Todas las puertitas del señor López conducían a Él y después condujeron a Ella. Ya no tienen más argumentos lógicos ni de los otros para negarlo. Ya no pueden desestimar las denuncias afirmando que las formuló una diputada nacional que "no tiene los patitos en fila". Ya no pueden ir a la presentación de un libro de investigación periodística, sin haberlo leído, para sugerir que el autor no tenía evidencias. Ya no pueden decir que lo de Leonardo Fariña era ficción ni que el video con Martín Báez, Daniel Pérez Gadín y Fabián Rossi contando plata fue obra de algún servicio de inteligencia para dañar al cristinismo.
Esta vez no oficiaron de "intermediarios" periodistas de la "corpo". No hubo
un Jorge Lanata o un Hugo Alconada Mon, para citar sólo dos ejemplos, dispuestos
a conspirar contra el modelo nacional y popular de matriz diversificada. Tampoco
se podrá decir que lo que sucedió en la madrugada del martes en General
Rodríguez debe ser presentado como un caso de "corrupción entre privados". Ya no
les servirá la cantinela de que Lázaro y Cristóbal hacían negocios para sí
mismos, mientras que Cristina Fernández intentaba reconstruir los datos del
cuadernito que siempre llevaba Néstor encima, y que lo que quería la ex
presidenta era poner un poco de luz a tanta oscuridad. López es Cristina. Y por
eso el escándalo del ex secretario de Obras Públicas no sólo conmovió a la
mayoría de la sociedad. También pegó muy duro entre la militancia que hasta hace
unas horas suponía que la ex presidenta no estaba enterada de la megacorrupción
de Estado que se instaló durante su gobierno.
Entre José López y Cristina Fernández no había nadie más. Ninguno de los que están en el negocio de la obra pública ignoraba que López no respondía a su superior formal, Julio De Vido. Esto no lo hace inocente al ex superministro de Planificación, apenas sirve para hacer caer la coartada no explícita de Cristina Fernández. Hacía más de diez años que los empresarios del club de la obra pública negociaban con López las adjudicaciones de obras, los certificados, los anticipos y las cuotas de los pagos. Y ahora hay un expediente en la Justicia con los registros oficiales de cómo López le adjudicó a Lázaro el 84% de la obra pública de Santa Cruz, de qué manera cobraba antes y más que nadie por proyectos que en muchos casos ni siquiera concretó. También existen causas como Hotesur, Los Sauces y "la ruta del dinero K", cuyas evidencias demuestran un claro toma y daca entre Lázaro, Cristóbal López y la sociedad que integran Cristina, Máximo Kirchner y su hija Florencia.
Algunos fiscales y jueces de Comodoro Py podrían preguntar a quienes
desconfiaban del avance de las investigaciones: "¿Querían un delito precedente
que probara el lavado de dinero? Aquí lo tienen: un alto funcionario público,
nada menos que el encargado de adjudicar y pagar obra pública a la mayoría de
los empresarios que apoyaron el gobierno de Néstor y Cristina, tratando de
sacarse de encima seis bolsos con el equivalente de casi 9 millones de dólares
en negro. Un alto funcionario público, de acceso directo a Néstor y Cristina,
con una declaración jurada que no supera los 2 millones de pesos y con una
fortuna casi 10 veces superior a la que reconoció bajo juramento ante la Oficina
Anticorrupción y la AFIP.
Podemos escribir una y mil notas sobre algunas de las buenas políticas de Estado que impulsó Néstor Kirchner, en especial durante los primeros años de su gobierno, y eso no va a impedir que la verdad sobre la plata que robaron sus funcionarios aparezca tarde o temprano. Podemos publicar con lujo de detalles las graves consecuencias del tarifazo del gobierno de Mauricio Macri y reclamar que el Presidente siga dando explicaciones a la justicia federal sobre su rol en los Panamá Papers y la desprolijidad de su declaración jurada. Podemos hablar de lo mal que la están pasando los trabajadores formales e informales en el conurbano de la provincia de Buenos Aires. Pero eso no la hará más buena a Cristina Fernández de Kirchner. Sus dirigentes más incondicionales apenas si pueden balbucear. Los voceros del Partido Justicialista, el Frente para la Victoria, Nuevo Encuentro y organizaciones como La Cámpora o la que conduce Luis DElía no terminan de salir del estado de shock. Es que López es Cristina y la ex presidenta, si todavía guarda una mínima esperanza de continuar su carrera política, debería salir a explicar cuál sería su verdadero rol en esta trama.
No le van a alcanzar esta vez a la ex jefa del Estado su clásica catarata de tuits ni sus enrevesadas cartas a través de Facebook. Debería dar, de una buena vez por todas, una conferencia de prensa, abierta a preguntas de todo tipo, sin la custodia de los pibes para la liberación. Debería romper ese silencio atronador que tanto desconcierta a la militancia. Y debería, por supuesto, hablar de los hechos de conocimiento público. Desde la reunión en Olivos que habría mantenido con Lázaro Báez para preguntarle por qué estaba sacando dinero al exterior o reclamándole su propia plata hasta el mecanismo por el que se le anticipaba dinero al llamado "rey de la obra pública". Desde por qué aceptó como inquilinos a Báez y Cristóbal López al mismo tiempo que permitía que el primero se quedara con la mayoría de las licitaciones y el segundo manejara los casinos sin los controles mínimos y pagando un canon irrisorio por el usufructo de la sala de juegos con más tragamonedas del mundo.
No sólo se lo debe como ex presidenta a quienes la votaron y también a quienes no. Les debe una explicación a quienes creyeron en ella y ahora están viviendo una profunda decepción. Tiene que contarles por qué, con tantas denuncias públicas que se conocieron de forma masiva, decidió mantener en su cargo a José Francisco López. Tiene que explicar por qué después le ofreció la candidatura a diputado del Parlasur, un espacio político que se caracteriza por la protección judicial que otorgan los fueros legislativos. No va a ser suficiente esta vez irse por la tangente. No le va a resultar efectivo otro acto multitudinario frente a los tribunales de Comodoro Py. Será inútil que la señal de cable que la defiende intente reconstruir una versión distinta de los hechos. Esto no se arregla a puro relato ni con un ejército de un millón de trolls atacando a los periodistas críticos en las redes sociales. Esto quedará marcado a fuego en los libros de historia y no habrá Dios ni papa que sean capaces de evitarlo.