El pedido del fiscal Gerardo Pollicita para que citen a Cristóbal López a declaración indagatoria podría constituir la antesala de su procesamiento por evasión impositiva. Lázaro Báez ya está en la cárcel de Ezeiza, ahora procesado por el juez Sebastián Casanello. Martín Báez acompañará a su padre en la cárcel luego de la indagatoria a la que fue convocado para los primeros días de mayo. López y Báez fueron los empresarios elegidos por el matrimonio Kirchner como socios o como testaferros de sus bienes. La política santacruceña indica a López como socio y a Báez como testaferro.

Las empresas de los dos están al borde de la ruina. La pregunta que se hacen jueces y fiscales es si ellos también están en la ruina. Una tesis que circula en los tribunales sostiene que los dos son ricos en plata negra, que no pueden blanquear en momentos en los que cada gasto de esos empresarios es seguido por varios jueces y fiscales. Austral Construcciones, de Báez, se hunde, mientras su dueño tendría mucha plata en efectivo en lugares secretos de la Patagonia o en cuentas bancarias offshore. López estaría en una situación parecida, aunque en su caso no existe, todavía al menos, la sospecha de dinero en efectivo guardado en bóvedas o contenedores. Lo cierto es que López y Báez se encargaron de la fortuna de los Kirchner durante los 12 años de gobierno kirchnerista. Los dos están ahora más preocupados por los jueces que por la plata. O por cómo explicarles a los jueces la plata que hicieron y que desapareció.

Sólo un sistema impúdico pudo permitir que una institución esencial del Estado, como lo es la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), se convirtiera en cómplice de la corrupción entre el Estado y empresarios. El ex jefe de la AFIP Ricardo Echegaray fue citado a indagatoria por los negocios de Báez y el fiscal Pollicita pidió ayer que también sea indagado por las trampas tributarias de López. En el caso de Báez, Echegaray habría permitido el uso monumental de facturas falsas para evadir impuestos y hasta habría disuelto la delegación del organismo en Bahía Blanca para impedir una investigación. En el caso de López, autorizó a éste para que dispusiera de 8000 millones de pesos, que correspondían a impuestos a la nafta, para ampliar exponencialmente sus negocios. El socio de López, Fabián de Sousa, declaró que "no pagar impuestos para financiarse es legal". Con ese criterio, todos los argentinos podrían dejar de pagar impuestos (que son muchos y acumulativos) y desfinanciar al Estado. La tesis de De Sousa sería anarquista si no fuera cínica.

Seguramente Echegaray cumplió órdenes precisas, pero eso no lo convierte en inocente. Permitió que el jefe de la DGI durante su gestión, Ángel Toninelli, asistiera a Báez y que el hijo de éste, Federico Toninelli, fuera uno de los contadores de Báez. La solución venía junto con el problema. Sea como fuere, la conclusión es que la situación actual de Echegaray al frente de la Auditoría General de la Nación (un cargo constitucional cuya designación corresponde al principal partido de la oposición) es imposible de defender hasta para el propio peronismo que lo propuso. El jefe de Gabinete, Marcos Peña, comenzó ayer una diplomática presión cuando dijo que debería irse si resultara procesado, como todo indica que sucederá. Elisa Carrió fue mucho más allá y pidió directamente su inmediata destitución. Echegaray debe velar ahora por la honestidad de los gastos del Estado. El cargo que ocupa requiere de representación política, pero también de autoridad moral.

Cristina Kirchner tiene una envidiable capacidad para no ver lo que no quiere ver. Ese derrumbe se produce bajo sus pies, pero ella prefiere creer que ha recuperado el liderazgo político de la oposición a Macri. Algunas escenografías parecen darle la razón. Sólo parecen. Es cierto que logró juntar a 51 intendentes peronistas bonaerenses de un total de 55. La política se asombró ante esa capacidad de convocatoria. Otra cosa sucede cuando se hurga en el entramado que precedió esa reunión.

