Si hay algo que el Presidente aprendió es que la sociedad se cansó de la retórica y las palabras, del modo en que se intentó seducirla durante mucho tiempo. El destino de victorias o derrotas lo aguardará por los resultados concretos de la economía, de la seguridad en un océano de inseguridad y del restablecimiento (o el establecimiento) de ciertas normas éticas en la función pública. La economía es, entre todas esas cuestiones, la más apremiante para la sociedad, según cualquier medición de opinión pública. El problema de la Argentina es que ya ni siquiera el populismo es una opción.
Agotados los stocks energéticos, de reservas del Banco Central y el ganadero, la única solución que le queda es la del realismo, que puede traducirse en la necesidad de masivas inversiones en infraestructura y en la producción de bienes. Eso explica el foro de estos días más que cualquier otra cosa.
Macri invitó a los empresarios de aquí y de afuera para decirles que él ha hecho o está haciendo su trabajo. Argumentos no le faltan, aunque tampoco carece de asignaturas pendientes. La restitución de un mercado libre de cambios; el acuerdo con los holdouts que condenaba al país a un default selectivo, pero default al fin; el fin de la persecución a los empresarios, y la normalización de la agencia oficial de estadísticas (el Indec) fueron noticias destacadas para mostrar a un país que vuelve a jugar con reglas del juego homologables por el mundo. Un proceso mucho más lento puede observarse en los esfuerzos para reducir el déficit fiscal. Este paso cansino ha provocado, incluso, algunos choques dentro del gabinete entre gradualistas y ortodoxos. Macri, jefe político al fin y al cabo, prefiere por ahora descansar en los gradualistas. Esta política acaba de ser respaldada por el influyente secretario del Tesoro norteamericano, Jack Lew, quien dijo que prefiere un ritmo gradual para las reformas en un mundo con bajo crecimiento y con importantes cuotas de ansiedad social.
El mayor obstáculo político y económico de Macri en estos meses fue, sin duda, el conflicto por los aumentos en las tarifas de servicios públicos y, sobre todo, en las del gas. El problema terminó resolviéndolo la Corte cuando le indicó una forma y un orden para aplicar esas subas. El Gobierno cometió dos errores importantes. El primero fue no haber llamado a audiencias públicas en tiempo y forma, tal como lo establece una ley de 1992. El segundo error consistió en aplicar un monumental aumento desde el principio, sin tener en cuenta algunas condiciones sociales. Por ejemplo, la sociedad tenía a principios de año salarios viejos en una economía con altos índices inflacionarios desde los últimos meses de Cristina Kirchner y los primeros de Macri.
La decisión de acelerar el aumento en las tarifas del gas se respaldó en dos argumentos. El primero fue sostenido por el vicejefe de Gabinete, Gustavo Lopetegui, por razones de estricta lectura económica de los problemas. Lopetegui influyó más que el ministro de Energía, Juan José Aranguren, para que el establecimiento de nuevas tarifas fuera de difícil digestión social. El segundo argumento correspondió al propio Presidente, quien escuchó consejos políticos de líderes extranjeros, como Barack Obama o el rey Juan Carlos de España. Éstos le dijeron que las decisiones políticas antipáticas deben tomarse no bien asume un gobierno, porque "el después no existe". Cada uno habla según la experiencia propia. Y una cosa es un ajuste de tarifas en EE.UU. o España y otra cosa era en los días inaugurales de Macri como presidente, después de doce años de servicios públicos gratuitos en la región metropolitana.
Sin embargo, ese error fue también un mensaje a los inversores. El Gobierno se equivocó caminando por la buena senda. Luego, debió desacelerar el ritmo, pero la dirección estaba marcada, a pesar del costo político interno que eso significó para la nueva administración. En los próximos días, a partir del viernes, los argentinos asistirán a otro espectáculo político protagonizado por sectores de la izquierda diversa y el kirchnerismo en el marco de las audiencias públicas por las tarifas del gas. Ambos proponen un sistema tarifario insostenible, injusto y retrógrado.
