Más todavía porque Gonzalo es argentino y conoce muy bien lo que está pasando con el complejo soja en la Argentina. Dreyfus tiene operaciones en todo el mundo y es uno de los grandes actores de la producción y comercio de productos agropecuarios. En la Argentina cuenta con varias plantas de crushing, que se anotan entre las más grandes y modernas del mundo. En Bahía Blanca, en General Lagos (al sur de Rosario) y en Timbúes (al norte). De allí salen por año al mundo 10 millones de toneladas de harina proteica, aceite y biodiesel, los principales derivados de la soja.

Ramírez planteó un panorama brillante para la perspectiva de estos productos, aun cuando hay nubarrones en el horizonte en alguno de ellos: la posible traba al biodiesel en el mercado estadounidense, por lejos el principal para este sustituto del gasoil. Dejó flotando la esperanza de que, si ello sucede, sea después de la esperada reapertura del mercado europeo, tras el Panel que la Argentina ganó en la Organización Mundial del Comercio.

Dejó bien claro que la locomotora china seguirá absorbiendo enormes cantidades de soja. El barril sin fondo de la transición hacia una dieta con más proteínas animales los ha convertido en una aspiradora de soja. No hay una fuente más económica y eficiente para proveer los aminoácidos que requieren todos los bichos que caminan y van a parar al asador.

Pero también disparó, sin ambages, que los contrarios también juegan. Los principales competidores, Brasil y Estados Unidos, están creciendo con mayor ritmo que la Argentina. Tanto en la producción como en el desarrollo y modernización de su infraestructura.

Desde el punto de vista de la capacidad de procesamiento, la Argentina está bien posicionada. A pesar del freno de mano de la era K, se instalaron nuevas plantas y se expandieron casi todas. La hidrovía del Paraná se extendió hasta Timbúes y sigue hacia arriba, con aporte casi exclusivo del sector privado. Hoy se pueden moler más de 60 millones de toneladas, frente a una cosecha en torno a las 55 desde hace cinco años.

La salida del cepo cambiario fue muy favorable para el sector. También lo fue la eliminación de las retenciones para el trigo y el maíz. Ambos respondieron con un crecimiento del 50% en la primer campaña de la era Macri. Los derechos de exportación de la soja, en cambio, solo se redujeron de 35 a 30%. La respuesta fue de manual: creció todo menos la soja.

Haciendo ejercicio ilegal de la agronomía, los fiscalistas acuden a la muletilla de la “sojización” cuando en realidad solo cuentan con la libreta del almacenero. El problema agronómico de sembrar mucha soja está sobrevendido. Por supuesto que se acelera el problema de las malezas, plagas y enfermedades, y que la rotación es una solución virtuosa. De hecho buena parte de la soja se hace sobre trigo. Pero nadie más interesado que el propio productor, sobre todo el dueño de la tierra, de mantener en buen estado su patrimonio.

Las retenciones le están pegando fuerte al desarrollo sojero argentino. Si el gobierno necesita uno de cada tres camiones, puede hacer algo más imaginativo que capturarlos en el puerto. Así como tiene la audacia de colocar un bono a cien años, podría pedir prestado ese camión que hoy expropia sin anestesia. Ya sé, aumentaría el déficit cuasi fiscal. Pero un rápido “precio lleno” (aunque una parte se pague con un bono) dinamizaría tremendamente a este sector clave de la economía.