Los intendentes bonaerenses son llamados swingers por los propios peronistas. Esa palabra define a las personas a las que gusta intercambiar parejas. Lo primero que debe decirse es que gran parte de esos intendentes presionaron a los legisladores bonaerenses para que autorizaran a María Eugenia Vidal a que se endeudara. Sin ellos, la gobernadora no habría podido superar la muy grave crisis financiera que heredó en la provincia. Lo segundo que hicieron los intendentes fue fletar colectivos con gente (ninguno lleno) para aplaudir a Cristina Kirchner el día de su declaración indagatoria ante el juez Claudio Bonadio. No fue ningún intendente, pero varios pagaron los colectivos y la gente. No son sinceros en el amor ni en el desamor.

Entre el apoyo a Vidal y los colectivos de Cristina, esos mismos intendentes habían sido convocados por el jefe del bloque de senadores peronistas, Miguel Pichetto, para pedirles su opinión sobre qué debía hacer el peronismo en el Senado con el acuerdo con los holdouts. ¿Debía autorizar al gobierno de Macri a cerrar definitivamente ese acuerdo previo? ¿O debía, en cambio, rechazarlo? Todos los intendentes le sugirieron a Pichetto que los senadores debían ayudar al Presidente a salir del default. ¿Qué hacían entonces muchos de ellos el lunes escuchando la retórica revolucionaria de Cristina? ¿La escucharon realmente?

Poco antes de ir al encuentro con Cristina, varios intendentes le hicieron llegar sugestivos mensajes a la gobernadora Vidal. Le aclararon que irían a verla a la ex presidenta sin ganas, obligados por la imposibilidad de decir que no. Algunos hasta le llegaron a pedir disculpas por la infidelidad expuesta a la luz del día. Varios salieron peor de lo que entraron a esa reunión. Cristina Kirchner aceptó implícitamente su condición de excluyente jefa de La Cámpora. Fue cuando escuchó un tímido reproche a la organización que creó su hijo. Saltó en el acto: "Yo soy la que decido sobre La Cámpora", dijo, arrogante. Los intendentes pudieron ver además cómo los militantes de La Cámpora se convirtieron en una especie de guardia de corps de la ex presidenta. Decenas de esos jóvenes rodean a Cristina y organizan sus desplazamientos por la ciudad. Es hora de que la ministra Patricia Bullrich se pregunte si eso es posible en un Estado democrático, cuyo gobierno debería tener el monopolio de la fuerza y la garantía del orden público.

El único problema real con el regreso de Cristina Kirchner es que el peronismo se pone impaciente. No sólo el peronismo pejotista; también a Sergio Massa lo inquieta. El peronismo tiene vacante su conducción política y ese problema no lo resolverá la formal lista de unidad de Gioja y Scioli, aunque ésta podría dar la impresión de un liderazgo. "La moneda está en el aire. Nadie sabe qué pasará", dicen pejotistas y massistas. Massa teme que Cristina Kirchner le borre con un par de apariciones su línea del medio, entre la oposición y la comprensión a Macri. Sospecha, además, que Cristina podría ser candidata a senadora nacional por la provincia de Buenos Aires el próximo año, la misma candidatura a la que aspira el propio Massa. Su primera reacción fue atacar a Macri en lugar de hacerlo contra Cristina. "Nadie sabe en qué terminará todo esto", repiten al lado de él. Incertidumbre. Eso es lo único unánime dentro del peronismo.

Pase lo que pase con el gobierno de Macri, el destino de Cristina está condenado a recordar el pasado. No existe registro de un presidente que haya vuelto, salvo las excepciones de Roca, Yrigoyen y Perón. Los tres lo hicieron en condiciones muy distintas de las que le tocan a Cristina Kirchner. Aquellos tres ex presidentes sólo tuvieron que superar grandes obstáculos políticos. No había jueces hurgando sus fortunas ni las de empresarios que se enriquecieron durante sus anteriores mandatos. El obstáculo de Cristina es directamente insalvable.