Desde la estratagema de Cristina Fernández, quien esperó hasta último momento para anunciar su candidatura, hasta la retahíla de ruegos y amenazas para obtener las mejores posiciones en todas las agrupaciones y en todos los distritos.
Por eso, entre otras cosas, el presidente Mauricio Macri decidió permanecer al margen de los detalles.
Apenas se le adjudican dos decisiones inamovibles: la inclusión de Fernando Iglesias en el tercer lugar de la lista de diputados nacionales por la ciudad de Buenos Aires y la negativa al pedido de Facundo Manes de encabezar la lista de candidatos a diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires.
De Iglesias piensa que es uno de los mejores "gladiadores" de los medios contra el populismo.
De Manes, que tiene demasiado ego para integrarse a una organización donde se trabajaría en equipo, como la de Cambiemos.
El Presidente, por supuesto, cree que las próximas elecciones son cruciales.
Presupone que Cambiemos va a ganar en todo el país y también en la provincia de Buenos Aires. Calcula que no será un triunfo aplastante. "Si ganamos por dos, tres o cuatro puntos también va a estar muy bien", se atajó, en una reunión reducida, en Olivos, durante la semana que pasó.
Supone que con la victoria matará a varios pájaros de un solo tiro.
Primero, a Cristina Fernández, porque ahora la candidata será ella y no "el proyecto". Segundo, a Sergio Massa, porque aspira a que obtenga menos de 20 puntos, lo que, según el oficialismo, reduciría sus chances de presentarse como un fuerte candidato a presidente en 2019.
Y tercero, porque en el resto del país, la mayoría de los candidatos a
diputados nacionales y algunos candidatos a senadores nacionales fueron elegidos
por los gobernadores y sus aliados, y no por la ex presidente y sus
incondicionales de La Cámpora.
"Ahora sí vamos a lograr los acuerdos que necesitamos en el Congreso para
avanzar en las reformas que proponemos", piensa. Macri, con los resultados en la
mano, espera lograr lo que no pudo hasta ahora. En su agenda de prioridades
figura: la baja del déficit fiscal, la modernización de los convenios colectivos
de trabajo, una profunda reforma tributaria para bajar los impuestos sin afectar
las cuentas del Estado, el desplazamiento de Alejandra Gils Carbó y de todos los
jueces federales a los que el Gobierno tiene en la mira.
El camarista Eduardo Freiler y los jueces Rodolfo Canicoba Corral y Daniel Rafecas son los nombres más rutilantes, pero el Presidente no confía en casi ningún magistrado. Macri espera que los senadores Miguel Pichetto y José Urtubey ocupen sus lugares en el Consejo de la Magistratura para desplazar a los consejeros incondicionales de Cristina. "Después de octubre, todo será más fácil para nosotros", imagina el Presidente. Quizá peca de exceso de optimismo. O tal vez le cueste ponerse en el lugar de los candidatos más rutilantes. Para la ex presidenta, por ejemplo, su propia candidatura no fue una opción. Es la única salida que le queda para evitar la cárcel.
Las causas judiciales que hay en su contra tienen tanta prueba y tanta evidencia, que no hay manera de evitar la consecuente condena y la posterior detención. Por eso apuesta al desgaste del gobierno, el fracaso de la política económica y la obtención de la mayor cantidad de votos. Si gana, se transformará de manera automática a candidata a Presidenta en 2019. Pero si pierde por poco, también saldrá a decir que es la mejor opción contra el ajuste, el hambre y la pobreza. Massa también se juega parte de su carrera política en esta elección.
A la vuelta del último viaje a Davos, cuando el Presidente lo invitó y le habló como si fueran amigos, el ex intendente de Tigre parecía que iba a mantener un apoyo crítico a la nueva administración. Macri, quien entonces le sugirió que lo mejor que podía hacer es esperar su turno para competir por la presidencia en 2023, pensó por un momento que iba a tener a Massa de aliado.
Pero ahora piensa que el crecimiento del espacio 1País es "lo peor" que le
puede pasar a la Argentina. ¿Qué pasó en el medio? Cerca del Presidente
sostienen que Massa no es confliable. Ni capaz de sostener un acuerdo "por más
de una semana". El gabinete económico considera que, por ejemplo, su propuesta
de bajar el IVA de algunos alimentos de la canasta básica es demagógico e
impracticable.
Y el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, le terminó de perder la confianza cuando utilizó el aumento de la dieta de los legisladores "para hacer campaña con medias verdades". Por eso el jefe del bloque del PRO, Nicolás Massot, se encargó de difundir que Massa había cambiado medio millón de pesos en pasajes que no había utilizado.
Cada tanto, cuando lo agobian los problemas, el Presidente explica que la Argentina sería mucho mejor si se pudiera mandar a la luna a "las 582 personas" que, según él, forman parte de un "sistema perverso" que defiende sus intereses particulares y no la mejora del país. Incluye a empresarios, sindicalistas, fiscales, jueces y por supuesto, dirigentes políticos.
El problema es que no se hace política con lo que se desea sino con lo que
hay. "Mirá lo que pasó con La Salada. Estaban metidos todos. Desde el municipio
hasta el gobierno nacional", le oyeron decir el jueves pasado, a última hora de
la tarde, en la Quinta de Olivos.
No es casual que La Salada sea el centro de venta ilegal más grande de
América Latina.
Es, por supuesto, una metáfora de la Argentina como país.