Falsedades que fueron presentadas en sus más diversas formas, sean las
estadísticas de la inflación y la pobreza como los ataques personales con
apariencia de denuncia formal. Una de las últimas y más rutilantes mentiras fue
la falsificación de las firmas de Néstor Kirchner y Cristina Fernández en los
balances de las sociedades que constituyeron.
Pero tampoco habría que dejar pasar la respuesta de Alberto Pérez, ex jefe de
gabinete de Daniel Scioli, sobre su responsabilidad en la confección de facturas
truchas para cobrar sobreprecios por servicios no especificados con el debido
detalle. Las facturas truchas existen. Directivos de las firmas utilizadas
negaron haber prestado el servicio. El responsable administrativo de la ex
jefatura de gabinete, el dueño de la estatua del dragón alado, Walter Carbone,
estampó su firma en las órdenes de pago que fueron justificadas con esas
facturas apócrifas. Sin embargo, Pérez niega todo, como si las contundentes
pruebas sólo estuvieran en la mente del fiscal Álvaro Garganta. Lo mismo se
puede afirmar sobre el zar del juego Cristóbal López y su socio Fabián de Sousa,
accionistas del Grupo Indalo, procesados por insolvencia fraudulenta, al
apropiarse de 1200 millones de dólares que deberían haber ingresado al Estado
como pago del impuesto a los combustibles.
Los actuales responsables de la AFIP han aportado las pruebas de la
multimillonaria defraudación. Los fiscales y los jueces que tramitan la causa
han determinado el delito una y otra vez. Pero Cristóbal y De Sousa siguen
sosteniendo que se trata de un juicio político y ahora mismo se pelean por la
estrategia a seguir. Parece que Cristóbal quiere vender lo que se pueda e ir
pagando la deuda de a poco. Pero De Sousa apuesta a patearla hasta que "vuelvan
al poder" Cristina Fernández o Daniel Scioli.
Más allá del delirio político, la postura de De Sousa es consistente con la más
grande mentira que contó un medio de comunicación en la historia reciente: el
anuncio, con bombos y platillos, de la victoria de Daniel Scioli como presidente
y Aníbal Fernández como gobernador de la provincia de Buenos Aires. El enorme
engaño demuestra no sólo que al "empresario" no se le mueve un pelo por faltar a
la verdad. También revela la calaña de los periodistas que la repiten: con tal
de complacer a sus patrones, son capaces de rifar su credibilidad. En medio de
tanta falsedad, el propio Cristóbal cometió un sincericidio: le confesó, por
carta, al jefe del Estado que él nunca deseó comprar un medio de prensa, pero
que De Sousa lo había convencido de usarlo como un "seguro" para proteger sus
negocios.
Si alguien confunde eso con el ejercicio del periodismo es porque no vio nunca, ni un poquito, C5N, la señal que más mentiras cuenta por minuto. En ese mundo paralelo, Macri es una mezcla perfecta del dictador Jorge Rafael Videla con José Alfredo Martínez de Hoz; la recesión económica es culpa exclusiva del actual gobierno y se la debe denominar hambruna; Cristina Fernández, Scioli y Aníbal Fernández pueden hablar sin ser interrumpidos por una pregunta, y para Víctor Hugo Morales, que sólo escucha su propia voz, todos los que no piensan como él son villanos o esbirros de Héctor Magnetto.
En esa misma señal, un comunicador puede pronunciar, con cara de indignación, la palabra "escándalo" y presentar como un delito un proyecto del que cualquiera se podría enorgullecer. Acto seguido puede agregar, para darle verosimilitud a la mentira, todos los ceros que se le ocurran, sin chequear ningún papel. Y enseguida pasar a otra noticia con toda naturalidad. En este caso, su patrón y él mienten a sabiendas y con una doble intención. Por un lado, que el damnificado responda o aclare, la versión falsa se propague y el hecho tergiversado trascienda su pequeño círculo de seguidores radicalizados. Y por otro, mostrar, como el ladrón, que todos los demás, en especial quienes los investigan a ellos, son de la misma condición.
Se trata de un recurso repetido, gastado e inútil. Lo están usando, además de Cristóbal, Cristina y Lázaro Báez, pero los fiscales, los jueces y la mayoría de la sociedad ya descubrieron la estratagema. Se están sosteniendo de la misma liana periodistas oscuros y mediocres que ya intentaron colgarse del alto conocimiento de Jorge Lanata para lograr un poco más de atención. Pero siempre, más tarde o más temprano, el tiempo los termina poniendo en su sitio. Un lugar cada vez más pequeño e intrascendente. Un sitio colmado de resentimiento y miserabilidad.