Charlton Heston protagonizó en 1973 la fantástica película Soylent Green, aquí titulada Cuando el destino nos alcance, un policial duro, futurista y oscuro, que algunos citan como antecedente de la extraordinaria Blade Runner, del director Ridley Scott.

El personaje de Heston anda investigando otras cosas en un planeta oscurecido por la contaminación, mientras el discurso oficial dice que todo pasará, que la Tierra volverá a ser sustentable. Finalmente el investigador termina descubriendo que no es así, que hay un "relato" que miente y que esconde un futuro mucho peor.

¿Una metáfora del final del kirchnerismo? ¿Por qué no? Los dólares vendidos a futuro y a muy corto plazo crearon la ilusión de que Cristina Krichner no había devaluado, lo que terminó sucediendo durante la gestión de Mauricio Macri.

La ex presidenta y los suyos se las arreglaron vendiendo "soñar futuro" de un modo claramente dañino para los activos del Banco Central.

Sólo en los últimos días parece que Cristina Kirchner y los funcionarios que participaron de la maniobra pueden terminar condenados por el uso de un ruinoso esquema que consistió en comprometer la venta de dólares a un tipo de cambio mucho más bajo que el del mercado.

El mecanismo incluía que el pago debía ser afrontado cuando ya estuviera el nuevo gobierno en el poder. Las autoridades que asumieran en diciembre deberían hacerse cargo de afrontar la operación de encubrimiento, emitiendo pesos a raudales, ya que esa clase de contratos se hacen y pagan en moneda local al tipo de cambio vigente, en un cóctel explosivo de emisión, inflación y caída del salario real.

Pero el ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, tomó precauciones y previó el dislate, lo que ahora pone a la ex presidenta y a su equipo económico por primera vez muy cerca de una condena, a pesar de las múltiples causas que la persiguen.

No deja de ser curioso que se trate de una causa provocada por el descubrimiento de los tan visibles "futuros" o "derivados" (también conocidos como "derivativos", para los que traducen mal el inglés financiero). Se trata de sistemas complejos y muy riesgosos, desaconsejados para los que no son expertos y que se hicieron muy conocidos en los últimos años.

El caso más emblemático fue el de la crisis del sudeste asiático en la década del 90, que se desató cuando Tailandia dejó de vender reservas, lo que desató una corrida que contagió a otras economías de la región, como Corea del Sur y Hong Kong. El entonces presidente del Banco Central tailandés, al que algunos llegaron a acusar de alcohólico, confesó que lo que contaba como reservas estaba vendido a futuro y por lo tanto no podía ser usado. A partir de ese caso, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial hicieron un extenso trabajo internacional que la Argentina también aplicó, diciendo qué podía llamarse reserva y qué no. Lo que estaba vendido a futuro, claramente, no debía contabilizarse.

¿Por qué Cristina Kirchner y su equipo en el Banco Central, incluido Kicillof, a quien ella consideraba un genio, se escondieron tras esa endeble cobertura? La respuesta parece ser que por un tiempo funcionó, aunque lo hizo sumando daños a la economía y manteniendo los ilusorios resultados de consumo general.

Claro que se requería también mantener en niveles altos la inflación y la emisión, un déficit fiscal en crecimiento, una industria planchada y el empleo en peligro. Nada apto para una nueva gestión, que parece no haber tenido más remedio que cortar con el artificio y poner a sus mayores responsables en el duro camino en que parece haberlos alcanzado el destino, como mencionaba la película de Heston.

Es cierto que nunca pareció estar tan cerca un final trágico para quienes no hace mucho se sentían eternos e invencibles.

No parece el final optimista de la versión más conocida de Blade Runner, que por cierto a Scott no le gustó y por esto editó una propia, más oscura y realista.

Mucho más dramática y cercana al final de Soylent Green, en la que Heston demuestra ser algo más que un galán recio y un gran actor anticipando que el destino fatalmente matará al relato, como está ocurriendo ahora.