SANTA ELENA, Entre Ríos.- Todos los días Sandra Cabrera sale al patio y ve
cómo el Club Ribera del Paraná desaparece en el barranco. También mira la casa
de sus vecinos caer. Al fondo observa el río, acechante, y la lluvia que desde
arriba le recuerda que la situación se va a repetir.
"Esto es mi infancia, mi adolescencia, mi adultez, y todo se va", dice. Hace
tres meses se empezó a caer el patio de la casa donde vive desde los 5 años con
sus padres. "Lo que pasa es que con esta lluvia se cae todo más rápido", explica
su padre. Pero el miedo de Cabrera no es sólo no saber hasta cuándo va a tener
la casa en alto, sino también la situación del hospital, el único en todo Santa
Elena.
"Si no se hace nada, en un año y medio no lo tenemos más", señala. Y confirma el
miedo del intendente, Silvio Moreyra. Cada año se pierden 15 metros de terreno
en el barranco. De ese cálculo sale el vaticinio. Los que más sufren son los
barrios Fátima, Villa Urquiza, Belgrano e Independiente. En un pueblo de 22.000
habitantes, son 6000 las personas que viven con miedo a caer.
Hasta ahora suman 10 las familias que se tuvieron que ir porque su casa se estaba cayendo por el barranco. En unos días se sumará una más, la de Ana Oviedo, su marido y su bebe. El lunes pasado a la noche ella escuchó un ruido, fue a la habitación que había armado para su hijo, y vio la rajadura en la pared que se hacía cada vez más grande. Le puso bolsas de alimento para perros para contener la lluvia que se filtraba por el agujero. Filmó la situación, le sacó fotos a la pared. Pero no sabe qué hacer con esos registros.
Hace dos meses evacuaron a la familia de al lado, cuando se le empezaron a caer las paredes, el techo, las mesas, los electrodomésticos. Algunas noches, Oviedo escucha ruidos: es la casa de su vecina desmoronándose. Ahora le tocó a ella. "No sé qué hacer, si avisar a la municipalidad o irme a alquilar a otro lado", le dice Ana a Sandra.
Además de la lluvia constante de los últimos días, el problema también es que la vía navegable está muy cerca, pegada, al barranco. Los motores tiran agua y lo sienten las familias en sus casas. Son 500 viviendas, tres escuelas y un hospital los que están en riesgo inmediato.
"Estamos pidiendo ayuda a Nación y a la provincia para saber qué tratamiento podemos hacer; un estudio serio, con geólogos", explica el intendente. Y sigue: "Lo estamos tramitando con la Subsecretaría de Recursos Hídricos de la Nación y con el Ministerio de Planificación de la provincia. Quedaron en tomar nota".
Fue un martes. De eso se acuerdan en el Club Ribera del Paraná. Un martes a las 13.30, en 2013. Un instante que empezó y todavía sigue. Y lo que sigue es el desmoronamiento de los salones que hacían de cancha de fútbol para los chicos del barrio.
El club se fundó el 6 de marzo de 1943. Domingo Ojeda fue director de Obras y Servicios Públicos de la municipalidad durante 37 años. Hace cuatro días que se fue. "Vamos a perder la ciudad", dice, indignado. Cuando habla de este tema se enoja. Que no puede ser que aún haya cañerías de 1905, que rellenaron ese terreno con 620 metros cúbicos de tierra y tres días después ya se había deslizado todo.
Los jugadores de fútbol del club viven en la zona más vulnerable del pueblo. Y a pesar de que sus casas están peor que el club, van a ayudar a acomodar lo que va quedando, a cuidar que no haya robos.
La suma de tres situaciones hizo que los habitantes de La Paz, a 48 kilómetros de Santa Elena, no puedan descansar: el agua en la ruta, la inundación en las casas y el barranco. "La lluvia ha generado grandes desmoronamientos y un 70% del barranco tiene peligro de derrumbe, con más de 40 familias afectadas", cuenta Gustavo Barboza, coordinador de Defensa Civil de esa ciudad.
El drama les ocurrió hace 15 días, cuando cayeron 200 milímetros de agua en dos horas. Ahora las secuelas quedan. El lunes pasado llovió, y fueron muchos los que permanecieron despiertos. La crecida del arroyo Cabayú Cuatiá es la amenaza. Por eso los rumores y los mensajes corren toda la noche: "Se viene el Cabayú, levantá las cosas".
Los hermanos Alejandro y Luis Rivero, con sus hijos, guardan la ropa, la mesa, el lavarropas, y duermen en un acoplado de camión que les prestó un amigo. A ellos el agua les llevó los platos, las ollas, los cubiertos. Y mientras limpian, ponen a salvo lo que pueden. A sus vecinos, en cambio, el arroyo les llevó las paredes, la puerta, la casa.
En un pueblo de 40.000 habitantes, los afectados llegaron a más de 8500. El lunes a la noche hubo 16 evacuados y 24 autoevacuados. Y aún hay dos centros que están alojando a 100 personas ,que no volvieron a sus casas porque ya no las tienen.