El Gobierno deberá examinar el lugar de la Argentina en el mundo teniendo en cuenta el alcance de la inserción del país en la última década, la complejidad global, la cambiante situación regional y las fuertes restricciones externas.

En los últimos años, la política exterior argentina ha acompañado a la política interna; en cada cambio de gobierno ha tenido logros de corto plazo por concesiones significativas, pero en el largo plazo los costos han sido muy altos. Quizás a esto se deba el largo declive argentino en la política mundial. Los giros en nuestra diplomacia suceden cada década; así, es difícil mantener una política de largo plazo con resultados programados sobre la base de estrategias.

Hoy, la Argentina merece que todas las fuerzas políticas, sin exclusiones, realicen el esfuerzo de forjar coincidencias básicas de política exterior, y así reflejar la tan necesaria "cultura del encuentro", transformando la rigidez y carencia de autocrítica en una política comprensiva, creativa y flexible.

El actual giro de la política exterior del nuevo gobierno busca un nuevo lugar para la Argentina en el mundo. Ya hay cambios y buenas señales. La participación de Macri en la cumbre del Mercosur, la eliminación de las declaraciones juradas de importación (fallo OMC), la cancelación del memorándum con Irán, el inicio de las negociaciones con los fondos buitre, el fin del cepo cambiario, la concurrencia al Foro Económico de Davos, el acercamiento a Estados Unidos y la posible apertura a la Alianza del Pacífico (Chile, Colombia y Perú) marcan el inicio de un nuevo rumbo.

La prioridad estratégica argentina debería apuntar a una adecuada inserción del país, determinada a largo plazo y con consenso interno, en el dinámico escenario internacional, que hoy se caracteriza por la aceleración de los procesos de integración económica y política, que van dejando atrás a quienes no participan de ellos, como también por la irrupción del mundo emergente, cuyo ascenso genera grandes oportunidades para países productores de alimentos, entre los que la Argentina tiene un lugar de privilegio.

Los Estados que han tenido éxito han sido aquellos que han conseguido vincular sus proyectos nacionales (balance de intereses y valores) con las corrientes más dinámicas de la realidad internacional de cada momento. En este contexto, debe tenerse en cuenta que la agenda global del siglo XXI privilegiará seis factores: seguridad, alimentos, energía, innovación científico-tecnológica, recursos naturales y medio ambiente.

El panorama internacional favorece nuestros intereses, ya que, luego de más de un siglo volvemos a tener la posibilidad de ocupar un papel relevante en materia de alimentos y energía. Por esto, se debería enfatizar el desarrollo económico sobre la base de un manejo de ambos factores, de forma que ambas variables contribuyan a proveernos de las divisas y tecnología imprescindibles para desarrollar nuestra sociedad.

La dimensión bioceánica de una política exterior regional puede plasmarse en una convergencia entre Mercosur Atlántico y la promisoria Alianza del Pacífico, para acceder, con máxima capacidad negociadora, al centro económico mundial, conformado en torno a la región Asia-Pacífico.

Deberíamos orientar nuestra acción externa y fortalecer nuestras tradicionales relaciones con Europa y los Estados Unidos. Es necesaria una amplia y rápida discusión con nuestros socios del Mercosur, debiendo priorizarse nuestra alianza estratégica con Brasil. La herramienta alimentaria, hoy a nuestro alcance, se vería potenciada con acuerdos con este país y con países agroexportadores de la región. Así, podríamos constituir la principal plataforma mundial de provisión de proteínas del siglo XXI. También con Brasil, México y otros países vecinos, deberíamos articular la utilización del enorme potencial energético disponible en la región para promover y desarrollar proyectos de infraestructura y logística que, por su escala ampliada, refuercen en todos esos planos el factor estratégico que conforma la provisión de alimentos en el mundo.

Lo ideal sería que la Argentina, en ejercicio del multilateralismo, pudiera acercarse a unos países y alejarse de otros para cumplir sus objetivos. Esto requiere tiempo y discusiones internas y externas, pero resulta en una política más flexible y representativa en el mundo globalizado. Los resultados que se obtienen del consenso buscan alcanzar objetivos sostenibles en el largo plazo y confianza internacional.