Las ventajas y dificultades del país para atraer inversiones. La inflexibilidad de ciertas relaciones exteriores. Y la continuidad de algunos negocios privados, que atraviesan todos los regímenes. También ayuda a comprender aspectos centrales del papel que hoy juegan los chinos en el mundo.
Macri llegó a Pekín dos días antes de que comience su visita oficial, para
participar de una gran exhibición de Xi Jinping . El presidente chino encabezó
un foro llamado "Una franja, una ruta", en el que exhibió la red de autopistas,
puertos, ferrocarriles y usinas que su país está tendiendo alrededor del mundo.
Macri compartió esa cumbre con otros 28 jefes de Estado. Estaban también el
secretario general de las Naciones Unidas, la directora-gerenta del Fondo
Monetario Internacional y el presidente del Banco Mundial. Sobre la mesa, US$
900.000 millones de bancos estatales a tasas bajas y plazos generosos. Los
objetivos son colocar en el exterior los excedentes de ahorro y producción, y
garantizar infraestructura a sus proveedores de materias primas. Esta
estrategia, que nació en 2013, tiene un aire de familia con la del imperio
británico durante el siglo XIX. Y ofrece un contraste llamativo y deliberado. Xi
actúa como un líder global de comercio e inversiones cuando el proteccionista
Donald Trump enloquece a los mercados y repliega a su país sobre el slogan
"America first". Macri disfruta la presentación china, ansioso por inversiones
que en el mercado convencional siguen siendo esquivas.
El viaje presidencial no puede ser entendido fuera de este contexto. Tampoco
aislado de las relaciones que el kirchnerismo estableció con China. La
peregrinación a Pekín ha sido una exhibición llamativa de esa continuidad. Aun
cuando el Gobierno pretenda modificarla. La persistencia más obvia es retórica.
Los chinos volvieron a consentir que los funcionarios argentinos anuncien
inversiones por más de US$ 30.000 millones. Igual que permitieron a Néstor
Kirchner, en 2004, fantasear con que su retrato sería colgado entre los de
Gardel y San Martín porque conseguiría US$ 20.000 millones. En 2010, su esposa
sería recibida en Pekín con el mismo ritual que disfrutó Macri. Le aseguraron US$
10.000 millones. En aquel momento la relación argentino-china estaba en manos de
Franco Macri, quien festejaba que "el país está viviendo una etapa interesante".
Ya había transferido su constructora, Iecsa, a su sobrino Angelo Calcaterra.
Lo único tangible de aquellas promesas es la concesión de dos represas
santacruceñas. Al cabo de un proceso plagado de irregularidades, el negocio
quedó en manos del kirchnerista Gerardo Luis Ferreyra, de Electroingeniería,
asociado a la china Gezhouba, y señalado por sobornos en la causa Lava Jato. A
pesar de que la oferta más ventajosa había sido la de Lázaro Báez, asociado a
Iecsa, de Calcaterra, y a la china Sinohydro. Báez, que ya estaba envuelto en su
tormenta, fue obligado a abrir la mano. Igual que el primo del Presidente. Una
curiosidad: el nuevo dueño de Iecsa, Marcelo Mindlin, acompañó a Macri en este
viaje. Fue socio de Electroingeniería en Transener. El mundo es un pañuelo.
Las centrales Kirchner y Cepernic eran, y tal vez sigan siendo, una quimera.
Desproporcionadas para un río cuyo caudal no supera los 790 metros cúbicos por
segundo, no están conectadas al sistema nacional. Julio De Vido y el noctámbulo
José López no previeron un dictamen de impacto ambiental. Precavidos, los chinos
exigieron una cláusula cross default: si no se pagaban estas obras, caerían
todos los demás créditos.
Apenas llegó al poder, Macri prometió a los ambientalistas la suspensión de las represas. Pero al poco tiempo comenzó a descubrir algunos límites. Susana Malcorra le hizo notar que no se podía romper con China. Juan José Aranguren confesó que preferiría un contratista distinto de Ferreyra, quien, además de estar acusado por corrupción, jamás realizó una represa. Se ve que ignora su capacidad de aprendizaje: cuando llegaron los Kirchner fabricaba tableros eléctricos; dos años más tarde monopolizaba el transporte de alta tensión. El misterio es por qué ahora no puede pagar las cargas sociales de Radio del Plata, donde se convirtió en radiodifusor.
