Con 30.000 toneladas en los primeros cinco meses del 2017, ocupa holgadamente el primer lugar en volumen: tres veces más que los embarques a Chile, el segundo destino y cuatro que a Israel, el tercero.
Esta es la foto. La película es más fuerte. Hace cuatro años China no existía. Entre enero y mayo de 2014 apareció en el mapa con sorprendentes 5000 toneladas. Desde entonces, se multiplicó por 6. Y si bien los precios son inferiores a los de otros destinos (llevan cortes de menor valor y, por ahora, congelados y no frescos) permiten mejorar la integración del animal. Los cortes más caros siguen yendo a la UE, ya sea a través de la cuota Hilton o la más reciente 481 para carne de feedlot.
A este ritmo, China “amenaza” con arrasar con todo. La ganadería argentina, y la de la región, se encuentran frente a un revival de la epopeya de hace 150 años, cuando el invento del buque frigorífico permitió atender al explosivo mercado británico. Para ello hubo que organizarse como nación. “Alambren, no sean bárbaros”, gritó Sarmiento. Los colonos, el arado, la alfalfa, el molino, las aguadas. Tarquino, Virtuoso y Niágara, los elegidos de los criadores. Los ferrocarriles y los frigoríficos en los puertos de Rosario, Berisso, el Riachuelo. Porque aquí había fábricas antes del 45.
Perdimos el tren. Entre otras cosas, el tren de la tecnología. La agricultura, en los últimos treinta años, dio un salto tremendo. Aún falta, pero se puso a tiro del primer mundo. En algunos rubros, como la soja, es un claro líder en toda la cadena. Esta misma semana se conocieron los rindes, zona por zona. A pesar de los excesos hídricos y la demora en levantar una azarosa cosecha, se superan claramente los promedios de Iowa, Illinois o los Cerrados de Brasil.
Frente a este panorama, la ganadería pasea su atraso en cuatro patas. La eficiencia del stock es paupérrima. La combinación de un porcentaje de destete que apenas roza el 60%, con un peso de faena ridículamente bajo, no solo significa una dilapidación fenomenal del recurso más escaso, la vaca. Es el verdadero torno de la fábrica de carne. Cuatro de cada diez tornos permanece ocioso, pero con un agravante: igual sigue consumiendo.
Y esto significa no solo pérdida económica. También hay una componente ambiental a la que hay que prestarle atención. Las emisiones de metano de los rumiantes constituyen una de las componentes más delicadas del fenómeno del cambio climático. Como en todo proceso, el primer paso para reducir el impacto ambiental es mejorar la eficiencia. Para ello se debe operar en todo el circuito productivo. Desde la cría, logrando preñar todas las vacas, hasta el engorde, llevando a más kilos cada animal logrado.
En estas páginas, desde hace años, venimos impulsando el cambio tecnológico en la ganadería. Con orgullo, advertimos que ayer mismo, en su clásica “Experiencia Forrajera” de Ameghino, la gente de Claas introdujo dos charlas sobre temas lanzados en Clarín Rural: el shredlage y el earlage. Ambas apuntan a mejorar la eficiencia nutricional. Más litros de leche, o más kilos de carne por hectárea. Valor agregado en origen. Porque valor agregado no es mayor grado de elaboración sino reducción del costo por unidad de producto.
Si vamos a abastecer la demanda china, sin desatender otros mercados que siguen vivitos y coleando, más la voracidad criolla que felizmente no sabe prescindir del asado, habrá que animarse al gran salto. Muchos lo están dando. La mayoría viene muy atrás. Acortar la brecha es una oportunidad.