Una especie de Triángulo de las Bermudas del ejercicio del poder. Uno es lo que el peronismo denomina "la calle" y los dirigentes de Pro definen como "espacio público". Otro es el indispensable vínculo real con las corporaciones o "círculo rojo". Y el tercero es el organigrama de la administración nacional, un galimatías que nadie parece terminar de entender.
A Macri y una buena parte de Cambiemos disputar "la calle" nunca pareció
importarles demasiado. Ni parecen preocuparlos las manifestaciones constantes de
sindicalistas y referentes sociales. No lo sienten como un espacio a conquistar.
El descollante éxito de Twitter pero en especial de Facebook durante la última
campaña electoral les hizo creer, falsamente, que la presencia de gente real
protestando al aire libre no era determinante para gobernar. La última
movilización de la CGT y el caos de ayer quizá los hayan hecho revisar esas
creencias.
Tampoco el oficialismo parece terminar de dominar el "uso del espacio público".
Fue muy bueno lo que hizo el gobierno de la ciudad con los manteros de Once.
También es cierto que la Policía de la Ciudad está empezando a hacer cumplir las
directivas de dejar por lo menos un carril libre para las manifestaciones de
hasta 20 personas. El problema lo siguen teniendo con los cortes de calles más
masivos. Todavía no fueron capaces de poner en marcha el protocolo antipiquetes.
Y esa "inacción" genera cada vez más mal humor. La explicación de por qué no los
desalojan o les impiden instalarse es atendible. Tienen miedo de que un policía
inexperto lastime o mate a algún manifestante. Y de que las consecuencias de esa
acción terminen en una escalada política con final incierto. Por ahora,
prefieren la indignación de sus propios votantes antes que un desenlace como el
que terminó con la vida de Kosteki y Santillán.
El vínculo del Presidente con los factores de poder es pésimo, por no decir
inexistente. Macri se lleva mal o no tiene contacto directo con jueces,
fiscales, hombres de negocios y otros "operadores no tradicionales" que suelen
influir en las cuestiones de poder real. El nexo de su amigo Daniel Angelici con
lo más granado de Comodoro Py fue dinamitado por la "lengua karateca" de Elisa
Carrió. Muchos hombres de negocios que vivieron de la teta del Estado ahora
consideran a Mauricio un traidor. Su relación con muchos de "los Gordos" de la
CGT y el resto del sindicalismo es ahora nula o muy tirante. El trato con la
cúpula de la Iglesia Católica argentina no pasa de lo formal. El propio Macri,
Carrió e incluso el jefe de Gabinete, Marcos Peña, podrían incluso vanagloriarse
de la relación distante y fría que mantienen con los hombres y mujeres "que
cortan el bacalao". Pero también se puede pensar que este aislamiento podría
transformar al Gobierno en una administración demasiado débil el día en que las
papas quemen.
Sobre el estrambótico organigrama del gabinete abundó el periodista Marcelo
Longobardi. Se lo explicó de manera gráfica, la semana pasada, a Joaquín Morales
Solá. Economía está dividido en siete ministerios. Hay dos vicejefes de Gabinete
que coordinan esas y otras áreas. Entonces ningún ministro parece tener la
responsabilidad final. Sólo algunos de ellos, como el de Interior, Rogelio
Frigerio, tienen vuelo propio. Pero esto sucede debido a una decisión personal
del Presidente. Es más: la administración funciona a golpe de deseo del jefe del
Estado.
El problema es que Macri no es Superman y por lo tanto le resulta difícil seguir todos los temas. Desde la relación con cada provincia hasta los problemas como el narcotráfico, la inseguridad y la inteligencia. El área de inteligencia, a propósito, es un buen ejemplo para explicar por qué el Poder Ejecutivo todavía no termina de hacer pie en el ejercicio del poder real. Macri le pidió a su amigo Gustavo Arribas que asumiera en la AFI por dos motivos. El primero: la enorme confianza hacia él. El segundo: que no está contaminado por los vicios del mundo de los espías. Pero el mundo de los espías sigue funcionando. A pesar de Arribas y de Macri. E incluso lo hace contra Arribas y contra Macri. Carrió diría que si fuera por ella, disolvería la AFI. Pero Cristina Fernández, aquí y ahora, lidera una red de espionaje paralela, más proactiva que la oficial. La buena noticia para el país es que los agentes de Cristina tocan el timbre hasta para espiar. La mala: son tan irresponsables que si siguen agitando el cronograma de marchas y protestas van a terminar de incendiar el país.