El propósito no era menor. El futuro tenía que brindar la seguridad de que la República debía encontrar un camino mediante el cual la sociedad gozara de derechos reconocidos y garantías eficientes. Los valores que tuvieron quienes sancionaron la Constitución nacional, para organizar un Estado basado en ideales de libertad, bajo principios republicanos de igualdad y solidaridad, fueron inspiración de aquellas voluntades.
Todos los intentos de organización aportaron algo hasta que el Acuerdo de San
Nicolás de los Arroyos, del 31 de mayo de 1852, selló lazos de fraternidad para
convalidar justas aspiraciones, para legitimar el nacimiento de normas
fundacionales, que conformaron un orden jurídico institucional.
Pese a los enfrentamientos, todos los pactos previos significaron una evolución en la estructura política del Estado, en busca de la plena vigencia y aplicación de valores de justicia. El medio para alcanzar tales propósitos lo conformó el Acuerdo, que permitió que se llevara a cabo en Santa Fe el Congreso General que dictó la Constitución nacional el 1° de mayo de 1853.
Bajo estos preceptos, la Nación comenzó a transitar la línea señalada por la
Ley Suprema. El hombre, la sociedad en su conjunto, y el Estado, recogiendo la
Doctrina de Mayo, se ordenaron en un régimen vital mediante una división
tripartita y equilibrada del poder, en el que se estableció un derecho natural
universal, anterior y por encima del propio Estado.
En nuestra evolución institucional, endeble, de tanto en tanto, vamos perdiendo el objetivo de Nación. Desconocemos que la unidad depende de compartir inquietudes ciudadanas, olvidando pensamientos y acciones egoístas, de modo de discernir el respeto y el fortalecimiento que necesitan las instituciones. Por qué no invocar la unidad para sofocar impulsos desmedidos, si tenemos un conjunto de normas constitucionales que, de acatarlas, nos brindarán un futuro de orden, de seguridad y de prosperidad.
Invocamos la Constitución cuando creemos que nuestros derechos son vulnerados, olvidando que también ella señala que debemos cuidarla, atesorarla y protegerla. Una cabal interpretación de su letra nos permitirá valorarla en toda su extensión, enaltecerla, dignificarla y quererla.
El Acuerdo de San Nicolás permitió el aporte de los principios morales y éticos sobre los que se consolidaron esas normas, generando el nacimiento de una autoridad federal y el inicio del camino hacia el proyecto de Nación.
Hoy tenemos las mismas libertades, pero en otro momento histórico. Somos herederos de todos los componentes para alcanzar la República que merecemos. Sólo necesitamos darnos cuenta de que cada uno es una unidad dentro de ese universo, tan valiosa creativa y singular, como la suma de los componentes de toda la naturaleza.
Un humilde franciscano, Fray Mamerto Esquiú, orador de la Constitución, con motivo de su jura dijo: "Que el individuo, el ciudadano, no sea absorbido por la sociedad", y agregó: "Aún más necesaria es a la vida de la República la sumisión a la ley que abrace desde este momento nuestra vida. Obedeced señores, sin sumisión no hay ley, sin leyes no hay patria, no hay verdadera libertad; existen sólo desorden, anarquía, disolución y males que Dios libre a la República Argentina".