La aprobación social de la gestión de Macri se estableció en un 55% (mediciones de los últimos dos meses) luego de haber estado en 70% en los primeros dos meses de su asunción. Varios encuestadores coinciden en que conservó un número significativo de adhesiones en los meses más oscuros de su gestión. Prevaleció en la sociedad la esperanza de que las políticas del Presidente tendrán buenos resultados más que la apreciación del presente, cuyas condiciones adversas también son perceptibles para una mayoría social.
¿Tiene razón esa esperanza social? Algunos datos de la economía indican que en agosto se registraron índices de crecimiento de sectores básicos de la economía, aunque ningún economista está seguro de que se trata de una tendencia definitiva. Un estudio de Orlando Ferreres señala un aumento anual de 6,6% en la venta de cemento y de un 7% en los permisos de construcción. Aumentó un 18% el área sembrada de trigo y subieron un 10% las ventas de maquinarias agrícolas. La venta de agroquímicos aumentó 7% en el trimestre junio-agosto. El economistas Miguel Bein, que fue asesor de Daniel Scioli, consignó que también aumentaron las ventas de autos, camiones y motos en alrededor de 20%. La obra pública se puso en marcha en todo el país, sobre todo de la mano de Vialidad Nacional, después de varios meses de estar parada por la necesidad del nuevo gobierno de cambiar las condiciones de las concesiones y de transparentar las licitaciones. "La recesión terminó en agosto", se entusiasmó el ministro de Transporte, Guillermo Dietrich.
Un problema político para Macri es que el peronismo no sólo tiene dominio del relato cuando es gobierno, sino que también se adueña de él cuando está en la oposición. Hay varios peronismos, pero los más experimentados en ese arte son el kirchnerismo y los sindicatos. La estrategia comunicacional del Gobierno consiste en no parecerse al kirchnerismo y, a veces, sobreactúa la falta de comunicación. No informó por qué debió aumentar las tarifas de los servicios públicos con porcentajes de novela para cualquier país razonable y tampoco dio cuenta de las importantes obras públicas puestas en marcha. "No queremos parecernos a Cristina, que inauguraba obras inconclusas", dice un ministro. Los extremos, en efecto, nunca son la mejor solución.
El saldo mejor valorado de Macri es el de haberle puesto fin a la confrontación política. La grieta sigue existiendo, pero no es espoleada por el Gobierno, como ocurrió durante los años cristinistas. El poder tiene siempre, desde ya, un claro efecto de propagación cultural, aunque la profunda división social de los últimos años no terminará rápidamente. Además, hay un sector de la política, los seguidores de Cristina Kirchner, que necesita que esa grieta exista para parapetarse detrás de ella por las investigaciones judiciales.
Quedan las internas del Gobierno. Gradualistas y ortodoxos. O, lo que es peor, la pelea mediática entre la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, y el suspendido jefe de la Aduana Juan José Gómez Centurión. Una vez que se aclaró gran parte del enredo por la pseudoefedrina encontrada en depósitos aduaneros (el cargamento fue comprado legalmente por un laboratorio medicinal que reclamó por carta su entrega), el conflicto se encerró entre esos dos funcionarios. La disputa política no hace quedar bien al Gobierno, porque la imagen que resalta es la de dos miembros de la administración que se acusan por complicidades, por acción o por omisión, con el narcotráfico. Ni Bullrich, ni Gómez Centurión, ni el caso en cuestión dan para semejante sospecha.
En ese contexto de luces y sombras, Macri ingresa al año previo a las elecciones de mitad mandato, en octubre de 2017. La gran batalla será en la provincia de Buenos Aires. Una reciente medición de Poliarquía consigna que el electorado del Gran Buenos Aires se divide en tres tercios. Un tercio es para Sergio Massa o el candidato que él designe. El segundo es para Cristina Kirchner o el candidato que ella elija. Y el tercero es para Mauricio Macri o su candidato. El Presidente podría cerrar mañana la elección si ese fuera el resultado. A Macri le queda el interior de la provincia, donde sacó más de 10 puntos por encima del peronismo en la última elección. Su problema es que las elecciones no serán mañana. En un año deberá demostrar que la mayoritaria esperanza social de ahora no fue sólo una ilusión perdida como tantas otras.