Le permitieron mostrarle al mundo que sus novedosas políticas son compatibles con la gobernabilidad de la nación política. Es decir, que no es sólo un pregonero de buenas intenciones, sino que también está en condiciones de convertirlas en realidad. Ése es un precedente fundamental para una Argentina de la que desconfiaban casi todos los sectores internacionales. La pregunta sin respuesta refiere a cuánto tiempo le llevará al Presidente trasladar esas conformidades del mundo al territorio menos amable de su país. Macri zigzaguea entre esos dos mundos, el exterior y el interior.
Barack Obama ya lo había ayudado a Macri antes de abrirle las puertas de
Washington, y de espolear su paseo por el principal escenario de la política
internacional, o antes, incluso, de que aterrizara en Buenos Aires. El propio
presidente argentino suele contar que el jefe de la Casa Blanca colaboró
considerablemente con él para moderar a la justicia norteamericana y a los
holdouts. Es cierto que Macri hizo su trabajo antes de pedirle ayuda a Obama. No
bien se acomodó en la presidencia argentina ordenó que le pagaran al special
master Daniel Pollack una deuda por honorarios de 300.000 dólares que Cristina
Kirchner se negó a saldar. También les indicó a sus funcionarios que lo trataran
con respeto al juez Thomas Griesa, a quien el cristinismo insultó sin pausa. Con
Griesa y Pollack predispuestos a cerrar el caso argentino, le correspondía a
Macri probar que podía controlar el Congreso, poblado por muchos más peronistas
que macristas. Es lo que logró el miércoles último.
Hay una línea de la política exterior que se está definiendo sin que nadie la verbalice. La relación externa prioritaria de Macri está en Washington, más allá del discurso oficial que privilegia los tratos multilaterales. Una pequeña anécdota sirvió, por ejemplo, para despertar en Obama su interés por el presidente argentino. Sucedió cuando el mandatario norteamericano lo llamó a Macri para felicitarlo por su elección como presidente. Macri le contó entonces que había tenido muchos socios extranjeros en su experiencia como empresario, pero que los norteamericanos habían sido los más confiables y previsibles. Otra melodía tocaban en Buenos Aires. Obama le respondió en el acto que vendría a la Argentina cuanto antes. El interés de Washington estimuló luego la atención del resto de las potencias mundiales. Es el olimpo externo que habita Macri en las últimas semanas.
Dentro de su país, las cosas son más complicadas. El populismo es siempre una
receta que resulta cara. El cristinismo agotó todos los stocks que tenía el
país: el energético, el ganadero y los dólares del Banco Central, entre otros.
Modificar esa política es un camino de decisiones a veces impopulares, otras
veces injustas. El trayecto no tiene atajos. O se cambian de raíz esas políticas
públicas o el sueño concluye en una pesadilla parecida a la gran crisis de
principios de siglo. Más de una vez Macri se despertó en la noche con dos
preguntas cruciales: cuándo y cómo terminaría con políticas que dejaron una
sociedad acostumbrada a vivir subsidiada. Influyeron en la elección del tiempo y
la forma los consejos que recibió de importantes líderes extranjeros (Obama y el
rey Juan Carlos fueron algunos). Las malas noticias deben darse en los momentos
inaugurales de los gobiernos. O no se darán nunca. Es lo que Macri escuchó una y
otra vez.
Siguió esos consejos. El Presidente sabe que corre el riesgo de dejar algunos jirones de popularidad en el camino. Los severos aumentos de las tarifas de los servicios públicos, anunciados la semana pasada, suceden cuando hay salarios viejos y, sobre todo, cuando la sociedad viene de tiempos de inflación alta, que se disparó más desde los últimos dos meses de Cristina Kirchner. El tirón inflacionario no tiene fin. El propio presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, avaló en los hechos a quienes sostienen que la inflación del año superará el 32%. Lo hizo cuando fijó en el 38% anual la tasa de interés de los depósitos en pesos. Tal vez haya influido también la necesidad de secar de pesos el mercado para bajar la inflación, pero la tasa es muy alta para ser sólo una estrategia de contención de precios.
Era difícil combatir la inflación sin acceso a los mercados internacionales de crédito, vedados por el default que enfermó al país durante 14 años. Sectores importantes del gobierno sostienen que la inflación es la segunda prioridad de la administración, luego del acuerdo con los holdouts. Ha llegado entonces la hora de esa prioridad. Las encuestas señalan que, por ahora, una importante mayoría social critica más a los empresarios que al Gobierno por los aumentos de los precios. Por ahora. El proceso social termina con la gente mirando al Gobierno más que a los empresarios. Así fue siempre.
La tercera prioridad debería ser el crecimiento de la economía, porque ése será un reclamo de la sociedad cuando el Gobierno logre domar el potro inflacionario. Macri no cree sólo en la inversión privada, sobre las que también trabaja en el exterior. Está dispuesto a endeudar al país por muchos millones de dólares para cambiar su infraestructura. Quiere llenar el país de obras, dice. Su ejemplo de una buena administración es la Capital que él gobernó. Deuda, pero con tantas obras como solo un ingeniero puede imaginar.
Hay otros protagonistas que ayudaron al Presidente: Cristina Kirchner, el peronismo y la crisis que los envuelve a los dos. Nadie, ni el propio Macri, supuso nunca que el desmoronamiento de la estructura política, empresaria y mediática del cristinismo sería tan veloz. En apenas tres meses, Cristóbal López y Lázaro Báez dejaron de ser pujantes empresarios y se convirtieron en hombres cercados por la bancarrota y la Justicia. El proceso judicial no ha hecho más que comenzar. La tardía prisión de Ricardo Jaime es una prueba. En altas instancias de los tribunales se aguardan más medidas importantes de los jueces federales en causas de corrupción. Seguirán la línea trazada hace poco por el presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, quien los exhortó a "terminar con la impunidad". Las próximas decisiones afectarían a ex funcionarios kirchneristas y a empresarios muy vinculados al gobierno que se fue.
En menos de 70 días hábiles, la ex presidenta dejó de ser dueña y señora del Congreso y se transformó en una perdedora serial. El peronismo está dividido entre los que gobiernan y los ideológicos. Los que gobiernan (gobernadores e intendentes) prefieren resolver los problemas antes que empeorarlos. Un ejemplo: el senador Miguel Pichetto se reunió con los principales intendentes peronistas bonaerenses dos días antes de que el Senado tratara el acuerdo con los holdouts. Pichetto ya tenía la opinión de los gobernadores, que apoyaban el acuerdo. Los intendentes le dijeron lo mismo.
Existe, sin embargo, una segunda división, que es ideológica. El problema de Cristina Kirchner es que se acorraló acompañada sólo por La Cámpora, por los restos del Partido Comunista y por Nuevo Encuentro, el partido de Martín Sabbatella. El peronismo nunca fue eso, dicen los peronistas. Por primera vez en mucho tiempo el peronismo es un universo sin dioses, donde todo está permitido. Cristina no dejó nada, ni conservó su liderazgo ni permitió nuevos liderazgos. El resultado indica que su célebre relato no fue político, sino literario. Es decir, una ficción.