Mauricio Macri debe tener una esperanza: que Donald Trump carezca de tiempo e interés para ocuparse de lo que opinaron gobiernos extranjeros sobre los candidatos norteamericanos. Con la sociedad estadounidense fuertemente dividida y una contrincante que le ganó en votos aunque no en electores, el primer problema de Trump está en su país y no afuera.
Lo sabe. Su discurso de celebración de la victoria describió a un Trump muy distinto del turbulento showman de la campaña electoral. Calificó de "incansable luchadora" a Hillary Clinton, a quien prometía meter presa hasta 48 horas antes de las elecciones, y le envió saludos a su familia. Bill Clinton, a quien llamó "delincuente" varias veces y le ventiló los trapos sucios de su vida (que los tiene), es parte esencial de la pequeña familia de Hillary. Como diría el propio Clinton (Bill), dejó de escribir la poesía de la campaña electoral para escribir con la prosa de los que gobiernan.
El mundo ya no es el mismo que era hace apenas dos días. Otro presidente norteamericano, George W. Bush, también asumió en el año 2000 con más electores y menos votos que su contrincante, Al Gore. A pesar de esa debilidad inicial, Bush modificó luego definitivamente el tablero de Medio Oriente cuando decidió de forma unilateral invadir Irak. Las consecuencias perduran hasta ahora. Lo que no tenía Bush (y sí tiene Trump) es una sociedad dividida y enfrentada, al borde de los fanatismos. De todos modos, la posibilidad de que Trump accediera al Salón Oval de la Casa Blanca existió siempre, más aún después de que barrió de manera humillante con todos sus contrincantes en el proceso interno del Partido Republicano por la candidatura partidaria.
Esa posibilidad es precisamente lo que torna inexplicable que el gobierno de Macri (y el propio Macri) haya manifestado varias veces su predilección por Hillary Clinton. Es un error diplomático que los gobiernos no suelen cometer. Hay que descartar los problemas personales. El Presidente suele decir que el viejo conflicto de los años 80 con Trump fue de su padre, Franco Macri, cuando éste se propuso hacer un desarrollo inmobiliario en el corazón de Manhattan. Ese combate lo ganó, obviamente, Trump. Mauricio Macri frecuentó luego a Trump, cuando los dos hablaban sólo de negocios y no de política, y cuando a los dos los seducían las mujeres bellas y jóvenes. Los dos han sentado cabeza con los años. "Tengo buena relación con él", le contó el Presidente a este periodista hace ya un par de meses.
¿Por qué, entonces, el afán de darle a Hillary un apoyo que Hillary no necesitaba? La candidata demócrata ni siquiera lo convenció nunca a Macri. La miraba como una persona preparada, pero con escaso carisma para entusiasmar a una sociedad cansada del viejo establishment político, del que Hillary es una expresión cabal. Esas limitaciones, deducía, la condicionarían también en el futuro y eventual manejo del gobierno norteamericano. Seguramente hay algo de duranbarbismo en su posterior decisión de hacer explícito su apoyo a la candidata demócrata. Para una parte importante de la sociedad argentina era más simpática Hillary que Trump, que no le cae simpático a nadie en América latina.
Su propio equipo más cercano tenía aceitadas relaciones con el equipo electoral clintoniano, aunque no advirtió la fatiga de ese equipo después de 25 años de poder directo o indirecto. El principal error de Hillary fue no haber dicho nunca por qué razón debían votarla a ella; sólo puso énfasis en que sólo ella podía frenar la escalada de Trump. Poco. Eso es cansancio político y electoral, fundamentalmente de su equipo. Ningún colaborador de Macri, en cambio, se acercó nunca al equipo de Trump. Debe sumársele, además, la creencia casi religiosa del macrismo en las encuestas. Las encuestas norteamericanas se equivocaron menos de lo que se cuenta, pero lo cierto es que casi ninguna vaticinó el triunfo de Trump. Faltó cerca de Macri una voz experta en política norteamericana, cuya historia está llena de candidatos que son seguros ganadores y terminan siendo seguros perdedores.
Un caso especial es el de la canciller Susana Malcorra, quien en los últimos días no se privó de apoyar a Clinton varias veces. Malcorra tiene experiencia diplomática y está acostumbrada, como ex alta funcionaria de las Naciones Unidas, a hablar como quien camina entre abismos. Malcorra, que es muy valorada por la oposición, se dejó llevar, tal vez, por la admiración intelectual a Hillary Clinton y por su enorme desprecio a las formas vulgares de Trump. A pesar de todo, Malcorra fue en reserva la funcionaria más escéptica con los resultados norteamericanos. Siempre advirtió que las encuestas no están en condiciones de reflejar el "voto vergüenza" (los que votarían a Trump, pero no lo decían). Malcorra viene herida también porque una mujer (cualquiera, no sólo ella) no pudo acceder a la Secretaría General de la ONU. "El techo de cristal es un techo de acero", suele decir. No deja de tener razón. Hay mujeres que accedieron a la jefatura de gobiernos en Europa, Asia, África y América latina. Sin embargo, ninguna mujer pudo hasta ahora controlar los dos despachos más influyentes del planeta: la presidencia de EE.UU. y la Secretaría General de la ONU.
Resbalón argentino
Es probable que Trump ni siquiera se entere de estos resbalones argentinos. Con todo, el arribo del magnate a la Casa Blanca pondrá seguramente algunos obstáculos a la administración de Macri. Es probable que la histeria de los mercados financieros termine por temerle a todo y eleve las tasas de interés. Mala noticia para un gobierno argentino que necesitará el año próximo de créditos por unos 30.000 millones de dólares para financiar el déficit fiscal. Es el precio del gradualismo, la única alternativa económica que tiene un presidente con minoría parlamentaria y con la economía en recesión.
Trump ha sido muy crítico con el deshielo con Cuba promovido por Barack Obama. Y fue hasta insultante con México y los mexicanos. Si cumpliera sólo la mitad de sus promesas de campaña sobre esos países, la relación con el resto de América latina podría entrar en una nueva fase de tensión. Son muy discutibles las razones por las que los gobiernos latinoamericanos condicionaron siempre su relación con Washington al trato que éste le daba al régimen de los hermanos Castro. Pero las condiciones existieron. Otra cosa es México. No hay argumento ni pretexto que explique lo que Trump dijo y prometió sobre el país azteca.
Macri deberá imaginar cuanto antes la reinserción argentina en otro mundo. Se termina el mundo que contaba con el encanto moral de los discursos de Obama en el liderazgo planetario. Surge ahora un mundo de hombres fuertes y estrafalarios.