La relación de Hugo Moyano con el poder es circular. Tal como sucedió durante la gestión de Cristina Kirchner, el jefe de los camioneros suma un rosario de motivos que tensan su vínculo con el Gobierno. Ya luce en sepia aquella foto intimista de diciembre, cuando antes de asumir Mauricio Macri puso en escena quién sería su interlocutor gremial y lo privilegió con una reunión a solas.

Ambos, Macri y Moyano, exhibieron entonces una armonía que ya no existe.

El vértigo de una semana en la que la disputa con el Gobierno alcanzó cimas de tensión -por el control de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA)- tuvo un cierre con un embravecido conflicto gremial de los camioneros.

Con una llamada, Moyano comprobó ayer otra vez que puede parar el país. Una huelga parcial de la rama combustibles desabasteció a ciento de estaciones de servicios. Pese a la conciliación obligatoria dictada por el Ministerio de Trabajo, la protesta podría extenderse a otros rubros: recolección de residuos, distribución de mercadería en los supermercados y el transporte de caudales. Desafiante, Moyano juega con esa carta. Como en los tiempos kirchneristas.

El reclamo de los camioneros es parte de la presión que suele ejercer el sindicato en su pulseada salarial con la Federación Argentina de Entidades Empresarias del Autotransporte de Cargas (Fadeeac), que reúne a unas 45 cámaras. Tras dos reuniones, no hay aún visos de un acuerdo. El gremio exige un aumento del 42% y una compensación extra por el impuesto a las gananacias. Los empresarios ofertaron un 28% en tres cuotas y se niegan a incluir en el trato algún beneficio por las quitas impositivas.

El rostro combativo

Con su paritaria, Moyano vuelve a ser el rostro más combativo del gremialismo por Ganancias. El perfil intransigente que exhibe su hijo Pablo, número dos en el escalafón jerárquico de los camioneros, puede ser parte de una estrategia para influir en el ajedrez interno por el control de la CGT unificada, que nacería el 22 de agosto y cuya cúpula todavía no está definida.

En este frente, el moyanismo reflotó la alternativa de un liderazgo colegiado porque aspira a mantener allí un polo de poder en su pelea contra el Gobierno. Si la futura conducción cegetista es un triunvirato, uno de los referentes será designado por Moyano. Algunos dirigentes impulsan a su hijo. Hugo, todavía, no tomó partido.

La relación con Macri está guiada por la tensión. Después de los cruces retóricos por el veto a la ley antidespidos, hubo una escalada a partir de la intención del jefe camionero de presidir la AFA.

"Hay una intervención encubierta", se plantó Moyano, al oponerse al desembarco de los veedores que dispuso la Inspección General de Justicia (IGJ) para el organismo que Julio Grondona supo tener en un puño durante décadas. Moyano adjudica la jugada de la IGJ al macrismo. Le apunta directamente al Presidente.

En paralelo a la pelea por la gestión deportiva, la arista gremial acumula complicaciones. A la intrincada paritaria, con el desafío latente de no acatar la conciliación obligatoria, se le sumó hace dos semanas la judicialización por los fondos de la salud.

Moyano recurrió a la Justicia para exigir al Estado el pago de $ 600 millones que le corresponderían a la obra social de los camioneros. La demanda comenzó durante la gestión de Cristina Kirchner, pero la reactivó después de que el macrismo haya reconocido que el dinero que se atesora en el Fondo Solidario de Redistribución les pertenece a los trabajadores que aportaron a esa caja.

Moyano sigue de cerca el rumbo de la paritaria desde el gremio. Más volcado a la disputa por la AFA, delegó la negociación en su hijo Pablo, Marcelo Aparicio, el secretario gremial, y Pedro Mariani, un ladero incondicional desde los años 80 y quien digita las delegaciones provinciales de camioneros. Moyano se involucrará en persona cuando la situación lo amerite. Sería para firmar un eventual acuerdo salarial o para anunciar un paro nacional.