Aranguren debió bajar los brazos con un argumento piadoso: hasta que no recuperemos el autoabastecimiento energético, todo debe ser considerado. Eso sí, reclamó a los contratistas que ajustaran la dimensión de las represas, lo que significa que tendrán menos turbinas. El problema pasó a Sergio Bergman, quien debió supervisar las condiciones ambientales. En especial después de que, en diciembre, la Corte convalidó una cautelar ecologista. Corolario: ayer Macri debió ser persuasivo frente a Xi. Le explicó que, dadas las exigencias judiciales, su gobierno estaba en condiciones de avanzar dentro de dos meses.
Macri debió bajar la cabeza frente a los chinos y al electrokirchnerista Ferreyra. Tampoco pudo corregir el acuerdo de cooperación firmado por Cristina Kirchner en 2013. Los proyectos que se anunciaron durante la visita se enmarcan en ese convenio: a cambio de financiamiento barato de bancos estatales, las empresas chinas, que también son casi todas del Estado, se adjudican obras sin licitación. Cuando se aprobó, la oposición al kirchnerismo amenazó con revisar ese tratado si llegaba al poder. Otro imposible.
El día en que comenzó la visita de Macri, se publicó la resolución 74-E por la cual el Ministerio de Finanzas aceptó los compromisos que demande el Plan Quinquenal de obras suscripto con China. Incluye 16 iniciativas, entre las cuales hay cuatro centrales hidroeléctricas, para provincias gobernadas por el PJ; un detalle que algunos ven como el germen de una transversalidad poselectoral. También contempla una planta de energía solar en Jujuy, en la que está muy interesado el Presidente. Otra curiosidad: el jujeño Gerardo Morales fue quien, siendo senador, prometió la revisión del tratado en el que se inscribe esta usina. Los chinos exigen, además, realizar el tendido que conecte las dos centrales santacruceñas con el sistema eléctrico. Y anotan a la Argentina con dos centrales nucleares, por U$S 12.500 millones. ¿Cuál sería la tarifa que habría que cobrar para que esa inversión se justifique? Hay expertos que aventuran que sería 5 veces la actual. Son enigmas.
En el paquete de concesiones aparece la rehabilitación de los ferrocarriles de cargas San Martín, Roca, Mitre, Urquiza y Belgrano. La iniciativa más avanzada es la del San Martín. Los funcionarios intentan modificar el régimen contractual heredado de Florencio Randazzo para el Belgrano. Ahora China financiaría 1600 kilómetros, pero sólo se adjudicaría 700. Podrían incorporar hasta 15% de mano de obra de su país. Por lo tanto, deben subcontratar 85% con empresas locales. La clave del negocio está en la tasa: 3,5% con 5 años de gracia. Los precios no deben superar los del mercado local, lo que sería una prerrogativa porque las compañías chinas son muchísimo más productivas.
Por suerte este paquete de concesiones se denomina Plan Quinquenal. Ese homenaje literario tal vez evite que el campo nac&pop levante la bandera de liberación o dependencia. Como si se tratara, por seguir con la comparación británica, de un pacto Roca-Runciman. Es muy probable que China saque provechos extraordinarios si estos proyectos se concretan. Y es muy probable que esos beneficios sean inevitables, como ocurrió con el tratado de 1933. El tránsito que predica Macri hacia una economía en cuyo centro se coloque al inversor privado, también es gradualista. La Argentina tiene costos elevadísimos. Basta observar en estos días Vaca Muerta: el sindicato de petroleros privados se niega a aplicar la flexibilización que convalidó su titular, Guillermo Pereyra.
Macri pretende aliviar la chino-dependencia. Pidió a Xi que envíe turistas a la Argentina para equilibrar la balanza comercial. Y sumó a la comitiva a su empresario favorito: su sucesor en Boca, Daniel Angelici, jefe fáctico de la AFA. Había que preverlo. El Presidente sumó el fútbol a su política exterior. Hizo bien. De lo que llevó para mostrar, es lo más competitivo.