Los ojos del mundo agrícola se posan sobre la Argentina. En el cortísimo plazo, las graves inundaciones sufridas en abril no sólo redujeron en cinco millones de toneladas la cosecha de soja sino que también causaron serios problemas de calidad y retrasos en la logística de embarques que deprimieron la oferta global, elevaron la presión sobre los stocks americanos y empujaron los precios de Chicago al alza.
Cualquier noticia relativa a la debilidad del dólar, suba del petróleo, clima adverso en los EE.UU. y problemas productivos en Brasil no han hecho más que exacerbar la especulación sobre la menor oferta elevando los precios por sobre la frontera de los US$ 400/t. A su vez, la próxima siembra de verano llena de interrogantes a los analistas internacionales. La pregunta del millón es: ¿cuántas hectáreas de soja se van a sembrar? Cuál será el balance de hectáreas entre soja, maíz, sorgo y girasol?
Estimaciones privadas hablan de un incremento en la intención combinada de siembra de maíz, sorgo y girasol en el rango de 1,5 a 3 millones de hectáreas en detrimento de la soja que se traducen en una menor cosecha entre 4,5 y 9 millones de toneladas. Una potencial reducción en la oferta global de esta magnitud enfrentada con la sólida demanda china puede ser explosiva. La relación stock/consumo del país del norte será el termómetro de los precios internacionales donde una caída de este indicador nos puede colocar en el terreno de los US$/t 500.
Para el mediano y largo plazo los operadores y analistas se preguntan si la Argentina liberará todo su potencial productivo. Los productores argentinos enfrentan un contexto global alentador, con nuevas reglas de juego, una relación insumo/producto favorable y el acceso a un paquete tecnológico muy competitivo.
Con sólo cambiar el mix de cultivos hacia una proporción más sustentable habremos agregado unas 20 millones de toneladas a la producción de granos para luego poner proa a las 150 millones antes del fin de la década. Volcar esto al consumo requiere de una coordinación de la iniciativa público-privada que genere:
Una política agroindustrial que favorezca una mayor transformación de granos en carnes, biocombustibles y otros productos con mayor valor agregado.
Un plan de infraestructura que permita el manejo ágil y eficiente de estos volúmenes en puertos y rutas.
Nuevos estándares en las cadenas productivas de alimentos para colocarnos a la altura de los mejores.
La Argentina puede generar una gran ola agroexportadora, pero para que sea sustentable hay que elevar los estándares de control, trazabilidad, sanidad, calidad y etiquetado. No sólo hay que producir más a precios competitivos. Los consumidores son cada vez más exigentes y quieren saber si los alimentos fueron producidos de manera sustentable con altas normas sociales y de cuidado del medioambiente.
Los estándares que eran aceptables en el pasado dejaron de serlo. Y los de la próxima década serán mucho más exigentes que los actuales. Pensar el futuro en términos del presente es eclipsar nuestro potencial. Los productores deben exigir al Gobierno elevar los estándares para que la Argentina sea considerada un país de excelencia en materia alimentaria. Hay mucho trabajo por realizar, no sólo para estar a la altura de grandes jugadores como Estados Unidos y Europa sino también de nuestros vecinos que han abrazado con visión de futuro la exportación de alimentos. Confiamos en que los nuevos vientos políticos nos eleven hacia nuevos patrones de excelencia y nos encaminen hacia la reinvención sustentable del ecosistema agroindustrial argentino.