En la teoría, la misión primordial de un ministro de Hacienda es alertar a los funcionarios políticos sobre lo que no deben hacer, recordándoles a cada momento cuáles son las restricciones presupuestarias y las metas fiscales. Y puede suponerse que Nicolás Dujovne acaba de ser designado en ese puesto para cumplir esa tarea. En la Casa Rosada se ha dejado trascender que el nuevo funcionario deberá efectuar, lupa en mano, un pormenorizado análisis del gasto público, partida por partida, para determinar dónde están las erogaciones improductivas y generar eficiencia.
Dujovne es posiblemente uno de los funcionarios del área económica que menos
misterios hayan ofrecido últimamente. Sus ideas son conocidas por el público
desde hace tiempo gracias a sus columnas en la nacion y su participación en un
ciclo televisivo. No sólo tiene claro que hay que bajar el déficit fiscal, sino
también que debería bajarse la presión impositiva, empezando por los impuestos
al trabajo, y deberían modificarse regulaciones laborales inviables. A tal punto
que no hace mucho se lamentó de que, junto con el exitoso blanqueo de activos no
declarados, no se hubiese convocado a otro blanqueo para incorporar a los
trabajadores informales a la economía blanca.
Asimismo, Dujovne se ha pronunciado en favor de congelar el nivel de gasto
público en términos reales y de recurrir al Fondo Monetario Internacional como
alternativa de financiamiento, a una baja tasa de interés. Esas dos posturas lo
diferencian, a juicio de algunos analistas, de Alfonso Prat-Gay, quien, más
cercano al keynesianismo, consideraba que no era conveniente reducir el gasto
público durante ciclos recesivos. Sin embargo, en defensa del ministro de
Hacienda y Finanzas saliente podría esgrimirse que no fue él el responsable de
las negociaciones con organizaciones piqueteras que derivaron en un aumento del
presupuesto para planes sociales de $ 30.000 millones por los próximos tres años
ni de otras concesiones a sindicalistas y a gobernadores provinciales.
Es probable que Dujovne actúe mucho más en sintonía que Prat-Gay con el triunvirato que forman Marcos Peña, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui. La eventual designación de un allegado a este último, Rodrigo Pena, en la Secretaría de Hacienda reafirma esa posibilidad. Descartados cortocircuitos en el equipo como los que terminaron electrocutando a Prat-Gay, la duda es si Dujovne, quien sabe lo que hay que hacer, podrá llevar a la práctica sus ideas, especialmente en un año electoral, en el que los procesos de pugna distributiva se aceleran y la atomización de las áreas económicas en alrededor de ocho ministerios y dos vicejefaturas de gabinete complejiza la adopción de decisiones.