CORDOBA.- A mediados del año pasado, Romina Mano asumió la voz de una parte del sector tambero cuya subsistencia estaba en riesgo por los precios que recibían por la leche. El de su familia, después de 70 años, cerró y ella le escribió al presidente Mauricio Macri pidiéndole que "preste atención al sector productivo". Hoy se sumaron otras mujeres tamberas que en medio del desastre y la crisis de las inundaciones asumen un rol protagónico.
En aquel momento, Mano decía: "Señor Presidente, yo confío en su gobierno y en su política, por eso mi familia y yo lo votamos, confío en que van a hacer un cambio, pero no se demore porque el sector tambero ya no puede esperar más". Ahora también las tamberas les piden a los gobiernos que no se demoren en invertir en infraestructura, que llevan años esperando obras.
Silvia Puseto, 42 años, tiene su tambo a 15 kilómetros al sur de El Arañado (departamento San Justo); éste es el tercer año que están inundados y, desde comienzos de año, ya tiraron más de 12.000 litros de leche. "En las últimas reuniones participé yo -indica a LA NACION-. No nos callamos, decimos las cosas de manera más directa. También nos estamos cansando; me han tratado de quilombera."
Agotada por el trabajo y los problemas de los últimos meses, afirma: "Nos
charlan; somos del campo, pero no somos ingnorantes. No hay solución". A tres
kilómetros de su casa está la escuela Saavedra, que ya perdió más de dos tercios
de los alumnos; el año pasado no tuvieron clases dos meses y medio.
"Hemos hablado, hemos pedido y nos acusan de hacer política. Hacer política,
cuando tenemos los caminos tapados de agua. Estoy peleando por mis hijos." El
establecimiento "Santo Domingo" lleva cuatro generaciones.
En San Antonio de Litín, 50 kilómetros al norte de Bell Ville, Mariana Mio, 33 años, hace 11 que con su marido se hicieron cargo de un tambo familiar. Acumulan tres años de problemas de agua y, en ese lapso, ocho inundaciones. "Hasta hace 10 días estábamos anegados, ahora bajó, pero vuelve porque llega de las cuencas altas." En diálogo con este diario explica: "Maíz de reserva ya no tenemos más, hace tres años que tenemos alfalfa en los galpones porque no hay dónde sembrar. Uno se comienza a endeudar porque no hay reserva, los costos se van arriba y se venden animales, vientres, con lo que hay descapitalización".
Como a sus colegas, la enojan las explicaciones reiteradas, los argumentos repetidos. "Hace 15 años, cuando empezó el boom de la soja, nosotros seguimos con la leche, con la carne; haciendo alfalfa, verdeos de invierno y de verano, y ahora nos dicen que tenemos que rotar los suelos." La entristecen las cuatro escuelas rurales -de las ocho de la zona- que están destruidas por el agua, con chicos en riesgo de poder estudiar.
Alejandra Chialvo es arquitecta y tambera. Desde hace 17 años se dedica a las dos cosas; sus padres fallecieron jóvenes y ella y su hermano Daniel heredaron el campo, en la zona de Seeber y Porteña.
Desde las últimas semanas participa de reuniones con funcionarios, hace aportes técnicos sobre las soluciones que se requieren, colabora con otros productores. "Somos muy arraigados a la tierra, y aunque amo mi profesión elegí seguir con esto también", apunta. Es presidenta de la Cooperativa Tambera de Porteña y delegada en el consejo asesor de Sancor.
Que las mujeres hayan recobrado protagonismo en el campo en los últimos tiempos -a mediados de los 90 formaron el Movimiento de Mujeres en Lucha (MML) para parar los remates que se venían produciendo- para Chialvo se relaciona con que los hombres están "abatidos, cansados de sequías, lluvias, gobiernos...".
A los 56 años, Ana Pronotti es la tambera que en LA NACION pidió hace un mes que "recen por nosotros". Ahora cuenta que, por el agua, perdió las 50 hectáreas de Pueblo Marini (Santa Fe) y tiene en riesgo sus instalaciones en Porteña.
Arrancó a los 16 trabajando en el campo y ordeñó ella hasta los 48. "Nunca tuve peones para eso. Con mi hermano Héctor nos arreglamos. Fuimos creciendo, pasamos inundaciones graves, pero hace tres años que no nos da respiro la situación".
Sus vecinos la llaman "ave fénix, porque siempre resucita". Señala que está cansada y que, como Puseto, analiza cerrar. "Pero pienso en mis viejos, en que arrancamos de nada. Las vaquitas son mi vida, siempre le puse el pecho, pero el agotamiento se siente."