Después de todo, nada le impedía proclamar desde el partido de Perón la
estrategia electoral que explicó ante un estadio colmado de militantes. Hizo
algo más que romper con el peronismo. Su propósito es diezmarlo, reducirlo a
cenizas, condenarlo a la nada.
Si al peronismo le sacan la provincia de Buenos Aires (que es lo que ella se propone), sólo queda una módica federación de partidos provinciales que se dicen peronistas. Esta amalgama de realidades provinciales se vio claramente en la inscripción de alianzas. Sólo Cambiemos es una marca registrada en 23 provincias (para estupor de los futuros historiadores no figura en su cuna, la Capital, donde la estrategia consiste en esquivar a Martín Lousteau). El Partido Justicialista, en cambio, lleva otro nombre o forma parte de otros frentes en casi todas las provincias. Cristina Kirchner lo quiere despojar ahora del único capital invalorable que tenía el peronismo: el conurbano bonaerense. Lo que ella anunció ayer es cristinismo puro y duro. Una experiencia que puede tener algún futuro en el corto plazo, pero que irremediablemente se terminará cuando concluya la vida política de su fundadora.
Bastó ver el palco VIP de ayer para percibir que de ahí no puede salir un
solo dirigente para reemplazar a Cristina Kirchner en el liderazgo del
cristinismo. Desde Aníbal Fernández y Leopoldo Moreau (y el yerno de éste, desde
ya) hasta Martín Sabbatella y Hugo Yasky, todos son políticamente sobrevivientes
en la unidad de terapia intensiva que gestiona la propia Cristina. Con soberbia
o resignación, la ex presidenta no hace ningún esfuerzo por esconder a los
personajes más detestados por los sectores medios de la sociedad. Es lo que hay.
También significa el reconocimiento de una realidad: la única oferta del
cristinismo es Cristina. ¿Por eso, acaso, está demorando el anuncio de su
candidatura y de los integrantes de su lista hasta último momento? ¿Teme, tal
vez, espantar aun a los intendentes propios cuando muestre las desvencijadas
cartas que le quedan?
Si se ven las cosas con perspectiva, es notable el proceso de reducción política de la ex presidenta. La mujer que logró el 54 por ciento de los votos nacionales en las presidenciales de 2011 ahora colmó un estadio de dimensiones módicas y su liderazgo imbatible se reduce a la multitudinaria tercera sección electoral de la provincia de Buenos Aires. Le puede ir bien en elecciones legislativas y en el distrito más importante del país, pero eso no significa un considerable caudal político y, al mismo tiempo, un inquebrantable límite para volver a ser quien fue. Puede competir de igual a igual contra Mauricio Macri en la provincia de Buenos Aires, pero carece ya de la posibilidad de un proyecto nacional o presidencial.
El juego de pesos y contrapesos con Macri es notable. Con palabras simples:
donde a ella le va bien, a Macri le va mal. Y viceversa. Ella tiene simpatías
importantes en el conurbano; ahí es el único lugar del país donde él tiene
problemas. Se ha explicado esa cuestión de muchas maneras. El prejuicio social,
consignan algunos. Puede ser. El triunfo del mensaje cristinista de que Macri
gobierna para los ricos, dicen otros. Es posible. Pero quizás la única
explicación cierta la pueda dar la economía. Hasta los economistas
independientes reconocen que la economía volvió a crecer, pero por región y por
sector. Ninguna de la dos condiciones se dan en el conurbano. En esa turbulenta
región argentina no se percibe que la economía esté dando mejores signos de
vida. Los que eran pobres son ahora más pobres por los aumentos tarifarios y por
la inflación, que sólo comenzó a ceder en el último mes.
A Cristina le va mucho mejor que a Macri entre los sectores más jóvenes de la sociedad. Ayer hubo un contrapunto significativo entre la multitud del estadio del club Arsenal y la manifestación en Comodoro Py para pedir la cárcel de todos los ex jerarcas del kirchnerismo, incluida Cristina. Las dos cosas sucedieron a la misma hora. La concentración en los tribunales federales fue menos numerosa que el acto cristinista, pero aquélla no fue una movilización organizada como sí lo fue la de Cristina. En Arsenal había muchos jóvenes; en Comodoro Py se destacaban las personas mayores.
Resaltan de ese contraste algunos mensajes. Cristina trabajó bien un mensaje de mística siempre permeable entre los jóvenes, les habló (y les habla) de un país imposible, de un paraíso perdido por una "estafa electoral". La ingenuidad y la inexperiencia hacen creíble lo inverosímil. A Macri le falta la construcción de un discurso en condiciones de despertar el interés de los jóvenes no politizados, de mostrar un país posible y moderno, homologable con el resto del mundo. Raro: la modernidad del macrismo que pone el énfasis en las redes sociales no logró conquistar a muchos jóvenes, que son los que más usan las redes sociales. Con todo, el mensaje más significativo en Comodoro Py fue hacia los jueces: o éstos se deciden a hacer justicia o gran parte de la sociedad terminará por cuestionarlos más a ellos que a los ex funcionarios corruptos.
Con gestos a veces de fastidio, que no podía o no quería disimular, Cristina centró su furioso discurso de ayer en cuestionar la inflación, los aumentos de tarifas y el desempleo. "El verdadero problema es el presente y el futuro", dijo. Obvio: si habla del pasado se encontrará con su propio legado. Cristina dejó una inflación que, en los últimos meses de su gestión, llegó al 30 por ciento interanual. Las tarifas subsidiadas, sobre todo a los sectores medios de la sociedad, son protagonistas esenciales de un monumental déficit fiscal que ni Macri pudo resolver hasta ahora. El crecimiento del desempleo es cierto, según los últimos datos del Indec, como es cierto que las promesas de Macri sobre la economía se cumplen en plazos muy largos y sólo en parte. Los empresarios casi nada han hecho para resolver el problema de la falta de inversión. Están esperando las elecciones de octubre, argumentan. ¿Volverán a frecuentar, melosos, a Cristina si ella gana en la provincia de Buenos Aires? Es probable.
La contradicción más significativa de Cristina está en la reiteración de la palabra unidad en su discurso. Unidad es parte del nombre de su nuevo partido. Unidad es lo que pidió ayer para cerrar su perorata. La realidad es distinta. Sus seguidores salen de sus actos dispuestos a perseguir disidentes. Ella es la arquitecta de la grieta que un año y medio después de su adiós sigue dividiendo a sectores importantes de la comunidad argentina. Habló como si no hubiera sido la presidenta de los discursos violentos y difamatorios para sus opositores. Como si no hubiera elegido a Ernesto Laclau, el teórico de la lógica binaria que divide la sociedad en amigos y enemigos, como su intelectual de cabecera. Como si no hubiera dedicado decenas de cadenas nacionales a dividir a los argentinos. Como si no fuera Cristina Kirchner.