De sus alianzas, de sus instrumentos, de sus objetivos, de su ideología. Como se presumía, proporcionó una descripción detallada del país que dejó Cristina Kirchner. Era inevitable. Las consignas más o menos abstractas de la campaña comenzaban a ser insuficientes para la administración. La devaluación, el aumento de tarifas, la inflación estimulada por esas dos decisiones, el recorte de gastos, la exoneración de empleados públicos contratados a última hora, no pueden ser tolerados sin una caracterización del punto de partida.

Todo reordenamiento requiere de una épica. Y no hay épica sin narración. El discurso de Macri no difiere del de Alfonsín, de Menem o de Kirchner: explica cómo el líder emancipa a sus seguidores de una esclavitud, cualquiera sea, para llevarlo a una tierra prometida. En el fondo de toda política palpita, mitológico, un plan de salvación. Ni los budistas de Pro están eximidos de ese karma.

Hay un segundo motivo, más prosaico, por el que Macri se demoró en la situación heredada. El país carece de estadísticas. En medio de la bruma, cualquier ajuste es caprichoso.

La tercera razón es que el desaguisado que produjo Cristina Kirchner no desembocó en un estallido. Es una dificultad porque, dada su experiencia histórica, los argentinos necesitan de un colapso para admitir la existencia de una crisis. Pero esta vez el colapso se fue demorando a través de un desborde del gasto y un vaciamiento de las reservas cuyas consecuencias la ex presidenta transfirió a su sucesor. Sólo describiendo esta secuencia Macri podrá demostrar que las restricciones están determinadas por los desajustes en que incurrió su predecesora.

La explicación del Presidente responde a una demanda de la opinión pública. Sobre todo la de quienes, aun habiendo votado por él, necesitan del recuerdo del pasado kirchnerista para seguir prestándole adhesión. O para colaborar con su gobierno. Esa franja incluye a los dirigentes de la UCR y de la Coalición Cívica, y se extiende a los gobernadores y sindicalistas del PJ. También se dirige a los inversores. El vicejefe de Gabinete Mario Quintana repite desde la campaña electoral: "La percepción de lo que había hará que los mercados nos esperen". De modo que para Macri la denuncia del legado kirchnerista es una forma de consolidar su coalición y asegurarse gobernabilidad.

La presentación tuvo un molde clásico. El líder reprocha a sus antecesores haber dejado tierra arrasada y, sobre esa base, convoca a realizar sacrificios en nombre de la unidad nacional. La peculiaridad de la reunión de ayer es que los acusados estaban en la sala. Para encontrar una escena similar hay que remontarse a 1989, cuando Carlos Menem describió el infierno de la híper delante de los radicales que abandonaban el poder. Los dos discursos tienen similitudes sorprendentes (https://www.youtube.com/watch?v=Q3aq-5eaZAI).

El kirchnerismo ayer cumplió con el papel que le habían asignado. Levantó carteles de protesta y gritó "gorila", como si Macri estuviera leyendo el libro negro de la tercera tiranía. Máximo Kirchner, obediente a la consigna del trotskista Nicolás del Caño, no apareció. Delegó su queja en Mayra Mendoza, la ex mujer de José Ottavis, también dirigente de La Cámpora. Como invalorable bonus track, Diana Conti tuvo otra memorable irrupción en la TV. En vez de defender la era Kirchner como una irrepetible edad de oro, admitió: "Nosotros la inflación la íbamos llevando?". Marcos Peña no pedía tanto.

