Acaudillada por Antonio Cafiero y sus coroneles Bordón, De la Sota, Grosso , Menem, logró desembarazarse en gran medida del peronismo de Herminio Iglesias, de Beto Imbelloni y otros, impregnado de una indisimulable herencia lopezrreguista. Es esperable, y algunos indicios alientan la esperanza, que la derrota de 2015 y, sobre todo las horrendas evidencias de corrupción durante los gobiernos Kirchner, ponga en marcha otra renovación peronista que permita la recuperación de un movimiento naturalmente mayoritario cuyos graves errores sirvieron en bandeja la victoria a la oposición.
¿Cómo sería, o debería ser, un peronismo renovado en nuestros días? Por
empezar perder la renuencia a la autocrítica, no obstinarse en que la derrota
electoral se debió a sus virtudes y no a sus pecados, que las evidencias de
corrupción son conspiraciones mediáticas, que, lo acaba de twittear la ex
presidenta, muchos de sus problemas se debieron a su condición de mujer. Esa
autocrítica debería también proyectarse hacia el pasado y pagar pesadas deudas:
la terrible decisión de Perón de llevar a de vicepresidenta a "Isabelita", una
alternadora en Panamá, sabiéndose un hombre enfermo y con escasas expectativas
de vida; también la creación de la ominosa Triple A, organización parapolicial
con indisimulable venia oficial; el fallo de políticos y sindicalistas del
peronismo que fueron partícipes necesarios de la sangrienta dictadura
cívico-militar del Proceso, etcétera.
Un peronismo renovado debe también dejar de considerar natural la corrupción de sus funcionarios y dirigentes, flanco que repugna a la ciudadanía y que es aprovechado por sus adversarios, en general tampoco libres de pecado, para socavar el apoyo popular y promover golpes o las derrotas electorales de 1983 y 2015.
Un peronismo renovado debe mantener las banderas fundamentales, la de ser el
partido político argentino que más y mejor se ocupa de los intereses de
trabajadores y marginados. Inclusive el gobierno Kirchner dejó su huella en la
asignación universal por hijo, las jubilaciones extendidas, exenciones y
subsidios que se suman a las históricas conquistas de sus inicios. Logros que
permanecen en la memoria popular y que le dieron esa fuerza electoral que
algunos creyeron inmutable y garantía de impunidad, una de las causa de la
derrota del año pasado y de la debacle actual.
La renovación peronista necesita de la generosidad de muchos de sus dirigentes, gastados ante la opinión pública, para dar paso a nuevas generaciones que reaviven la esperanza en la ciudadanía. Los procesos renovadores suelen darse por fuera de las estructuras institucionales pues, es inevitable, éstas están al servicio de aquello que debe ser sustituido. Parece ser ése el caso de la reciente reorganización de las autoridades partidarias del PJ, con la discutible presencia de personajes que de ninguna manera interpretan el impulso por lo nuevo.
La renovación peronista debe ser amplia, siempre propensa a los frentes multipartidarios y multisectoriales, integrando a todos los sectores del movimiento y también a fuerzas de otros partidos, también depurados de sospechas y procesamientos. De dicha tendencia no pueden ser ajenos los dirigentes gremiales, quienes deberían espejar también la pulsión por la renovación que reclama la sociedad.
La renovación peronista deberá lidiar con un adversario de singular poder: la desilusión de muchas y muchos que nos sentimos atraídos por un proyecto nacional, popular, inclusivo, iberoamericano, sobre todo muchos jóvenes que se sintieron llamados a participar en los meandros de la política nacional, la enorme mayoría de los cuales no especularon con cargos públicos ni prebendas. Esa ilusión estalló en los muchos ceros de la corrupción y en la evidente connivencia de las altas esferas. Desilusión en el FPV, ampliada al PJ, y, lo que es muy grave, en la política. Un país sin política está a merced de intereses que no apuntan a la felicidad de la ciudadanía.
La renovación peronista de nuestros días deberá engendrar su líder natural, como lo fue Cafiero hacer tres décadas. Sabido es que los procesos sociales definen a sus protagonistas, a quienes están en mejores condiciones de interpretarlos y guiarlos. Pero ya se van perfilando candidatos para ese rol fundamental, necesario para alcanzar el objetivo depurador que el peronismo y la República merecen y esperan.