Esa visita confirma lo que se advirtió la semana pasada, cuando Mauricio Macri estuvo en Nueva York: el interés llamativo que provoca hoy el país en el campo de los negocios. La explicación más obvia es el giro conceptual que representó el ascenso de Macr i respecto del ciclo populista liderado por los Kirchner. El nuevo gobierno promete el pasaje de un orden hegemónico-autoritario a otro pluralista, y de una economía hipersubsidiada a otra más competitiva.
Es la transición que aspiran a ver los mercados en toda la regió n. Sin
embargo, para entender el encanto internacional de esta experiencia hace falta
consignar algunos factores políticos. Macri es, después de Evo Morales, el
presidente que cuenta con más apoyo doméstico en toda América latina. Además,
los mercados festejan que la oposición peronista se haya corrido a la
centroderecha. Es decir, que participe de un consenso mínimo sobre la nueva
orientación.
Esta seducción de la Argentina hacia los inversores no debería ocultar que el
interés va modificando su foco.
En una formulación muy sinóptica, para los economistas y los hombres de
negocios que observan desde Nueva York, Londres o Madrid, la macroeconomía ya
está encarrilada. Puede haber una discusión sobre la demora con que llegará el
nuevo equilibrio. Y una incógnita importante, pero de mediano plazo, sobre el
volumen del sector público. Pero nadie duda de que la inflación entró en una
curva descendente y de que el nivel de actividad tenderá a recuperarse. Los
interrogantes ahora son otros. Se refieren al contexto institucional en que se
desarrollará la vida material. Un problema que va desde la calidad de la
Justicia hasta el profesionalismo de las agencias de regulación. Para ponerlo en
una palabra: transparencia. También interesa cuál es el grado y el tipo de
regulación que regirá a cada sector. Qué derrotero seguirá la presión fiscal. Y
cuál es el costo laboral. Para ponerlo en una palabra: competitividad. Lo que
está en tela de juicio, entonces, es cómo hará el Gobierno para reparar la
depredación que produjo el kirchnerismo en todos los mercados. O, si se
prefiere, cómo hará Macri para que los actores económicos abandonen
inclinaciones prebendarias y proteccionistas que parecen crónicas. La historia
tiene estas ironías: le encargó esta hazaña a alguien que, como el Presidente,
se formó en el orden que se debe desmontar.
La presencia de Jacob Lew se inscribe en la secuencia del foro de inversiones de
hace quince días y del paso de Macri por Manhattan. A la sombra de la
presentación en las Naciones Unidas hubo algunas reuniones significativas. El
martes pasado el Financial Times organizó una jornada sobre la Argentina en la
Bolsa de Nueva York. La noche anterior Macri y su comitiva fueron recibidos en
la residencia de Jack Rosen, una townhouse vanguardista sobre el lado este de la
calle 85. Rosen es un neoyorquino prominente. Presidente del Congreso Judío
Americano, también conduce la empresa de Real Estate Rosen Partners LCC e
integra el directorio internacional de Altimo, la firma de telecomunicaciones
del magnate ruso Mikhail Fridman. Allí, entre cuadros de Andy Warhol, Keith
Haring y Jean-Michel Basquiat, Macri fue presentado ante congresistas y hombres
de negocios. Entre las preguntas hubo una destacada: "¿Qué va a hacer para
esclarecer el asesinato del fiscal Nisman?". Otra ironía de la historia. En
2004, Rosen tuvo el anticipo de que la causa AMIA tendría a un investigador
especial: Alberto Nisman. Se lo adelantó Cristina Kirchner, aún primera dama,
durante un agasajo como el que recibió Macri.
El enigma Nisman y el caso AMIA forman parte de una agenda frente a la que Macri debe tomar posición en su programa de realineamiento externo. Malvinas está en ese temario. Cuando el mes pasado el general David Petraeus, célebre por sus campañas en Irak y Afganistán, y también por un affaire extramatrimonial con una capitana, visitó, en su nuevo carácter de consultor internacional, a Marcos Peña, trajo una inquietud central: cuáles son las tensiones geopolíticas del país en los próximos tres años.
Allí está el problema del terrorismo y su financiamiento, en especial el del narcotráfico. Un detalle lleno de sentido. Lew será recibido en Aeroparque por el Presidente, que estará partiendo a Cartagena, en Colombia. Allí participará de la presentación del Acuerdo de Paz firmado entre la administración de Juan Manuel Santos y las FARC. Ese pacto, que debe ser convalidado el 2 de octubre en un muy disputado plebiscito, tal vez no se habría alcanzado fuera del inventario de prioridades que domina la política internacional desde el atentado contra las Torres Gemelas del año 2001. La irrupción de Estado Islámico reforzó mucho más esa tendencia.
Lew realiza una gira por los cuatro países más grandes de la región. Visitará también Brasil, lo que se interpretará como el primer respaldo contundente de Washington a la administración Temer, Colombia y México. En Buenos Aires se reunirá con Alfonso Prat-Gay y dictará una conferencia en la Universidad Di Tella sobre las relaciones económicas entre su país y la Argentina. Allí lo moderará el director del Centro de Investigación en Finanzas, Juan José Cruces. Un gol del rector Ernesto Schargrodsky.
