No fue porque la economía, al final, empezó a crecer, ni el poder adquisitivo
del salario aumentó de manera considerable.
Fue, porque, por un lado, el oficialismo se decidió, finalmente, a defender su
gestión y atacar al cristinismo. Fue, por el otro lado, porque los dichos y las
acciones de la propia ex presidenta y su grupo de tareas generaron indignación
entre los votantes de Cambiemos y también en una parte de quienes en diciembre
de 2015 optaron por Daniel Scioli.
La primera reacción y cambio de táctica después luego del escándalo del Correo
en febrero y las movilizaciones, paros y piquetes de marzo, tuvo como
protagonista al propio jefe de Estado. Fue el mismo Macri quien, durante la
primera entrevista audiovisual del año que concedió a La Cornisa, se defendió,
por primera vez, con energía de los ataques de la oposición, y a la vez, atacó
sin medias tintas a la ex jefa de Estado y su entorno.
La segunda intervención rutilante fue la del jefe de gabinete, Marcos Peña, en
la cámara de diputados, cuando se dirigió al ex ministro Axel Kicillof y el su
colega Héctor Recalde y les espetó: "¡Háganse cargo del desastre que dejaron!
¡Háganse cargo de algo, por favor!". Casi de inmediato, quizá motivados por las
primeras encuestas de campo, que habían demostrado que la opinión pública había
recibido "muy bien" ese cambio de postura, Cambiemos fogoneó, aunque de manera
extraoficial, la movilización del sábado 1 de abril. Lo hizo cinco días antes
del primer paro general que le hizo la CGT al gobierno de Macri.
Y algunos sucesos alrededor de la misma huelga terminaron por indignar
todavía más al votante medio. Desde la arenga del secretario general del
sindicato de taxis, Omar Viviani invitando a sus afiliados a dar vuelta a los
vehículos que no fueran a parar, hasta el video de las hermanas dueñas de la
estación de servicio de combustibles ubicada en Espeleta, porque pusieron de
manifiesto las prácticas extorsivas de algunos sindicalistas para lograr la
adhesión al paro.
Pero también repercutió y de manera muy negativa en el ánimo de millones de
argentinos los sucesos del acto del 24 de marzo, con sus consignas golpistas y destituyentes.
El souvenir del helicóptero, queriendo poner a Macri en la misma posición que el
e x presidente Fernando De la Rúa fue uno.
Y la reivindicación explícita de la lucha armada de Montoneros, ERP y otras
organizaciones, por parte de organizaciones que apoyan a la ex presidenta, fue
otro suceso desgraciado. No se debe soslayar, tampoco, la decisión de Macri y la
gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, de salir a
confrontar, abiertamente, con el líder de Suteba, Roberto Baradel, en el medio
del conflicto docente.
Fue una elección correcta. Con cierto aire de familia a lo que sucedió
durante las elecciones generales de 2015, cuando la candidata Vidal apareció
justo enfrente del candidato Aníbal Fernández y los párrocos y las madres de la
provincia salieron a hacer campaña solo para evitar que alguien sospechado de
corrupto y con vínculos con el narcotráfico pudiera transformarse en el sucesor
de Scioli.
A Baradel no se lo rechaza por las mismas razones que Aníbal, pero su
actividad en el IOMA y sus maneras prepotentes poco tienen que envidiarle al
currículum del hombre de Quilmes. Ahora, con el resultado de las encuestas sobre
la mesa, hay quienes dudan, en el gobierno de la Ciudad, si hacer cumplir lo
acordado y exigir el levantamiento de la carpa docente itinerante en la fecha
estipulada, o dejar que los sindicatos de maestros "se cocinen en su propia
salsa" y sigan apareciendo, frente a la opinión pública, como un grupo de
dirigentes a los que les importa un pito la educación y que los chicos concurran
a clase. Cuando se analiza con cierto desapasionamiento el escenario político,
se presenta la tentación de concluir que Macri es un tipo de suerte.
Personajes extraviados como Hebe de Bonafini, Luis D Elía, Fernando Esteche,
y quienes ahora se le sumaron Gabriela Cerrutti, Hernán Brienza y el ex supremo
Raúl Zaffaroni, siguen haciendo y diciendo disparates. Los últimos tres
escribieron o hablaron, como si estuvieran guionados, de la posibilidad
inminente de "un enfrentamiento civil". ¿Son o se hacen? Son y se hacen. Así
aumentan de manera exponencial el pánico a que Cristina vuelva y la indignación
de quienes piensan, con razón, que hay que estar loco, o ser muy mala persona,
como para no reconocer que durante los últimos doce años, la pobreza creció y la
educación se deterioró.
En los focus groups de la mayoría de las encuestadoras que registraron la
caída de la ex presidenta y el repunte de su sucesor aparece siempre el mismo
razonamiento. Lo expresan más o menos así: "Fueron responsables del desastre que
la Argentina es hoy. Y no solamente no lo reconocen.
Ahora quieren volver al poder intentando voltear a un gobierno que todavía no
completó la mitad de su mandato". Pero además de la sospecha generalizada de que
Cristina fogonea un golpe contra Macri porque quiere evitar la cárcel, como la
que soporta, en Jujuy, la líder de la Tupac Amaru, Milagro Sala, hay otra
cuestión que también aparece en las encuestas cualitativas y todavía no se
manifiesta en el número final. Una buena parte de los argentinos parece haber
recuperado cierta esperanza de que las cosas, tarde o temprano, empiecen a
cambiar para bien. En el gobierno no saben exactamente por qué está sucediendo.
Si porque a pesar de lo que muestran los datos duros de la economía, hay
sectores específicos que comienzan a recuperarse, o porque la administración
está saliendo a explicar con más claridad e intensidad, por qué toma las
decisiones que toma. En especial las decisiones de política económica. Pero sean
las últimas encuestas un nuevo signo de volatilidad del electorado argentino o
una tendencia que podría llegar hasta agosto, durante las PASO, o hasta octubre,
en las elecciones generales, lo cierto es que los militantes de Cristina, con su
conducta violenta, no hacen más que amplificar la idea de que su jefa es la
responsable de semejante resentimiento.
Los cuatro o cinco habitantes de Tandil que insultaron a Macri, le recriminaron por la prisión de Milagro Sala y reclamaron la apertura de la paritaria docente nacional, le suman al Presidente más de lo que le resta. El jefe de Estado había salido de la iglesia más grande de la ciudad donde nació su madre y se disponía a manejar él mismo para llevar a su hija Antonia hasta la estancia familiar. La diferencia entre la conducta de un jefe de Estado que intenta llevar una vida normal y unos energúmenos que ni siquiera respetan la investidura presidencial es lo que explica por qué Cristina cada vez la quieren menos.