Con parsimonia, van en aumento los indicios del fin del ciclo negativo para
los países emergentes iniciado hace dos años. Se recuperan las commodities, los
bonos y los índices bursátiles de estos países. En medio de una gran liquidez
global, los bancos centrales de Europa y Japón mantienen políticas expansivas
imprescindibles para evitar la deflación. La Reserva Federal de los Estados
Unidos, si lo hace, irá despacio con la suba de sus tasas de interés.
Cuando hace dos años se puso de frente el viento para los emergentes, hubo profecías de un cambio de tendencia que volvía a colocar a los países desarrollados en el centro de la escena.
Aquí sostuvimos, en cambio, que se trataba de una pausa dentro de una
tendencia favorable de larga duración. Los logros del mundo emergente hasta aquí
han sido notables. Creciendo más que los desarrollados desde hace unos 20 años,
lograron aumentar su participación en el PIB global del 36% en 1990 al 43% en
2000, y al 58% en 2015. Esta ganancia de 22 puntos -perdida por los
desarrollados- representa hoy 25 billones (¡sí, millones de millones!) de
dólares. Gradual, pero sostenidamente, el nivel de vida de la mayoría de los
países emergentes, en muy diferente medida, ha empezado a converger por primera
vez en la historia con el de los desarrollados. En 2007 escuché decir a Henry
Kissinger que el centro del poder económico mundial se estaba desplazando
inexorablemente del Atlántico al Pacífico. Así está ocurriendo, y esta fuerza
del Oriente impulsa también al mundo emergente occidental.
Las causas de este nuevo fenómeno están todavía vigentes y tienen mucho resto. Ellas son el mayor crecimiento demográfico; los bajos salarios urbanos iniciales que, unidos al abaratamiento de la tecnología, generan nuevas y mejores oportunidades de inversión; el despertar al consumo del 70% de la población mundial y la apuesta por la educación en muchos de estos países, y, crucial, políticas macroeconómicas sensatas en la mayoría de ellos. Aun en su peor bienio del siglo, 2014-15, el PIB por habitante de los emergentes creció casi el 2,9% anual, mientras que el de los desarrollados lo hizo sólo el 1,5%.
La probabilidad del regreso de los emergentes al protagonismo es bastante alta, pero no se avizora un ciclo tan brillante como el finalizado hace poco más de dos años. Una importante limitación es la creciente diversidad de este grupo de países, a tal punto que su nombre en común es ya una licencia del lenguaje. Golpeados por el populismo económico que derrochó el ciclo dorado de las materias primas, y por su caída reciente, se han rezagado varios países de América latina -en especial Venezuela, Brasil y, hasta ahora, también la Argentina- varios de la Comunidad de Estados Independientes (ex URSS) y, en medida menor, algunos de Medio Oriente. En el otro extremo se destacan el África subsahariana -aunque no Sudáfrica- con un crecimiento de tres o cuatro lustros cercano al 5% anual, y el Asia emergente, con casi un 8%. Entre ambos generan hoy dos tercios del PIB de los emergentes y un tercio del global.
Se suman otros factores para impedir, por ahora, un ciclo tan brillante como el anterior. Uno bien importante es que China no logra el necesario protagonismo del consumo interno reduciendo el peso desmedido de la inversión y las exportaciones. El modelo vigente fue acumulando ineficiencias y dio lugar a un gran endeudamiento, aunque protegido por la feroz acumulación de reservas en su Banco Central, todavía por encima de los tres billones de dólares (cien veces las de la Argentina). Para lograr la necesaria reestructuración, China debe mejorar su sistema de seguridad social (pensiones, salud y desempleo), todavía insuficiente y mezquino, y bajar los costos de la educación, porque de los contrario los hogares chinos seguirán ahorrando mucho. Mientras tanto, entre los cinco Brics sólo brilla hoy la India, que crece ya más que China, y al que debería prestarse mayor atención aquí. Siete de los diez productos cuyas importaciones están aumentando más son alimentos y bebidas. La recuperación de Rusia podría iniciarse si se afianza el precio del petróleo, y la de Brasil se hará posible si supera, tal como parece ahora, su grave crisis política.
La recuperación de los precios de las materias primas obedece por ahora menos a un aumento de la demanda, que en alimentos sigue firme, que a factores exógenos: el mal clima para los granos, especialmente en la Argentina y, por otro lado, el aparente resurgir del protagonismo del cartel petrolero de la OPEP vía curiosa conexión Arabia Saudita-Rusia, a la que Irán todavía se opone. Sobre esto se han montado, como siempre, los fondos de inversión. No hay que olvidar, sin embargo, que el principal factor de la caída de los precios de las materias primas fue un exceso de oferta por el gran salto de su producción que siguió a los altos precios resultantes del crecimiento de los países emergentes. Son éstos los que aportan casi todo el aumento de importaciones de commodities, y el 100% en el caso de los alimentos. Si renacen los emergentes, se afianzará también el precio de las materias primas.
Es notable la resiliencia ante al chubasco mostrada hasta ahora por la mayoría de los países emergentes. Esto ocurrió porque la mayoría de ellos mejoró notablemente sus políticas económicas, mantuvo a raya la inflación, adoptó tipos de cambio flotantes procurando moderar la apreciación, limitó aumentos excesivos de deuda pública externa con prudencia fiscal y mantuvo sistemas bancarios mayormente solventes y líquidos. Sí hay señales de alerta en los niveles de deuda privada externa, déficit fiscal y deuda pública interna, tal como se ve en Brasil hoy. Con todo, la gigantesca liquidez global ya mencionada será un factor decisivo en la intensidad y duración del rebote de los emergentes. Aunque todavía hay mucha aversión al riesgo y millones de agentes prefieren ganar el 1,8% anual con los bonos del Tesoro de Estados Unidos a 10 años, es bastante probable que esto cambie.
Lo más probable es que extrañaremos bastante tiempo el viento de cola que nos impulsó durante una década y cuya fuerza malgastamos. Contaremos en cambio con una suave brisa a favor que, con diestros capitanes y timoneles expertos, puede ayudarnos más que el viento malgastado.
Con bajos precios del cobre, Chile logró algo semejante, en especial desde el restablecimiento de la democracia. El consejero económico y comercial Zhai Chengyu dijo a este diario que "todo alimento argentino tiene posibilidad de entrar en China". Lo mismo vale para muchos otros países y productos. El único camino para lograrlo es invertir en capital físico y humano, innovar, aumentar la productividad y lanzarse a conquistar los gigantescos mercados potenciales. Dependeremos de estos factores mucho más que en el pasado. Con el nuevo gobierno, y en medio de los dolores obsequiados por el populismo precedente, se está preparando el terreno y poniendo los cimientos para eso. Todavía faltan planos, o mejor, planes. Una visión de futuro explícita y compartida ayudaría a elevar las miras de un debate todavía demasiado enfrascado en el pasado o en la chicana política. Y también a mejorar las expectativas de trabajadores, empresarios y consumidores, a reducir sus temores a los riesgos y a poner así en marcha la economía.
Sociólogo y economista, fue ministro de Educación de la Nación