Si nuestros agricultores producen más kilos, por ejemplo, de maíz o soja por unidad de tierra usada que otros países, por ejemplo, que Estados Unidos, entonces este dato nos señalará nuestro grado de competitividad agrícola.

Seguramente podría sofisticarse este cálculo teniendo en cuenta el valor del capital en tierra y el capital circulante (por un lado personal y su capacitación y por otro todo lo demás: tractores y resto de las herramientas, semillas, gas oil, fertilizantes, comercialización, costos financieros o alquileres y demás costos). Y ese análisis puede hacerse, pero quizá no nos diría tan directamente como los kilogramos por hectárea obtenidos cuál es nuestra distancia real con otros países en productividad.


Hemos efectuado la comparación con la producción de maíz por hectárea, pues es el grano para el que disponemos de más historia estadística. La soja es un producto más reciente, aunque su evolución ha sido muy vertiginosa.

Hasta 1940 las productividades estaban muy cercanas unas con otras, considerando EE.UU, la Argentina y Brasil, tres grandes exportadores de alimentos vegetales.

En promedio, la producción de maíz por hectárea se ubica actualmente en EE.UU. en los 10.000 kg/ha en tanto que en la Argentina se logra un nivel de 7000/8000 kg/ha y Brasil está obteniendo aproximadamente 5000 kg/ha.

Esto no siempre fue así, sino que se registran muchos períodos de bastante igualdad en las producciones por Ha. La gran diferencia se produce a partir de mediados de la década del 40, donde se inicia el populismo en estas regiones de América Latina. Con la reintroducción de las retenciones en 2002, el volumen obtenido por hectárea se frenó mucho en los últimos 10 años.

Podemos ver que con la revolución agrícola desde 1880 en adelante, la productividad de la agricultura argentina se ubicó bien y que se usó eficientemente todo el gran cambio tecnológico que ocurrió en aquella época, por ejemplo, el uso del arado de una o dos rejas tirado por 5 o 6 caballos y la forma de cultivar la tierra, cosechar y comercializar la cosecha. Se amplió la frontera agropecuaria en unos 15 millones de hectáreas, para lo cual se requirió mucha mano de obra, que en general vino de Europa. El nivel de ingresos promedio hacia 1910 era el doble en Argentina que en España o en Italia, por ejemplo. Y esta es la prueba más irrefutable de porque la inmigración fue tan abundante. Hoy casi nadie emigra a la Argentina, pues los ingresos aquí han decaído mucho en términos relativos a casi todos los demás países.

Los períodos de las dos guerras influyeron mucho en forma negativa en la productividad agrícola Argentina y lo mismo la gran crisis de 1930. Al salir de la Segunda Guerra Mundial, el presidente del país Juan Domingo Perón creó el Instituto Argentino Para el Intercambio (IAPI) y estatizó todo el comercio exterior. Los precios de los granos fueron fijados muy por debajo del precio internacional, que había subido mucho después de la guerra por la gran cantidad de fondos que desplegó el Plan Marshall para la reconstrucción europea. Si bien se reconstruyeron muchas obras de infraestructura, todo el efecto multiplicador en cascada fue a los sueldos, con lo cual la demanda de alimentos fue una de las que más se reactivó.

La historia reciente es más conocida y seguimos bastante mal hasta la organización económica que ocurrió a partir de 1989, donde se estabilizó la inflación y el tipo de cambio se fijó en 1=1 con el dólar americano. Al eliminarse en tres años las retenciones o impuestos a la exportación que en 1989 llegaron hasta el 45% como fue el caso del trigo, se produjo un boom de la agricultura. A esto se unió un cambio tecnológico importante, como fue la "labranza cero" hoy rebautizada como "siembra directa", que significa siembra sin arar que además incluye nuevas semillas, nuevos fertilizantes, nuevos herbicidas y pesticidas.

Después de la introducción otra vez de las retenciones o impuestos directos para exportar granos aplicada por Eduardo Duhalde en 2002 y continuada por el matrimonio Kirchner después por 13 años, que incluso la amplió hasta el extremo de querer aumentar las retenciones en función del aumento del precio internacional, la agricultura si bien avanzó algo, se quedó relativamente en comparación con el desarrollo de la misma a nivel internacional.

En este momento se están eliminando todas las retenciones, excepto las de la soja que se van a ir bajando de a 5 puntos por año, hasta llegar a cero en el 2022. Entendemos que esta nueva política va a generar una nueva expansión de la producción agrícola de Argentina, hasta recuperar el lugar prominente que tenía con orgullo en las épocas de orden económico. Durante el kirchnerismo, la soja, nuestro principal producto de exportación, fue tratada con poco respeto y fue rebautizada por la Presidenta de ese momento como "el yuyito". Recordemos que esta y otras materias primas fueron las que le permitieron a aquella administración gastar enormes sumas en subsidios pero sin mejorar la ocupación, salvo la estatal.

Argentina tiene una agricultura muy competitiva que ha sido esquilmada por el populismo en distintas épocas, especialmente a partir de mediados de la década del 40. Esto no impidió su desarrollo a lo largo del tiempo, aunque sí quedó relativamente atrasada por muchos años. Ahora, si todo se cumple en materia de tipo de cambio, retenciones, crédito, tecnología, en pocos años más se estima, por el prestigioso Grupo de Investigación de los Países del Sur, que la Argentina podría incrementar su producción agrícola hasta 160 millones de toneladas por año hacia 2022, partiendo de que actualmente dicha producción de granos en conjunto se ubica en los 100 millones de toneladas. Es un objetivo es muy deseable y estimamos que puede lograrse. Sin embargo es bueno recordar el tiempo perdido en políticas inconducentes, que atrasaron al país. Como dijo Napoleón: "Una batalla se puede perder y después recuperar, pero el tiempo perdido no se recupera más". Esta vez, tenemos que mantener el buen rumbo todo el tiempo.