Los sucesivos triunfos de Mauricio Macri en la ciudad de Buenos Aires podrían ser considerados como los antecedentes básicos. Pero ya, entre los verdaderos profesionales de las campañas, nadie duda que sus candidatos, los de Cambiemos, son los más serios, disciplinados y aptos para competir y, eventualmente, triunfar.
Tienen, por caso, los dispositivos de encuestas más sofisticados para saber adónde y entre quienes pueden ir a pelear el voto que les falta. El marketing político es el más moderno y copiado de todos. Y, como si esto fuera poco, ni el presidente Mauricio Macri, ni la gobernadora María Eugenia Vidal, ni el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y mucho menos el jefe de gabinete, Marcos Peña, ni el asesor Jaime Durán Barba tienen la menor duda de tomar una decisión audaz, e incluso con la que no estén del todo de acuerdo, con tal de conseguir los votos que se necesitan.
El lanzamiento de la tarjeta de descuento del Banco Provincia se puso en discusión hasta que Vidal hizo entender a su equipo que se trata de una ayuda extraordinaria para una etapa de emergencia. La decisión del Presidente de lanzar créditos para el consumo de quienes reciben Asignación por Hijo por un total de $ 50 mil millones se encuentra en las antípodas de la ideología antipopulista del jefe de Estado y buena parte de su equipo económico. Pero lo hará, entre otras cosas, porque no tiene otra manera de convencer a los decepcionados y a quienes no les alcanza el dinero para vivir. Los que viven en la Tercera sección Electoral. Los habitantes de La Matanza y su zona de influencia. Y, entre ellos, los que podrían llegar a votar a Sergio Massa, porque hace rato que ya le dieron la espalda a Cristina Fernández.
Esta será una campaña electoral sin demasiados escrúpulos, ni disquisiciones morales. A matar o morir. O ellos o nosotros. Haciendo lo que hay que hacer, más allá de los principios. Lo demás, lo discutimos después de celebrar.
Las expectativas, antes de asumir el actual Presidente, eran enormes. Iban a llegar inversiones de inmediato. La economía iba a crecer sin demoras. El equipo de comunicación política del Gobierno no informaría el desastre con el que se encontró para no tirar mala onda. Pero pronto se dieron cuenta que era todo más difícil de lo que parecía. Entonces resolvieron insistir sobre el pasado, pero lo hicieron tarde y mal.
Transformaron a Cristina Fernández en el mejor ejemplo para no volver al pasado. Y en el mejor instrumento para explicar la identidad constitutiva del oficialismo. Pero la inflaron demasiado. La marioneta empezó a funcionar de manera autónoma. Ahora la ex presidenta tiene posibilidades de ganar. Los números no mienten. Se convirtió, más que en una excusa funcional, en amenaza.
Entonces los estrategas de campaña de Cambiemos pegaron un volantazo y volvieron a empezar. La cuestión, a partir de ahora, ya no será más, confrontar, directamente, con Cristina y su Unidad Ciudadana. Lo mejor será esmerilar a Sergio Massa, líder de 1País, para ganarle el voto blando que todavía no abandonó ni a Macri ni a Vidal.
En los próximos días le dirán al ex intendente de Tigre ventajita. Repetirán que se trata de un dirigente poco confiable. Lo criticarán por su reclamo de bajar el déficit y sus propuestas simultáneas que, para Cambiemos, implican, en especial, subir el mismo déficit que dicen querer disminuir.
Le enrostrarán no haber dicho ni mu sobre la corrupción de Néstor y de Cristina mientras fue su jefe de gabinete, y unos cuántos años después. Y, si al final, con todo eso no resulta suficiente, comenzarán a agitar la campaña del miedo. El miedo al regreso de Cristina. El miedo a que Argentina se parezca a Venezuela o la provincia de Santa Cruz. El miedo a que retorne el autoritarismo y la megacorrupción. La persecución de la AFIP y el insoportable clima de guerra política contínua.
Durán Barba y Peña confían. Admiten el actual empate técnico, pero suponen
que cuando Macri y Vidal acrecienten su apoyo directo a Esteban Bullrich y lo
hagan más conocido, Cambiemos le sacará a Cristina por lo menos cinco puntos en
agosto, y dos o tres punto más en octubre. Y si en agosto todavía las papas
siguen quemando, la campaña del miedo a la vuelta a la locura se acrecentará, a
niveles altísimos.
El oficialismo está tan concretado en la campaña, que sus cuadros más comprometidos ni siquiera se preguntan cómo será el día después. Desde el punto de vista de las mayorías legislativas, nada cambiará demasiado. Por eso deberían plantear una estrategia concreta para salir de la decadencia de manera más rápida y menos gradual. Es verdad que para hacerlo necesitan de un triunfo muy claro, pero también es cierto que si no muestran determinación, los próximos dos años los argentinos seguiremos discutiendo sobre cuestiones atinentes al siglo pasado.