los actuales.
El Gobierno pone énfasis, en cambio, en su capacidad de gestión, en la obra pública (que es masiva en el estratégico Gran Buenos Aires) y en la resurrección de la economía después de cinco años de estancamiento o recesión. Macri sólo habla del caso Maldonado para objetar el lento decurso de la Justicia o para criticar la presencia de testigos mentirosos en la investigación. La campaña no se moverá de esos ejes, salvo que ocurra lo inesperado cuando se espera lo inevitable.
El electorado responde de acuerdo con esos prototipos políticos. La parte kirchnerista de la sociedad está pendiente de la investigación sobre Maldonado como si fuera a establecer el día del fin del mundo. La izquierda no kirchnerista la acompaña en esa obsesión. Para el antikirchnerismo político y el electorado macrista ese tema no es una prioridad. Una mayoría social cree, según una encuesta de la Universidad Abierta Interamericana, que hay sectores que buscan un rédito político con la desaparición de Maldonado. La conclusión es humana y moralmente mala, pero siempre resultará difícil sustraer del debate político un tema que uno de los bandos, el cristinista, tomó como propio.
Macri inició la campaña electoral con las encuestas a favor. Según la última medición mensual de Poliarquía, la gestión del Presidente lleva 60 días de crecimiento, agosto y septiembre, y el índice de aprobación alcanza ahora el 54 por ciento, nueve puntos más que en julio. ¿Qué hizo Macri en agosto y septiembre para alcanzar semejante valoración? Ganar unas elecciones nacionales, pero esto es una consecuencia, no una causa. Es cierto que los números de la economía mejoraron en esos meses, pero nadie pasó del infierno al paraíso.
La única explicación posible es que esos números son el resultado de la polarización entre macristas y cristinistas. La estrategia de Macri no estaba tan equivocada, si se la analiza desde la política puramente práctica. Guste o no a los que aspiran a una política más tranquila, menos enfurecida, más consensual.