La primera lección de la larga y sorpresiva noche electoral es que la demografía y el alma de este enorme país son distintos a lo que creía el imaginario colectivo. Que su aura es otra. Más indescifrable y compleja. Una realidad oculta que pugna por aflorar y conecta muy estrechamente con lo que expresa esa interminable sorpresa política en la que se ha convertido Donald Trump .
Una radiografía que, por el contrario, no fue capaz de conectar tan
arrolladoramente con la aspiración de la favorita demócrata.
Hillary Clinton , la aspirante a heredera de Obama, la mujer que se formó con la
ambición de ser la primera en llegar a la Casa Blanca, transpiró sangre y se vio
humillada ante la efervescencia con que arrancó Trump. Un sorpresivo Exocet
electoral.
En una elección ajustada y con los cómputos aún por cerrar, era evidente que
medio mundo no salía de su sorpresa.
Antes de que las cuentas terminen, la derrota más grande de Clinton -y del
partido demócrata- se produjo anoche mismo contra sus propias expectativas.
La "ex todo" -primera dama, senadora, secretaria de Estado y directiva empresarial- arrancó con todas las fichas en su favor y las vio desmoronarse mientras se acumulaban a favor del impensable adversario.
Del mismo modo y por carácter inverso, el mayor triunfo de Trump fue, también, sobre las escasas expectativas que se le dieron. Nadie, o casi nadie, apostó al desempeño electoral del magnate. Sí se le concedía que podía hacer una elección ajustada. Pero no la humillación que dio ayer a los demócratas en su conjunto.
Los mercados abrieron en el mundo asiático con pánico. Aún con la noche sin cerrar, la sorpresa era demasiada y ése era el dato de la noche.
Este país amanece a otra cultura política. A una en la que es aceptable decir lo políticamente incorrecto. Insultar a un inmigrante por el hecho de serlo. En la que es aceptable elogiar a un autócrata, como Vladimir Putin, o cambiar las reglas de un tratado internacional. Una cultura en la que quien piense distinto sea visto como un adversario. Alguien a quien segregar.
Esa cultura, que se creía superada aquí, fue premiada ayer en las urnas. Con ellas se consagra la polarización de un país fracturado.
Fortalecieron las urnas a un modelo que desafía la forma tradicional de democracia en este país y que, en esa preferencia, se cargó todo lo que representaba el modelo conocido.
Pasó, como un huracán, por arriba de la encendida defensa que hizo el propio Barack Obama de su heredera. "Ella es la que debe ser presidenta. Ella es la que debe completar mi trabajo", clamó hasta quedarse afónico.
Ni eso -ni el apoyo del presidente que se aleja con un alto índice de aceptación- bastó para equilibrar el desgaste. Ni eso ni la euforia de Michelle Obama, la figura de mayor prestigio, que se implicó como nadie con la candidata demócrata.
De alguna manera, con esa implicación inédita y total, es posible que algo de esta noche de humillación, desgaste, también, el final del paso de Obama por la Casa Blanca. No esperaba irse así. Con el golpe de fuerza a un modelo tan antitético con el suyo.
El huracán Trump pasó también por arriba de la prensa tradicional. Los principales medios, con The New York Times a la cabeza y el Washington Post del mismo modo, no sólo respaldaron a Hillary, sino que llamaron abiertamente a no votar por Trump. "Es un peligro para el país y para el mundo", dijeron.
Otro tanto hicieron decenas de los principales diarios del país. Incluso algunos que fueron tradicionalmente republicanos se dieron vuelta y en un giro inédito se plantaron contra el magnate. Él pudo sobreponerse a todo eso.
También pasó por arriba de su inagotable y pública descalificación de las mujeres. Las trató de "cerdas", de "asquerosas" y hasta hizo alarde público de lo que puede hacer con ellas "a su antojo". Como un auténtico acosador sexual.
Ayer, el voto mayoritario de las mujeres fue para el magnate. Otra cucharada más de los moldes que fue capaz de quebrar al conectar, como nadie, con el hartazgo y la rabia del voto que encontró, en su voz, la garganta para expresarse.
El otro dato de esta noche es que lo sucedido no es un triunfo del Partido Republicano. El partido es hoy un puzzle que no sabe cómo completar sus fichas.
Trump fue capaz de desgastar a los demócratas pese a tener poco menos que en su contra al partido bajo cuyo lema se presenta. El presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, llamó a no hacer campaña en su favor y a salvar, en cambio, lo que quedaba del Congreso.
Otro tanto ocurrió con John Kasich, el gobernador republicano de Ohio. Con él en contra, Trump daba anoche allí una batalla histórica e impensable.
Un personalismo se hace fuerte en los Estados Unidos. El dato inédito de esta elección es ése. Un populismo a la norteamericana acaba de ver la luz.
El discurso xenófobo y separador, el que habla de barreras y de muros, no responde a la visión de un solitario excéntrico, sino que representa, no cabe duda, a una corriente oculta y profunda en la sociedad de este país. Una que se hará oír en el gobierno.
Es una lección inquietante. El populismo se ha presentado -y está presente- en la geografía de Europa y en la de nuestra región. Pero otra cosa es que ese modelo se fortalezca en el país que, aún en declive, es dominante en el mundo. Aquel cuyas decisiones tienen impacto en buena parte del mundo occidental.
Cualquiera que sea el cómputo final, lo de Trump ya fue un triunfo arrasador. Uno que revela un enorme descontento con el sistema hasta ahora conocido. Uno que llena de inquietud.