La recorrida de Lew tiene varios significados. Es una nueva demostración de cómo Barack Obama giró la cabeza hacia la región. En especial desde que superó el obstáculo cubano para realizar ese viraje. Pero la afinidad con la comunidad hispana es también clave en la ardiente disputa con Donald Trump.
El secretario del Tesoro adelantó algunas definiciones que Rafael Mathus Ruiz publicó en LA NACION hace una semana. Lew elogió el modo en que el Gobierno salió de la trampa cambiaria y del default. Pero hubo una felicitación menos previsible: exaltó el gradualismo de Macri. Es decir, el enfoque de un programa que pretende normalizar la economía sin perder de vista la capacidad de la sociedad para asimilar reformas. Esta peculiaridad es una virtud en contraste con lo que sucede hoy en Europa y, sobre todo, en Estados Unidos: sufren la amenaza de una receta que, para evitar los costos de la globalización, se refugia en el nacionalismo proteccionista. Larry Fink, el chairman del poderoso fondo BlackRock, se anticipó a esta visión de Lew cuando presentó hace unos meses a Prat-Gay ante el Council of the Americas. "Europa debe mirar a la Argentina", dijo. Fue el 24 de junio. Un día antes el Reino Unido había votado el Brexit.
Prat-Gay será el anfitrión de Lew. Ambos alcanzaron tan buena relación que, en marzo, un diplomático norteamericano quedó helado ante esta escena: Macri estaba presentando a Obama a sus funcionarios; al llegar al ministro de Hacienda y Finanzas, Obama lo interrumpió: "Déjeme felicitarlo por esta elección, Presidente. Jack Lew me habló muchísimo de él".
El centro de la reunión entre Prat-Gay y Lew es previsible: el blanqueo. El gobierno argentino necesita desmentir que Estados Unidos sea un refugio amigable para los capitales no declarados que huyen de los países de la OCDE que intercambiarán información bancaria a partir de enero. Para Washington es importantísimo combatir la circulación de dinero negro. Una forma de entenderlo mejor: en febrero fue designado subdirector de la CIA David Cohen, quien venía desempeñándose como titular de la Fincen, la oficina de control de los delitos financieros. Hoy se anunciará un acuerdo entre la Fincen y la UIF argentina, a cargo de Mariano Federici, para promover el blanqueo.
Lew elogiará el capítulo macroeconómico de la gestión Macri. Llega en un día adecuado: Federico Sturzenegger presentará su plan de metas de inflación.
Sin embargo, levantado el cepo, recuperado el crédito internacional, ajustadas las tarifas y normalizadas las estadísticas, la percepción externa del programa de Macri comenzará a detenerse en cuestiones sectoriales. Dicho de otra manera: a medida que se regularizan los precios, comienza a hacerse más relevante el problema de los costos. La lupa se posa, entonces, sobre algunos ministerios: Producción, Trabajo, Telecomunicaciones, Energía. El funcionario más sensible a estos desafíos parece ser Mario Quintana. Encargó a dos consultores -¿Mckinsey y Boston Consulting Group?- un diagnóstico sobre competitividad. Y elaboró un programa de ocho puntos.
Allí se dirigen las nuevas preguntas de los inversores. ¿Qué calidad tienen las instituciones judiciales y las regulatorias? ¿Cuáles son las reglas en infraestructura? ¿Qué grado de apertura habrá en cada sector? ¿Cómo y a qué velocidad se reconvertirán las actividades que sin un fenomenal auxilio del Estado resultan inviables? El Financial Times acaba de publicar un artículo con la firma de Benedict Mander sobre los niveles insólitos que alcanza el proteccionismo en la Argentina. Menciona como ejemplo más notorio los galpones de ensamblado de Tierra del Fuego, donde se "producen" electrónicos carísimos cuyo componente nacional se limita muchas veces al embalaje de cartón. Mander tocó un nervio: una de las mayores beneficiarias de ese régimen es Mirgor, la firma que Nicolás Caputo fundó con su amigo Mauricio Macri.
Un signo de interrogación especial, en el país del peronismo, es el costo laboral. Esta materia se está volviendo más compleja porque el sindicalismo aspira a expresar también la demanda de los trabajadores informales y de los desocupados. Anteayer, en la CGT hubo una reunión reveladora de esta reconfiguración: un seminario de sindicalistas y dirigentes de organizaciones sociales, moderados por prominentes obispos católicos. Sonríe Jorge Bergoglio.
Estos actores estarán en primera fila apenas se vaya Lew. El jueves la CGT visitará a Prat-Gay para discutir las modificaciones al impuesto a las ganancias. Prat-Gay y Rogelio Frigerio harán antes una reunión con los gobernadores para pactar el monto de recaudación que la Nación y las provincias cederán ante los gremialistas. La discusión sobre Ganancias es, en parte, una interna peronista.
El problema es mucho más amplio: ¿cuál debe ser la dimensión del Estado en un país con muchos pobres? El kirchnerismo elevó al 47% la participación del sector público en el PBI. En Chile es del 26% y en México, del 28%. Es también un problema muy antiguo. Cuáles deben ser los bienes públicos y cómo financiarlos. Según Roberto Cortés Conde, el país no logra resolver esa pregunta desde que gobernaba el rey de España.