Será la temprana expresión de un dato que ocultan las encuestas. El común de la gente está inquieto por la inseguridad y las perspectivas económicas. Pero la clase política ya tiene puesta la cabeza en la próxima disputa electoral. Se observa, además, una rareza. Esta vez los mercados coinciden con los políticos. La prioridad está en las urnas. Para verificar la consistencia de un oficialismo que llegó al poder impulsado por muchos factores aleatorios, hay que esperar el recuento de los votos. Jaime Durán Barba se lo explica a Macri en estos términos: "Hasta ahora ganaste el gobierno. Todavía te falta ganar el poder".
La presentación de la conducción nacional de Cambiemos no obedece sólo a esa
prematura urgencia electoral. Macri y su equipo juegan partidas simultáneas en
varios frentes que los obligan a alinear el frente interno. La creencia, también
inculcada por el pedagogo ecuatoriano, de que la vida pública se ordena por una
relación entre el líder y la ciudadanía para la cual alcanza con la mediación de
las redes sociales ha demostrado en nueve meses sus limitaciones.
El "círculo rojo" de Macri, que es el primo hermano de las "corporaciones" de
Cristina Kirchner, condiciona a la administración todos los días. Un ejemplo: el
jueves pasado el Gobierno terminó aceptando la necesidad de ese pacto social que
Alfonso Prat-Gay había recomendado a comienzos a año. Macri debe definir una
estrategia frente a los jueces, los gobernadores, los sindicatos, los bloques de
la oposición, la Iglesia y los movimientos sociales. Y esa necesidad genera
tensiones en la estructura que él encabeza.
Apenas llegaron a la Casa Rosada, Macri, Durán y Marcos Peña, que son el
núcleo íntimo del oficialismo, se replegaron sobre su genética: ser lo nuevo
contra lo viejo. Quien mejor frasea ese concepto, Peña, a menudo sustituye la
expresión "el Gobierno" por "el cambio". El cambio es el sujeto de la gestión. Y
lo que debe ser cambiado no es el kirchnerismo. Es la política tal como se la
practicó hasta ahora. Nada que sorprenda. Pro nació en el clima antipolítico del
gran malestar del año 2001.
La oposición viejo/nuevo fue aprovechada por los gobernadores peronistas,
urgidos a cambiar de piel frente al inconveniente espectáculo de una corrupción
que habría sido sólo kirchnerista. Lázaro Báez y José López han sido los
involuntarios impulsores de la segunda renovación del PJ. La foto con Macri, con
el cambio, se convirtió en el certificado de que se había atravesado el Jordán.
El Gobierno festeja porque los conversos provinciales controlan el Senado, donde
la oposición podría volverse obstructiva. Esos mandatarios prestan el servicio
con generosidad. La mayoría de ellos -Uñac, Peppo, Bordet, Casas, Passalacqua,
Bertone, Manzur- están concentrados en el parricidio de sus antecesores, para
controlar las palancas de sus feudos. Quien regentea esa convergencia es Rogelio
Frigerio, y lo hace con tanto entusiasmo que, por momentos, se vuelve
sospechoso. En la boda de Juan Manuel Urtubey, por ejemplo, cantó la Marcha con
más convicción que el propio novio. Parecía Hugo del Carril.
El idilio entre la administración central y el PJ federal hace juego con la psicología de Macri. ¿Para qué molestar con actores innecesarios a una cofradía gerencial dedicada a "resolver los problemas de la gente"? El drama es siempre el mismo: la política. La camaradería con los gobernadores, que el Presidente cultiva con llamadas telefónicas, produce efectos no deseados. Gran parte del electorado de las provincias peronistas identifica al gobernador como el representante local de Macri. Esta constatación obliga al rescate de Cambiemos.
Los más interesados en revalorizar esa coalición son los radicales que compiten con gobernadores peronistas. Para Macri es una incomodidad. En su cabeza de ingeniero, formada en Socma, la UCR es una legión parasitaria de abogados con intereses intangibles y anticuados. Ni siquiera aporta un monto de poder que le permita prescindir del PJ, sobre todo en el Senado. Sin embargo, un conflicto con el radicalismo sería gravísimo para su capacidad electoral y parlamentaria. Por eso el relanzamiento de Cambiemos. Pro, la UCR y también la Coalición Cívica están renegociando su contrato.
La tarea enfrenta un límite estructural. Cambiemos no es una alianza entre fuerzas convencionales como, por ejemplo, el socialismo y la democracia cristiana, en Chile. Es la asociación entre un partido personal, Pro; otro horizontal e institucionalista, la UCR, y la Coalición Cívica, que se centra en el implacable liderazgo moral de Elisa Carrió. Distintas culturas. Distintos incentivos. Los radicales jamás se inclinarán ante Macri como si fuera un nuevo Alfonsín. Es obvio que Carrió no acepta jefaturas. Y es una incógnita si Macri puede establecer un vínculo sin esa pleitesía.
Estos problemas de ensamblaje ganan espacio cuando se precipita el cronograma electoral. Se notó el martes pasado, cuando dirigentes de Pro (Peña, Vidal, Rodríguez Larreta, Monzó, Schiavoni), entre los que no estuvo Gabriela Michetti, a pesar de conducir el Senado, comieron en el reservado de Oviedo con los radicales Corral, Rozas, Negri, Morales y Sanz. El chaqueño Rozas fue el más pragmático. Se quejó de que los líderes provinciales de Cambiemos carecen de recursos para enfrentar a los gobernadores peronistas. "¿Adónde van los 140.000 millones que maneja Carolina Stanley en asistencia social? -se preguntó-, porque nosotros no los vemos." Cada radical mencionó alguna delegación del PAMI o de la Anses que sigue en manos de La Cámpora. Hubo mortificaciones: hay distritos donde los peronistas reciben los programas de la administración central, les cambian el nombre y hacen publicidad como si fueran propios. Nadie tuvo el mal gusto de mencionar la cuestión de fondo: ¿cómo se armarán las listas el año próximo?
