Cuando se producen tormentas que descargan grandes volúmenes de agua en
poco tiempo, no hay suelo que lo pueda absorber. Sin embargo, existen
estrategias que ayudan a minimizar los efectos de los anegamientos.
Especialistas del INTA coinciden en que la clave está en incrementar la
cantidad de gramíneas sembradas y el tiempo que permanecen en los
campos: mantener los suelos cubiertos de verde durante todo el año.
Hasta hace 25 años, en la región Pampeana los suelos eran sembrados –en
su mayoría– con pasturas. Destinadas principalmente a la alimentación
del ganado vacuno, cubrían el campo todo el año y consumían el agua por
evapotranspiración, por lo que las napas freáticas tenían menor recarga
y estaban alejadas de la superficie. Así, la intensificación gradual,
con una clara inclinación hacia la agricultura en los suelos más aptos,
derivó en el crecimiento de la región sin criterios de planificación
territorial.
Pablo Mercuri, director del Centro de Investigación de Recursos
Naturales (CIRN) del INTA, aseguró: “Del pastizal natural y monte
nativo pasamos a un uso del territorio sin análisis de los riesgos
hidrológicos, con escasas redes de monitoreo y alerta y con muy poco
desarrollo de la infraestructura necesaria para adaptarnos a la
variabilidad del clima”.
La ecuación es simple: cuando se reemplaza una pastura por un cultivo
anual, la capacidad de absorción del suelo se reduce a la mitad debido
a que el agua que cae no se evapotranspira, recarga el acuífero y hace
subir las napas.
Miguel Taboada, director del Instituto de Suelos del INTA, señaló: “Lo
que hagamos con los suelos puede influir en la gravedad de la
inundación”. En este sentido, aseguró que “no es lo mismo que caiga
agua sobre un suelo saturado a que lo haga en uno con buena capacidad
de infiltración gracias a las rotaciones de cultivos”.
Esto se debe a que, según Taboada, “el hecho de que durante mucho
tiempo un solo cultivo ocupe un lote derivó en el ascenso de napas”. En
este sentido, la inclusión de cultivos de cobertura –gramíneas y
leguminosas– es una alternativa para mejorar las propiedades físicas
del suelo y mantenerlo ocupado durante todo el año.
La búsqueda del equilibrio en el sistema
El contexto de emergencia impulsa el replanteo productivo enfocado en
la conservación de los recursos naturales. La siembra directa es un
sistema que tiende a la preservación del suelo. De hecho, un estudio
llevado adelante en el INTA Manfredi –Córdoba– durante 18 años se
enfocó en los efectos de diferentes sistemas de labranza y secuencias
de cultivo.
Entre las principales conclusiones de la investigación, Carolina
Álvarez –una de sus autores y especialista en manejo de los suelos–
detalló: “La siembra directa (SD), junto con una rotación de cultivos
con alta frecuencia de gramíneas y una fertilización balanceada, crea
las mejores condiciones para la captura de carbono, que se traduce en
incrementos en rendimiento y en aportes de residuos (rastrojos) al
suelo”.
En este sentido, Taboada afirmó que “si se estuviera haciendo labranza
tradicional usando discos como hace años, estas tormentas con grandes
caídas de agua hubieran generado inundaciones más graves y con fuertes
escorrentías cargadas de sedimentos”. Y agregó: “Si bien, la siembra
directa no soluciona el tema de las inundaciones –que tiene otras
aristas–, sin duda contribuye a reducir la erosión”.
Para lograr mayor sustentabilidad en los sistemas productivos
pampeanos, los cultivos de invierno como trigo, cebada o centeno deben
ser parte de los planteos agrícolas. De hecho, según los especialistas
las gramíneas poseen un sistemas de raíces en ‘cabellera y fibroso’ que
favorece la formación de agregados y poros biológicos. “Es lo que se
conoce como efecto rizosférico”, expresó Taboada. “Tanto la soja como
el girasol tienen un sistema muy pobre de raíces y dejan pocos residuos
en el suelo”, comparó.
De acuerdo con el especialista, “es fundamental incrementar la cantidad
de gramíneas tanto de invierno como de verano en las rotaciones”. Y
agregó: “El problema no es la siembra directa o la soja, sino la forma
en la que estamos produciendo este cultivo, sin combinarlo con
rotaciones o cultivos de cobertura”.
De hecho, en los últimos años más del 70 % de los suelos de la región
Pampeana son destinados a la siembra continua de soja, un cultivo que
produce poca cantidad de rastrojos y raíces, de rápida descomposición.
Sin embargo, Mercuri reflexionó y advirtió que “la proporción entre
soja y otros cultivos de gramíneas de cosecha gruesa debería ser del 50
y 50, para mantener una adecuada fertilidad y estructura del suelo y no
del 70 y hasta 90 % como se registró en regiones muy particulares”.
Para el director del CIRN, “una excelente estrategia de adaptación al
clima es la intensificación y rotación de cultivos”.
Por su parte, Fernando Martínez, jefe de la agencia del INTA en Casilda
–Santa Fe–, expresó que el monocultivo de la oleaginosa impide la
infiltración de gran parte del agua. De hecho, un estudio realizado en
el centro sur de Santa Fe analizó su consumo de agua en comparación con
el promedio anual de lluvia en la zona.
Las precipitaciones en la región aumentaron hasta un 20 % y duplicaron
su intensidad: pasaron de valores medios de 120 milímetros en 24 horas
a 250. “Llueve más y las tormentas son más intensas, lo que en muchos
casos provoca, al mismo tiempo, problemas en las rutas y los caminos
rurales, por el escurrimiento de agua y rastrojos”, añadió.
Así, la intensificación agrícola incorporó la producción de soja en
lotes de menor aptitud productiva y en sectores que funcionaban como
vías de escurrimiento natural de los excesos. “Esta práctica, en suelos
parcialmente aptos contribuyó con los anegamientos”, indicó Martínez.
Desafíos a futuro
Las últimas tres campañas agrícolas se caracterizaron por un ciclo
húmedo de lluvias intensas y valores acumulados por encima de lo
normal. Según Mercuri, “esto va más allá de los eventos interanuales
como El Niño intenso de la campaña 2015-2016”. Y agregó: “Los
anegamientos e inundaciones son una realidad desafiante para nuestro
sistema productivo, nuestro ambiente y nuestra población”.
El efecto del cambio en el clima profundizó los extremos de la
variabilidad, por lo que tanto las tormentas como los períodos de
lluvia, los déficit y las sequías son más extremas. “Cada situación de
convección profunda en la atmósfera, genera pérdidas productivas y un
alto impacto en la sociedad”, señaló. “Esto no es solo una cuestión de
percepción pública, sino una certeza científica explicitada en
múltiples publicaciones”, aseguró.
De acuerdo con Taboada, “el oeste de la región Pampeana está sufriendo
una monzonización del clima, donde caen las mismas lluvias pero muy
concentradas en primavera, verano y en otoño y con inviernos muy secos”.
Por esto, “es necesario aplicar un enfoque por cuencas para amortiguar
el rápido escurrimiento de agua hacia los cauces”, advirtió. “Esto
puede lograrse aplicando tecnologías de modelización hidrológica y
mediante políticas de ordenamiento territorial”, explicó.