Un pueblo podría desaparecer por la extinción de su fuente de recursos: los tambos. Las inundaciones del año pasado y la que sufre ahora implicaron el cierre de unos 26 establecimientos; quedan 10 o 12. De los 255 habitantes, resisten 140. Gerardo Piombo, jefe comunal, dice desesperado a LA NACION: "En dos meses cerraré, no hay más de qué vivir".
Pueblo Marini está en el departamento santafecino de Castellanos, 50 kilómetros al norte de la ciudad cordobesa de San Francisco, en el corazón de la cuenca lechera central. Desde la semana pasada llovieron unos 600 milímetros y sus 7200 hectáreas quedaron bajo 1,50 metros de agua.
"¿Qué podemos hacer? Esperar que no llueva más. De los tambos en pie, seguramente no quedará ninguno. Acá vivimos de eso; sin esa producción no hay más entrada de recursos", relata Piombo.
Los tambos de la zona producen alrededor de 2500 litros de leche diarios y emplean a entre cinco y diez personas de manera directa, además del impacto indirecto en el resto de las actividades. Cada uno tiene entre 150 y 180 vacas en ordeñe.
"Sin la lechería no hay economía regional", explica Marcela Leiva, técnica de la agencia Brinkmann del INTA.
Además de los efectos económicos directos, hay un impacto en el territorio porque la gente se va; hay expulsión del área rural hacia las ciudades en busca de ingresos.
En el INTA Brinkmann llevan una base de datos de mano de obra rural, además de un registro de campos secos que se ofrecen para trasladar los animales de la zona inundada. Cada vez tienen más pedidos de Pueblo Marini y de Colonia Fidela (al lado). "Con agua hasta la cintura, no pueden más", dice Leiva.
"De la ruta 22 hacia la 1 de Córdoba es un mar", señala Piombo. Casi todos los habitantes pasaron unos días en el salón comunitario y en la iglesia cuando el agua convirtió las calles en ríos. Ahora, con entre 15 y 40 centímetros en sus casas, regresaron. Fue "inhumano, con todo el pueblo pendiente del agua, sin luz". Piombo explica que el pueblo tiene cinco canales que drenan el agua, pero están recibiendo más de Ramona (50 kilómetros al oeste de Rafaela) y de Porteña (departamento cordobés de San Justo). "Quedamos en el medio, ahogados", se lamenta.
El principal canal de la zona es el Vila al Cululú, con capacidad para desagotar 160.000 hectáreas. Hoy drena entre 180.000 y 200.000 y no da abasto. Piombo cuenta que hay agua 2300 metros arriba del alto del camino. "Impresiona", añade.
Del gobierno de Santa Fe les llegó comida; el jefe comunal pidió una retroexcavadora: "Me dijeron que tenían que evaluar. Creo que más que evaluar hay que proceder, pero no culpo a nadie. Cada uno tiene que asumir su responsabilidad", dice Piombo.
En la cuenca lechera central, según estimaciones del INTA Brinkmann, el 25% de los tambos están anegados y hay unos 20.000 animales en riesgo, que los productores intentan trasladar a las zonas secas, las más altas.
Los campos en condiciones son los de Suardi, Morteros, La Para, La Paquita, Marull, Altos de Chipión y San Guillermo. "Hay tambos en condiciones de absorber parte de la mano de obra y de las vacas, pero el impacto sobre la población será grande", apunta Leiva.
El traslado es siempre el último recurso por el estrés que les genera a los animales. Una situación parecida se vivió en el otoño pasado, cuando muchas vacas terminaron en frigoríficos. Las expectativas no son positivas porque la temporada de lluvias no comenzó. Leiva aclara que la producción de leche no va a caer de manera significativa, porque las vacas se reubicarán en la cuenca: "Habrá igual producción, pero en unidades más concentradas".