Como parte del equipo de Halcón, una empresa de monitoreo de problemas sanitarios en cultivos radicada en el norte de la provincia de Córdoba, observamos que cada vez más los entes públicos y las asociaciones de profesionales y productores se ocupan de las buenas prácticas agrícolas. Pero no se hace referencia a la protección de cultivos, más allá de cumplir las leyes de agroquímicos vigentes.
Y proteger cultivos de una manera técnicamente segura para preservar los
rendimientos pero a la vez ambientalmente satisfactorios para los operarios,
consumidores y poblaciones aledañas a campos cultivados, debiera ser una buena
práctica que tiene más componentes idiosincráticos y emocionales que técnicos.
Esto transforma el proceso de manejo de plagas en una "pobre práctica", en
grandes extensiones de cultivos de granos.
Cada vez más en el mundo la comercialización de granos es vigilada y gravada por
barreras arancelarias y para-arancelarias, dentro de las que figuran los
residuos de plaguicidas hasta dosis legalmente aceptadas internacionalmente. No
se pueden correr riesgos en este sentido.
Desde la aparición de los insecticidas sintéticos en los años 50 del siglo pasado, se convirtieron en insumos básicos y casi imposibles de evitar para obtener buenas cosechas. Aunque se ha progresado muchísimo en la obtención y uso de insecticidas cada vez menos tóxicos y de menor impacto en el ambiente, ha quedado en el "inconsciente agrícola" la casi obligación de su compra y su uso anualmente, haya o no plagas. Es que.."¿Cómo no va a haber? ? todos los años hay". Y los distintos actores se preparan cada año para este ritual. Las empresas para vender sus productos, si es anticipadamente con alguna ventaja económica. Y el productor los compra en la seguridad que los tendrá que usar.
Hubo campañas agrícolas donde las plagas en soja fueron muy importantes y los rendimientos se vieron afectados notablemente cuando no se efectuaron los tratamientos en forma correcta, como con la "oruga bolillera" en las campañas 2009/10 y 2010/11. O cuando los materiales genéticamente modificados de maíz perdieron su capacidad de tolerar la "oruga cogollera" en 2012/13. Los rindes se vieron seriamente afectados.
Sin embargo, en las dos últimas campañas agrícolas las plagas se tomaron vacaciones, comparando con años anteriores. Las orugas defoliadoras en soja muy esporádicas y con bajas poblaciones que no afectaban los rindes además, por la gran cantidad de hojas que las plantas producían gracias a la abundante lluvia. Las chinches casi nada. Otras plagas de años secos como bolillera, trips y arañuelas? ausentes. En maíz la cogollera se tomó un recreo largo con muy poco impacto en las dos últimas campañas, aún sabiendo que los materiales han perdido capacidad de tolerarla. Pero aún con este panorama se efectuaron muchísimos tratamientos para plagas. El arrastre idiosincrático es enorme. El que se quemó con leche, ve la vaca y llama al avión o a la pulverizadora.
Una estimación para el norte de Córdoba, con más de un millón y medio de hectáreas de agricultura, indica que la mitad de los tratamientos para plagas no tuvieron una justificación técnica ni económica.
Si se extrapola esta cifra al resto del país, en un mercado de 200 millones de dólares (siendo poco generoso), hubo 100 millones mal usados, hasta podría decirse que fue una "mala práctica."
Por eso es tan importante que las llamadas buenas prácticas no dejen fuera al monitoreo de plagas. Es la única herramienta que permite, en base a un diagnóstico profesional, recomendar tratamientos solo cuando es necesario y no aplicar cuando no se justifica económica ni técnicamente.