Sobre este panorama se recortan encrucijadas particulares. En Córdoba, por ejemplo, el radicalismo y Pro deben asimilar que Macri y Schiaretti son amigos desde la época en que el Presidente gerenciaba Sevel y el gobernador era secretario de Industria de Carlos Menem. Por si no alcanzara ese antecedente, el consultor Guillermo Seita administra un corredor invisible entre Córdoba y el gobierno nacional. Schiaretti utiliza esas conexiones. Apenas el diputado Nicolás Massot y el intendente Ramón Mestre exigieron que los recursos se repartan entre los municipios con la misma neutralidad con que la Nación los gira a las provincias, el gobernador pidió que le cambien los interlocutores. Increíble: lo logró. El pacto entre Macri y Schiaretti, igual, está en peligro. No lo amenazan los cordobeses de Cambiemos. Depende de la estrategia del poderoso José Manuel de la Sota. Es un secreto.
La provincia de Buenos Aires es una mamushka de enigmas. El más relevante, las relaciones con Carrió. La diputada hace campaña en el distrito. Allí hay que buscar la clave de dos viajes. Uno a Italia, donde encontró información sobre los Scioli. Y otro a Paraguay, donde le hablaron de Ibar Pérez Corradi, Aníbal Fernández, Antonio Stiuso y hasta de la jueza Sandra Arroyo Salgado. La fiscal que indagó al narco en Asunción se quedó con cuatro celulares que encierran muchas claves de la política argentina.
Carrió exige a Macri algo más difícil de conceder que un plan electoral. Le pide un programa de regeneración política. El problema es que para hacerlo no va a Oviedo. Desde el borde de su propia fuerza política, reclama por televisión. La semana pasada pidió otra vez la renuncia de Silvia Majdalani, álter ego del opulento kirchnerista Francisco Larcher, a la subdirección de la AFI. Y dio un paso más allá: dijo que iba a investigar los negocios de los importadores de Tierra del Fuego. ¿Es otra pista para llegar a Daniel Scioli? ¿O le apuntó a Nicolás Caputo, amigo de Macri y padrino de Majdalani? Carrió pidió una reunión con la Bicameral de Inteligencia del Congreso para destrozar a Majdalani. En este contexto se justifica una pregunta: ¿irá la diputada al lanzamiento de mañana? Sí, desafiando al médico. Carrió tuvo un percance que la obligó a internarse por unas horas en el sanatorio Austral.
La provincia de Buenos Aires esconde otro acertijo. Margarita Stolbizer. Y detrás de ella, Sergio Massa. El Gobierno oculta bajo siete llaves sus últimas encuestas. En una de ellas, Massa/Stolbizer superan en intención de voto a Macri en el conurbano, por el caudal de la zona norte. Lo que es peor: una fórmula Cristina Kirchner/Daniel Scioli saldría segunda, por el atractivo sobre la zona sur. Otro estudio, de Poliarquía, muestra un triple empate en el Gran Buenos Aires. Por supuesto, son hipótesis alarmistas por lo precoces. En los estudios cualitativos la gente sólo registra dos liderazgos operativos: el de Macri y el de la ex presidenta. Y Macri tiene mucho mejor imagen que ella. Además, hay dos factores a favor del oficialismo: el prestigio de María Eugenia Vidal, que está en 65%, 20 puntos por encima de la de Macri, y la obra pública. Cercada por estos dilemas, Vidal debe decidir. En diciembre, ¿volverá a entregar a Massa, en la persona de Jorge Sarghini, el control de la Cámara de Diputados provincial?
La Capital es otra colina en disputa. Hace dos lunes, en lo del magnate Jack Rosen, Macri le pidió a Martín Lousteau que describa las relaciones con la oposición, "ya que él nos enfrentó, pero ahora es parte del equipo". Lousteau cumplió con el pedido, pero, al final, descerrajó, sin previo aviso: "El año que viene vuelvo para competir". ¿Se lo contaron a Rodríguez Larreta en Oviedo? Relevante: Lousteau fue aliado de Stolbizer. Una asociación entre ellos sería una carambola a tres bandas: afectaría a Massa, a Macri y a Carrió.
Peña organizó un almuerzo con Vidal y Rodríguez Larreta para indicar que Pro no se agota en el proyecto biográfico de Macri. Convocó a una asamblea de intendentes en Tecnópolis para inquietar a los gobernadores. E imaginó la remake de mañana para aplacar a los radicales. Y a algunos macristas que también padecen la concordancia con el PJ. Pero sería insuficiente responder a las disyuntivas de Cambiemos con este inventario táctico. Hasta ahora el factor principal de cohesión del grupo fue el mismo de su base electoral. El antikirchnerismo. Pero ese aglutinante se deteriora con el tiempo. Comienza a resultar evidente la ausencia de un propósito común. El martes Sanz planteó ese problema. ¿Cuál es el cometido de la coalición? ¿Refundar el bipartidismo en contradicción con el PJ? ¿O disolver a la UCR en una nueva transversalidad con componentes peronistas? Sólo Macri puede resolver el acertijo. Y de eso depende su lugar en la política.