BARCELONA.- Hace un año que apareció muerto el fiscal Alberto Nisman en su casa de Puerto Madero, a pocas horas de presentar sus pruebas contra la entonces presidenta Cristina Kirchner por considerar que su memorándum con Irán había sido una traición a la Argentina. Previamente había demostrado su honestidad y compromiso con la causa del atentado contra la AMIA, que segó la vida de decenas de personas. Nisman señaló, con pruebas, después de una larga investigación, a la Guardia Revolucionaria iraní. Éramos amigos y en ocasiones habíamos hablado del riesgo que implica luchar contra el islamismo terrorista, con el añadido, en su caso, de enfrentarse también a la presidencia de su país. Recuerdo una frase suya que me sonó épica y, sin embargo, fue profética: "Soy fiscal, nunca abandonaré la causa de AMIA, aunque me cueste la vida".
Le costó la vida. Y en un día como hoy, su cuerpo inerte fue la metáfora de
la corrupción moral a la que había llegado la presidencia argentina. Hablaron de
suicidio, de muerte "confusa" y un sinfín de sinónimos estrambóticos para
intentar negar lo que parecía una evidencia: había sido asesinado. ¿Por quién?
Un año después no hay ni una sola pista, pero durante ese mismo año se
acumularon los escándalos de la investigación, con una fiscal que parecía estar
en una siesta permanente.
A pesar de que los peritos hablaron de un cuerpo que presentaba golpes, que había sido movido después de muerto, que el disparo venía de atrás y que Alberto había agonizado porque no había espasmo cadavérico, la fiscal sostuvo que no se sabía si era asesinato o suicidio. Por suerte, ha sido finalmente apartada del caso. Y hoy, la nueva Argentina surgida del cambio político, parece tener hambre de justicia. Sin duda, el esclarecimiento de la muerte de Alberto será la prueba más seria de la fortaleza democrática de la nueva República.
De momento, significó el inicio del fin del régimen kirchnerista en la
Argentina.
El kirchnerismo empezó a morir el día que murió Nisman, arrastrado por la brutal ignominia de haber vendido su alma al diablo iraní. Un país que había sufrido el atentado más importante del continente mercadeaba con los verdugos de las víctimas y, rizando el rizo de la maldad, ponía a un judío para hacer de Judas de su propio pueblo, todo bien aliñado con el interés espurio del acuerdo.
Pero Nisman se enfrentó, peleó, denunció, investigó y, cuando fue asesinado, su muerte retumbó en las paredes de la Casa Rosada. El kirchnerismo que había abusado del poder hasta el delirio, intentando imponer una especie de golpe blanco a la democracia, felizmente asentado en la faldita bolivariana, no podía sobrevivir a la muerte de quien lo había señalado en una causa violenta y trágica. Y fue así como murió Nisman, y con Nisman empezó a morir el régimen al que se había enfrentado.
Con su muerte, Alberto se conviritió en héroe a su pesar; él, que sólo aspiraba a hacer justicia. Los que lo amamos y lo admiramos aspirábamos a lo mismo: a que se haga justicia. Ahora le toca a él.
Periodista española