Toda la coreografía corroboró que "la unidad de los argentinos" limita con un conflicto con el kirchnerismo. Mientras Macri pronunciaba su discurso, desde tribunales llegó otro argumento: la jueza Fabiana Palmaghini pasó la investigación de la muerte de Alberto Nisman al fuero federal, aceptando la hipótesis de que el Estado, por acción o encubrimiento, tuvo que ver con la tragedia. Fue una consecuencia de la extensísima declaración de Antonio Stiuso, quien sostuvo tres argumentos: Nisman fue asesinado por sus investigaciones sobre el atentado contra la AMIA y su posterior encubrimiento; los iraníes tuvieron que ver; la escena de los hechos fue adulterada por funcionarios del gobierno anterior. De tomar el curso que le estaría fijando Stiuso, la secuencia sería la siguiente: hubo un atentado terrorista perpetrado por iraníes; la señora de Kirchner intentó encubrirlo pactando con Ahmadinejad; Nisman fue eliminado con participación oficial por denunciar esa maniobra, y el kirchnerismo encubrió ese nuevo crimen. Stiuso distribuyó, a propósito de diversos pormenores, responsabilidades entre la ex presidenta, Carlos Zannini y Cristóbal López.

Como si ya conociera estas novedades, el Presidente recordó que había defendido la inconstitucionalidad del acuerdo con Irán y sugirió que comienza a haber indicios que esclarecen la muerte del fiscal. Discurso de Macri y declaración de Stiuso: la señora de Kirchner tuvo ayer su "supermartes".

Para entender cómo Macri pretende ubicarse en el tablero hace falta observar cómo argumenta sus reproches. La inflación generó más pobreza. El copamiento clientelar destruyó al Estado. La negligencia en la negociación regaló millonadas de dólares a los buitres. El despilfarro energético generó una nueva dependencia. La pretensión de Macri, y de su keynesiano ministro Alfonso Prat-Gay, es conciliar las reglas del arte económico con el imperativo de la promoción social. El eterno arbitraje entre igualdad y libertad. En síntesis: para Macri, el kirchnerismo debe ser condenado en nombre del progresismo. Quien mejor definió esta posición fue Fernando Henrique Cardoso al escribir, en 2010: "No vamos a caer en la trampa de identificar al populismo, autoritario y regresivo, con la izquierda". El recuerdo del "nunca más" fue, en esa línea, un intento de arrebatar al kirchnerismo el monopolio de la reivindicación de los derechos humanos.

La enumeración del desastre heredado, agravado por la corrupción, tiene una segunda derivada: expone la fractura del PJ. La mayor parte de los gobernadores y legisladores de ese partido se abstuvo de defender a quien hasta anteayer fue su jefa inapelable. El estoico Miguel Pichetto apenas alegó, en obsequio a la unidad de su bloque, que Macri había sido sesgado e injusto. Por culpa de una experiencia de gobierno impugnada a escala regional, el PJ ha quedado sin discurso. Para peor, el Presidente le mostró ayer los peores rebenques: el voto electrónico y, quizá, la boleta única.

En estas condiciones, dirigentes como Juan Manuel Urtubey o Diego Bossio prefieren discutir quién ha sido el culpable de la derrota. Ayer recibieron a La Cámpora con la foto de Macri y la leyenda "El candidato es el proyecto". Esos peronistas también denuncian la herencia recibida. Sergio Massa, en cambio, se sustrae del problema. Ayer adhirió a las propuestas de seguridad de Macri. Son banderas que él interpreta como propias y con las que espera enfrentar al oficialismo en las elecciones bonaerenses.

Macri recordó sus alianzas. Tuvo un elogio hacia Elisa Carrió, por su proyecto de asignación universal, y acarició a los radicales homenajeando a Hipólito Yrigoyen, a quien llamó "don", tal cual exige la nomenclatura partidaria. Como si fuera una pequeña fe de erratas, también mencionó al hierático Jorge Bergoglio, a quien llamó, maldito lapsus, "Santo Papa". Padre hay uno solo.

Más allá de esas concesiones exogámicas, el Presidente sigue apostando a que su experimento disimule toda historicidad. Quiere ser visto como una novedad absoluta. Típico producto de la hecatombe de 2001, el macrismo mantiene una tensión general con la política.

En su tramo final, Macri volvió a ser Macri. Apeló al optimismo de la voluntad como eje de la vida colectiva. Para él, el entusiasmo individual frente al "aquí y ahora" es la mejor refutación del kirchnerismo. Imposible no advertir el sello del nietzscheano Alejandro Rozitchner, según quien, detrás de la disconformidad última de la izquierda con la realidad, late una pulsión de muerte.